Los Reyes se «mojan» por la paz mundial en Avilés

Los Magos de Oriente sembraron el desconcierto al llegar antes de la hora a la ría, desafiaron la lluvia junto a 12.000 personas y expresaron su deseo de que terminen «todas las guerras»

Saúl Fernández

Saúl Fernández

La noche de Reyes Magos en Avilés sirvió, al menos, para tres cosas:para, en primer lugar, determinar el deseo de verdad del rey Melchor:que «terminen todas las guerras». Después, para constatar que la lluvia en Avilés es mejor que en Sevilla –y eso que allí «es una maravilla», según se canta en «My fair lady»–. Y, por último, para descubrir que a rápidos nadie gana a Sus Majestades. Y todo esto lo supieron las 12.000 personas que se juntaron ayer tarde por las calles avilesinas para decirle al cielo que la ilusión gana al frío y a la lluvia, aunque en realidad era porque había que sacar a los guajes a pillar caramelos en su tarde más importante del año. Esto, más o menos, lo explicó Juan Carlos García cuando bajó al suelo a su nieta Leire García, que estudia en el Santo Ángel, que consiguió entregar, sobre la campana, su carta de solicitudes al rey Gaspar.  

Así que sí: «el fin de todas las guerras» que pidió Melchor, la lluvia interrumpida y la rapidez en el desembarco protagonizaron la cabalgata que tomó las calles avilesinas ayer tarde hasta pasadas las ocho y media o así, que fue cuando los tres reyes de Oriente fueron recibidos por la Alcaldesa de Avilés y dos de sus concejalas –la de Festejos y la de Mayores– a la puerta del Ayuntamiento. Y después salieron al balcón a despedirse del personal, que empezaba su noche más larga de tajo. 

Pero hay que echar el reloj unos minutos para atrás: al momento en que estaba anunciada su llegada. Eso era a las seis. En el muelle deportivos. Al pie del conjunto escultórico «Avilés» –por otro nombre, «Los cuernos»–. Teniendo que desembarcar a esa hora, lo hicieron un cuarto de hora antes. Y eso pilló en fuera de juego al personal que caminaba dominicalmente por el paseo de Manuel Ponga en dirección al lugar de la cita –el de todos los años–. Y, entonces, estalló el cielo con unos pocos voladores –señal de la llegada de Sus Majestades– y hubo que apretar el paso con el niño de la mano o metiendo el turbo al carricoche. Esto lo sufrieron, al menos, los que habían conseguido superar el paso de Larrañaga unos minutos antes de que el semáforo se hubiera puesto rojo. Porque, inmediatamente después, allí, en el embudo que han montado en la zona, se quedó detenido un centenar de personas, todas viendo pasar los trenes. A tres concretamente. Así que el desembarco más rápido a esta orilla de la ría se juntó con la hora punta en los ferrocarriles. Y todo eso, para ver a los reyes casi marchándose. 

La llegada de los Reyes Magos inicia la noche más especial del año en Avilés

S. Fernández

Los hermanos Bosco y Beltrán Sáenz fueron de los sufridores del desembarco: los dos, un palmo por encima de la tierra, lograron, sin embargo, que el rey Gaspar tomara la carta de peticiones para esta noche pasada, el mismo que había cogido la misiva de Leire García, a la que había estado llevando en cuello su abuelo Juan Carlos García. Todo esto mientras se oía a un coro de voces agudas: «Baltasar, Baltasar, Baltasar», que, a la vista de lo que sucedió anoche en las calles de Avilés, mantuvo su«glamour» sideral de todos los años. Desde hace dos mil. 

Luego vino lo de la lluvia. En tres ocasiones hubo que abrir los paraguas. Y se escucharon las órdenes:«Adrián, la capucha». Porque Adrián pensaba que el agua que estaba cayendo no iba con él. Pero esto de la mala meteorología duró tres ratinos. En Avilés no se ha desconvocado nunca ninguna cabalgata, Descenso de Galiana o lo que fuere, porque el agua estuviera haciendo lo que tenía que hacer. Por cosas epidemiológicas, sí. «El 11 de febrero estaremos aquí con artilugio», gritó uno de los componentes de LaPecera, una de las cofradías carnavaleras más antiguas del contorno.

Lo del «fin de todas las guerras» lo dijo Melchor cuando tomó la palabra desde el balcón del Ayuntamiento. Dijo antes:«Gracias por esta acogida que nos habéis dado». Uno de los de la acogida fue Unai Ruano, el primero tras la valla protectora, justo cuando llegó una nube de caramelos desde la carroza del rey Baltasar. «¿Cogiste alguno?», le preguntaron a Deva Franqueira. Y la niña, de tres años y pico, no verbalizó respuesta, pero se llevó la mano a la cabeza. El séquito había dado en el blanco. 

«Estamos cargadísimos de regalos», explicó Gaspar. «Niños, hay que ser buenos todo el año», explicó. No fuera a ser que la bondad se siembre sólo para un ratín. En esta idea insistió el rey Baltasar. Y justo entonces, cuando terminó, hubo una pequeña «mascletà» desde la terraza del Ayuntamiento que dejó tan desprevenidos a los 12.000 avilesinos que se habían acumulado durante las dos horas largas de desfile como al puñado que había acudido a la ría a contemplar su llegada.

Los niños, al final, sin agua sobre los chubasqueros se fueron para casa. Y «Mofletes», el tradicional camión de bomberos del parque avilesino, al garaje donde duerme todo el año su noche más mágica.