Ideas y creencias

La actitud de los ciudadanos votantes y el cambio político

Fernando Álvarez Balbuena

Fernando Álvarez Balbuena

Dice, muy acertadamente, don José Ortega y Gasset, una frase que, desde que el mundo es mundo no ha perdido un átomo de su vigencia. Tal es la siguiente: "Las idas se tienen, pero en las creencias se está".

Viene esto muy a propósito, con el ejercicio del derecho al voto; porque lejos de votar con nuestras ideas, más o menos coincidentes con las realidades políticas de cada momento, votamos siempre, o casi siempre, con arreglo a nuestras creencias, las cuales vienen condicionadas por numerosos factores, que las más de las veces, suelen estar al margen de un raciocinio reflexivo.

Y es que en el grupo de las ideas, la reflexión, el estudio, los ejemplos de las personas inteligentes y cultas, así como otros muchos factores racionales, componen un conjunto de valores intelectuales que constituyen el bagaje cultural de toda persona que piensa antes de actuar.

En cambio las creencias, vienen condicionada casi siempre por prejuicios cuya raíz es muy difícil de arrancar, pues ya dice Einstein que "en estas épocas actuales, es más fácil desintegrar un átomo, que un prejuicio".

Además el prejuicio y la creencia, vienen condicionados por un sentimiento íntimo de conveniencia, ya económica, las más veces, ya familiar, que hacen muy difícil la reflexión y el pensamiento objetivos sobre ellos. Porque es muy difícil, si no imposible, sustraerse a opiniones heredadas y a un "siempre ha sido así" que quiérase o no, impiden un cambio sustancial en la manera de pensar del sujeto, haciendo inviable la aceptación de principios distintos a los transmitidos de generación en generación.

No cabe duda alguna de que el condicionante principal del pensamiento político, viene establecido por la pertenencia a la clase social y al ya referido ideario inconmovible de la misma. Ello hace que la propaganda electoral, en la inmensa mayoría de los casos, no sea otra cosa que la repetición cansina y uniforme de las viejas ideas, sean de izquierdas o de derechas, que pretenden eternizar el voto ciudadano. Todo ello en favor de los intereses de permanencia en el poder de los partidos y no en la conveniencia de cambiar, para mejorarlas, las mutantes circunstancias sociales y políticas de la nación.

Las consecuencias de esta actitud pasiva y un tanto irresponsable de los ciudadanos votantes, hace que el necesario cambio político se vuelva imposible. Pues por mucho que políticos entusiastas del mejoramiento social prediquen su convencimiento de la necesidad de la alternancia en el poder, la masa mayoritaria está íntimamente convencida de que su idea personal es la verdadera y que no hay nada justo más allá de ella.

Así se eternizan políticas anquilosadas y negativas que, muchas veces, los propios partidos se encargan de perpetuar. No solamente con mendaces propagandas, sino también con leyes absurdas e innecesarias (cuando no inmorales) que les ayudan en su intención de eternizarse en el poder, no siempre para perseguir la mejoría social, sino la suya personal y, la mayoría de las veces muy poco ética.

Un país deseable es aquel en que la reflexión, tanto ciudadana como de los dirigentes, se atiene al juicio por discusión. Es decir a la toma de decisiones tras el contraste ponderado de los resultados electorales, que en mérito a ellos, decida cambiar lo injusto por lo justo…

Pero esto no pasa de ser una utopía, deseable sin duda, pero una utopía al fin y al cabo.

Al menos en nuestra mal gobernada España

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