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La capilla de San Adriano, en Castrillón: ¿quién la habitó, por qué fue importante para el Císter, de cuándo data la romería?

El historiador Iván Muñiz completa una exhaustiva y apasionante investigación sobre el edificio, antiguo eremitorio propiedad de un monasterio de Belmonte de Miranda

La capilla de San Adriano (se aprecia su peculiar estructura en forma de «L»), ayer, bajo la lluvia. | Ricardo Solís

La capilla de San Adriano (se aprecia su peculiar estructura en forma de «L»), ayer, bajo la lluvia. | Ricardo Solís / I. García

I. García

Silencio. El historiador Iván Muñiz ha entrado hasta la cocina de la historia de la capilla de San Adriano. Y para ello ha requerido no solo bucear entre documentos y empaparse de textos medievales, también ha intentado viajar en el tiempo con varias jornadas de estancia en el edificio, con el análisis de sus muros y estructuras. Muñiz desveló ayer parte de sus averiguaciones y recomendó guardar "silencio" para "sentir mejor" lo que transmite un emplazamiento con más de cinco siglos de existencia. Lo hizo ante una veintena de personas con una cuidada elección de palabras, las más apropiadas para definir lo que fue la capilla de San Adriano, donde cada 8 de septiembre se "pasan" las cadenas. "No es solo una iglesia, es algo más complejo", sostiene Iván Muñiz. "Se trata de un eremitorio cisterciense; ese sería su nombre correcto, y sería único en Asturias al tratarse de una simbiosis de una arquitectura de culto y otra residencial de un tipo de eremitorio sobrio y sencillo", señala el investigador que planteó un viaje imaginario desde el siglo XII hasta la actualidad mientras la lluvia, fuera del templo, lo inundaba todo "como el día de San Adriano de 1521, que se desbordaron los ríos".

Iván Muñiz, en plena explicación de sus hallazgos en la penumbra interior del edificio.

Iván Muñiz, en plena explicación de sus hallazgos en la penumbra interior del edificio. / I. García

Muñiz fue a más y detalló que la primera persona de la que se tiene constancia, el primer ermitaño de San Adriano, fue una mujer de nombre Mencia, que habitó en la capilla en 1492: "Se la denomina como pobre y seguramente era muy devota". Ese espacio era también lugar de residencia de monjes del Monasterio de Belmonte, que era el propietario del templo y lo ocupaba durante los días de fiesta. Durante el resto del año, la actual capilla dependía de la ermitaña. "Tenemos constancia de que los monjes están a partir de 1460", precisa Muñiz, que resalta la importancia de este emplazamiento capaz de mantener una romería y un culto con más de 500 años de historia.

El historiador castrillonense defendió la investigación de Mabel Míguez sobre San Adriano, que ya avanzaba que el monasterio de Belmonte era propietario desde el siglo XV y que la romería "ya estaba en pleno apogeo" en la siguiente centuria. Según detalló Muñiz, el hecho de que los monjes contaran con un edificio "a diez leguas" de Belmonte tenía su explicación, "la cercanía de un puerto clave como es Avilés, que era una vía de entrada y salida de productos" y convertirse además en "una estación de parada en el camino, además de un punto de encuentro y de relaciones sociales". Y en ésas emerge la figura de Bernardo Escudero, un abad que defendió a capa y espada la ermita de San Adriano a caballo entre los siglos XVI y XVII "actuando en ocasiones como casi un político".

Hay que sumar a todo ello, profundiza Muñiz, que en aquellos tiempos la ermita de San Adriano poseía un bien preciado por la alta sociedad de la época: una reliquia del mártir. Todo ello da alas a los monjes para sentar las bases del eremitorio cisterciense, comprueban que la fiesta de San Adriano está en pleno apogeo y necesitan adaptar la vieja iglesia a las nuevas necesidades. "Esas obras de la casa empiezan antes de 1580", precisa el historiador castrillonense, que a modo de anécdota relata que los García Inclán, una familia de la alta sociedad avilesina, llegaron a disponer de un puesto de bebidas en la popular romería de San Adriano.

La investigación de Iván Muñiz ha arrojado luz a un "santuario cubo", como él lo denominó, a un espacio único que emparentó con los monasterios de Nuestra Señora del Acebo o Bendueños, sin embargo de estructura mucho más sobria, que fue residencia y espacio de culto y de ofrendas. "Disfrutemos de este entorno, de lo religioso, de la romería, de lo que es una joya del patrimonio asturiano que ha de ser merecedor de ser Bien de Interés Cultural", concluyó.

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