Todo empezó con el descubrimiento de un sapo "feminista", confiesa el científico Rafael Márquez. El macho de la especie partero común es el único de Europa que carga durante un mes con sus huevos, enrollados a las patas traseras, hasta que los libera en el agua. "Me asombró tanto su comportamiento que empecé a estudiarlos", cuenta el investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, que lleva desde entonces (más de veinte años) analizando el sistema comunicativo de los anfibios. Una buena parte de sus experimentos se desarrollan en el parque natural de Somiedo y, más concretamente, en los lagos de Saliencia y Valle de Lago. Allí tiene instaladas dos estaciones, con sensores de temperatura y humedad, que analizan las poblaciones del sapo partero y de la ranita de San Antón. Los resultados obtenidos revelan las preferencias de las hembras para elegir pareja a través del canto y su resistencia al cambio climático.

El macho canta y la hembra elige. Ésa es la regla general de seducción en los anfibios. Pero a ellas no les gusta cualquier tipo de melodía: prefieren voces graves, de machos de gran tamaño, que puedan cantar más rápido que su competidor. ¿Y cómo sabe esto Rafael Márquez? "Les pregunté a las ranas y ellas me contestaron", dice con gesto serio el mayor experto en España de anfibios. Desde 2001, utiliza en Somiedo grabaciones de sonidos para conocer qué es lo que buscan las hembras cuando "salen a ligar". "Una de las cosas que más me gustan de este trabajo es que no hay que capturar bichos y llevarlos al laboratorio, se estudian en su medio", insiste Márquez, de 54 años y natural de Texas (Estados Unidos). Sus salidas son, en la mayoría de los casos, nocturnas, ya que es cuando los anfibios tienen más actividad. Aunque los de alta montaña cantan tanto de día como de noche al no tener tantos depredadores: aves y culebras, principalmente. "El trabajo es incómodo y no es muy rentable que digamos. Los sapos parteros callan en cuanto das un paso. Y hay muchas noches que ni los ves ni los escuchas, sólo pasas frío", asegura.

Las ranas hablan idiomas

Pero la espera merece la pena. Uno de los resultados más sorprendentes revelados por el biólogo es que los sapos y las ranas tienen sus propios "idiomas". "Analizando las preferencias de las hembras, vimos que no reconocían el canto de machos de una especie diferente a la suya", explica el investigador, que considera que las poblaciones somedanas "son las más representativas de España". El sistema comunicativo del sapo partero y de la ranita de San Antón llega a tal nivel que los machos son capaces de saber si su competidor es mayor o menor en tamaño y, por lo tanto, si merece la pena seguir peleando por la hembra o tirar la toalla. Normalmente, ella aprecia más el vigor del canto que la calidad. La duración de los coros y de las pausas van variando a lo largo de la noche; al principio, las secuencias son cortas, de menos de un minuto, y las pausas se prolongan durante tres minutos, pero a medida que avanza la noche los cantos pueden durar hasta diez minutos. "Los coros de los sapos parteros de Somiedo son los más fantásticos que escuché nunca", afirma este enamorado del parque natural y con casa propia en el pueblo de Gúa, nombre que también lleva su compañera de expedición: una bella perra labrador de poco más de un año de edad.

Los estudios hechos en Asturias y en otras regiones del país, publicados en revistas científicas de gran prestigio internacional, demuestran la enorme "plasticidad" de los sapos y las ranas a la temperatura. Son capaces de cantar, y sin perder calidad, desde los 8 a los 22 grados. Esto pone de manifiesto, indica Rafael Márquez, que en principio el cambio climático no constituye para estas especies una amenaza. "Los adultos parece que no tendrán problema, otra cosa serán las larvas al cambiar las condiciones del agua", puntualiza.

Hoy en día la principal amenaza para las ranas lo constituye un tipo de hongo ("Batrachochytrium dendrobatidis"), que ataca la piel de los anfibios y les causa ataques cardiacos. Comenzó a estudiarse desde 1990 en el noreste australiano después de que desde 1970 causara un declive y la extinción de ranas en todo el mundo. Investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales, en Madrid, y de la Universidad de Puerto Rico apuntan que, por lo menos en los Andes, un vector o agente propagador involuntario de este hongo pueden ser las aves acuáticas. "A Somiedo este hongo todavía no llegó, aunque hemos encontrado casos cerca", comenta en compañía del científico brasileño Vinicios Guerra, de la Universidad Estatal de Maringa.

Detección de la lluvia

Precisamente Guerra y otros estudiantes examinarán entre junio y julio los detectores sísmicos de las ranas y de los sapos somedanos. El equipo de Márquez publicó este año en la revista "Current Biology" la utilidad de la parte del oído interno de los anfibios. Hasta ahora se conocía la existencia de estos órganos, pero no así su uso. Tras realizar varios experimentos en las dunas de arena del parque natural de Doñana, los científicos concluyeron que los sapos utilizan su capacidad sísmica para saber cuándo llueve fuera de sus escondites bajo tierra, donde permanecen durante el día.

De este modo, añade Márquez, los anfibios no sólo son capaces de percibir las vibraciones del aire, sino también frecuencias muy bajas, como las vibraciones del suelo. El biólogo explica que su estudio abre nuevas vías de investigación, como la medición del impacto que tienen las actividades humanas en los sapos. "Ese sistema auditivo orientado hacia las vibraciones del suelo nunca se ha tenido en cuenta, por ejemplo, a la hora de construir una carretera. Ya sabemos que esa capacidad les sirve para detectar si llueve o no, pero queremos averiguar más", concluye Márquez.