Saúl FERNÁNDEZ

En Avilés no hubo año del Desastre. En 1898 España perdió Cuba, pero los avilesinos no perdieron a los cubanos. De ellos era el futuro de la villa que quería ser ciudad. Hace 110 años Avilés decidió cambiar de cara.

Armando Fernández Cueto -maestro de obras más que arquitecto- contribuyó con su trabajo a hacer realidad el deseo de transformación de aquellos días de derrota, de historia traspasada y de recuerdos imperiales. Y en 1898 levantó dos de sus edificios más significativos del concejo: la Escuela de Artes y Oficios y la banca Maribona. Los dos, después de más de un siglo, continúan dedicándose a lo mismo: la Escuela sigue siendo escuela y la banca ahora es una caja de ahorros. Fernández Cueto -«un maestro a la vieja usanza», dice Juan Carlos de la Madrid-, unos años después, en 1917, construyó su tercera obra de referencia, el edificio del Gran Hotel, en pleno parque del Muelle, una de las señas de identidad de la villa en su paso hacia el futuro.

Los historiadores Juan Carlos y Vidal de la Madrid emprendieron hace años la reconstrucción de aquel tiempo de transformación, antes de la llegada del humo de la industria, antes de la toma burguesa de la ciudad. Fruto de aquel empeño fue «Cuando Avilés construyó un teatro» (Trea, 2002), que firmaron al alimón; dos ediciones, un éxito clamoroso, tal y cómo están las cosas. A este título Juan Carlos de la Madrid sumó recientemente «Prensa y sociedad en una villa del Cantábrico» (Laria, 2008), un nuevo rostro a aquellos años tumultuosos que contribuyeron a hacer una ciudad en donde hasta entonces sólo se mecía un pueblo medieval.

La ciudad que quería ser burguesa lo logró gracias, según Juan Carlos de la Madrid, al dinero que por entonces llegaba de América. Por eso, dice, en Avilés no hubo año del Desastre. Las relaciones con la isla de Cuba no se rompieron hace 110 años. Se incrementaron. Cuba cambió de imperio (de España a los Estados Unidos), pero los cubanos seguían pensando en los puertos del otro lado del Atlántico, en la orilla en la que Avilés empezaba a ser otro Avilés: una ciudad con tren, con puerto de interés nacional, con cámara de comercio, una ciudad de empresa.

Juan Carlos de la Madrid pone nombres a los transformadores de aquellos años ya sin imperio. El primero de todos, Manuel del Busto, el autor del teatro Palacio Valdés, pero también de edificios tan señeros como el edificio de la Cabeza del Caballo, el número 10 de San Francisco o el Hospital de Caridad, un proyecto que firmó con su amigo Tomás Acha Zulaica, otro de los responsables, más bien discreto, de los cambios de aquellos años de cambio. De entonces también era Fernández Cueto o Ricardo Marcos Bausá, el autor del parque del Muelle y del cementerio de La Carriona. Y Antonio Alonso Jorge, que trajo la Belle Époque al comienzo de la calle de San Francisco. Curiosamente, a ninguno de estos arquitectos se les recuerda en Avilés: ni calles, ni bustos, ni placas. «Cuando se reinauguró el teatro Palacio Valdés todavía vivía el hijo de Manuel del Busto. Manifestó entonces su interés de sufragar él mismo una placa en honor a su padre que debía estar en el vestíbulo de aquel edificio. No pudo ser», se lamenta Juan Carlos de la Madrid.

La importancia de Armando Fernández Cueto sobrepasa el trazo de cualquier plano. Hizo edificios -algunos de un interés superior-, pero también fue autor de carteles festivos. Diseñó las primeras carrozas de las fiestas del Bollo, decoró el café Colón e, incluso, confeccionó imágenes religiosas: la Santa Teresa de la iglesia nueva de Sabugo es suya. «Fernández Cueto es un fenómeno muy avilesino», dice De la Madrid. «No tenía un estilo muy académico, pero estaba al tanto de todo lo que se cocía en la Europa de aquellos años», añade el historiador. «Fernández Cueto era una de las personas más respetadas de la ciudad. Estuvo presente en todos los acontecimientos culturales y festivos que se organizaban por entonces. Su trabajo es de verdad imprescindible», concluye el historiador.

Lo que diferencia a Fernández Cueto de Manuel del Busto es, según De la Madrid, su fervor local. Del Busto inició su obra en Avilés, pero después pasó a Gijón y a Oviedo e, incluso, La Habana. Fernández Cueto se quedó en Avilés (el chalé de los Herrero de Oviedo -hoy destruido- es la excepción) y en Avilés forjó su prestigio.

Una de sus primeras obras, el Chalé del Puente, en Villalegre, es hoy sólo una ruina, pero cuando Fernández Cueto lo levantó se llevó todos los aplausos. Era la casa familiar de José Rodríguez Maribona y contaba con un característico puente para salvar el desnivel y acceder directamente a la planta noble. Aquella casa guarda muchas semejanzas con otro chalé, el de La Perla, frente a La Curtidora, la casa del hermano de José, Francisco Rodríguez Maribona. Armando Fernández Cueto tuvo la habilidad, dice De la Madrid, «de vivir dos o tres momentos fundamentales de la historia de Avilés». Entonces, la llegada del dinero de América, antes incluso de la pérdida de Cuba. A Fernández Cueto se le atribuye, en esta primera época, el chalé de don Fulgencio, en la calle de Río San Martín, un palacete lujoso comido por el tiempo y los incendios. De aquel edificio apenas sobreviven unas paredes a punto de caer. En el chalé de don Fulgencio se refleja el del Puente. Y así América se diluye en la historia y sus huellas en Avilés dejarán de existir.

La querencia de Fernández Cueto por la ciudad es legendaria. Levantó un asilo de ancianos en lo que es hoy la Comisaría de Policía, junto a la casa de don Fulgencio, lo que por entonces se llamaba El Focicón, como bien recuerda De la Madrid. «Fue una obra de beneficencia, se dice que no cobró, que lo sufragó él mismo», apunta el historiador. Fernández Cueto era una constructor, un tracista, un maestro de obras y, por sobre todas las cosas, un hombre inquieto.

En 1898, hace 110 años, recibió el encargo del patronato de la Escuela de Artes y Oficios, la institución que, con la Casa del Pueblo, dedicaba su tiempo a la formación del movimiento obrero, por entonces en pañales. En 1878 había nacido la Escuela de Artes y Oficios, cuyas primeras instalaciones estaban en el antiguo convento de San Francisco. «Fernández Cueto contribuyó al anclaje de la institución con un edificio muy singular que ahí sigue», señala De la Madrid. Otro que «ahí sigue» es el edificio de la banca Maribona, el símbolo más claro del dinero americano. Un banco con caudales cubanos. El edificio sufrió algunas rehabilitaciones a lo largo de su siglo largo de historia, las más importantes, después de la Guerra Civil: un piso más, por poner un ejemplo.

«Poco a poco los trabajos de Fernández Cueto se hicieron imprescindibles, él daba vida al Avilés de toda la vida», comenta De la Madrid. Construyó el pabellón Iris hace cien años, uno de los primeros cines estables de la ciudad. Era de madera y estaba en la plaza de la Merced. «Era la época en la que empezaba a ver dos de cada cosa en Avilés: dos cines (el otro era el Somines), dos partidos políticos, dos periódicos, dos propuestas de estación del tren? dos ciudades», bromea el historiador.

Disfrutando del don de la oportunidad Armando Fernández Cueto, por un encargo de Ceferino Ballesteros, levantó el Gran Hotel, entre las calles de Carreño Miranda y Émile Robin. «Era 1917, en plena Gran Guerra, cuando España disfrutaba de la bonanza económica que vino de la neutralidad», explica De la Madrid. «Se pensaba que Avilés podía ser una ciudad de veraneo», añade. El autor de «Prensa y sociedad en una villa del Cantábrico» entiende que el proyecto del Gran Hotel fracasó «porque desde el edificio no se salía a la playa». Pese a la cercanía de Salinas la villa que quería ser ciudad no tenía playa y su transformación en ciudad-balneario (como Santander o San Sebastián) se fue por el desagüe? El Gran Hotel sigue siendo uno de los reclamos más importantes del barrio de Sabugo, noventa y un años después. Ahora vuelven a rehabilitar su interior: apartamentos, pisos de lujo. Una de las grandes obras de uno de los avilesinos más intensos. Armando Fernández Cueto falleció en 1933, a las puertas de los años más convulsos de la historia de Avilés.

Un hogar para la docencia

La Escuela de Artes y Oficios bulle de actividad docente, con alumnos de todas las edades.

Banco con caudales cubanos

La banca Maribona, en plena calle La Cámara, sufrió algunas rehabilitaciones tras la Guerra Civil.

La casa de los Maribona

El chalé de José Rodríguez Maribona está reducido a una ruina rodeada de maleza.

El palacio de Río San Martín

El chalé de don Fulgencio, en la calle Río San Martín, es otro palacio entregado al abandono.