Desde hoy, su nombre en bronce quedará para siempre al lado de una fuente. Cuando pasaba por lo que será su plaza, se paraba a beber del abundante caño del manantial de La Prida, que llega al Canto San Martín desde 1929 procedente de Monteciello. Fontana inaugurada por otro general, Zubillaga, siendo alcalde de este solar Recaredo Argüelles.

A Gonzalo siempre le gustó el agua de las fuentes y cursos fluviales. La de Bichareche era su preferida por ser la más cercana al cuartel de la Guardia Civil, donde vivía con su familia. Pero al «Gran Capitán», Gonzalo González de Teverga, también le gustaban los efluvios de Cotarrén; los de la fuente Fondera y donde hubiera un manantial o río de agua cristalina. Decía que sus aguas tenían un sabor especial y recogían el perfume de nuestros valles. Cuando terminaba de jugar un partido de fútbol -que lo hacía siempre que podía, dejando a su hermana Geli sobre una manta mientras él y Néstor (¡que buen jugador!) le daban patadas al balón)-, ¡al agua patos! Cuando terminaba de recorrer un buen trecho de la Senda del Oso, ¡Gonzalo al agua!, mientras que Maruja, la de Estrella, con su gracia sin igual -siendo ya él comandante- le preguntaba viéndolo salir del río: «¿Qué, Cousteau, sacaste muchas truchas, ho?». Y el «Gran Capitán» se partía de la risa y al poco ya estaba jugando a las cartas en La Parra o en el Caracas.

Familia muy humilde la de los González Martínez llegada de Sahelices del Payuelo. Acostumbrados estaban a pelear con la estepa leonesa y a esperar que el cielo les bendijera una buena cosecha que no llegaba. Herminio, el padre, guardia civil tardío, fue destinado a estos valles y aquí llegó -pronto cincuenta años- con Baltasara, su esposa, Gonzalo, Néstor y una niña que aún no se tenía en pie. La escuela de don Ángel Urbano en La Campa de Entrago, los amigos (Pepín, el Filipín; Aurelio, el de Los Senos; Juan Antonio, el de Lola; Gini, el de Sagrario; Logiete, Poldo, Pepe Huerta, Joselín Pola, Gelo Callejina...) y luego el colegio de segunda enseñanza entre las sombras, las luces y el frío en los salones de la Colegiata.

«Pitágoras» llegaron a llamarlo sus compañeros por su inteligencia, poco común, y su resolución de problemas matemáticos poniendo, de cuando en cuando, contra las cuerdas a su profesor. Me dicen que, a veces, en el cuartel esperaban a que Gonzalo llegara para resolver una serie de números. Al poco, las cifras quedaban en orden y todos más contentos que unas Pascuas.

Me cuentan que, con 11 años, su madre le encomendó un viaje a León a buscar embutidos a la casa de los abuelos. Dos días después, cansado de trenes y autocares, llegaba el niño Gonzalo con un macuto lleno de víveres que tendía a una madre feliz y llorosa, una sonrisa en los labios y el dinero ahorrado, que le había dado su abuela para coger un taxi.

Hace el COU (Curso de Orientación Universitaria) en Gijón y una tarde-noche, en una romería del estío tevergano, Gonzalo va y saca a bailar a Matilde. Ella, que ya estaba prendada del mozo, le dice que «sí» y en éstas que se hacen novios y nace un amor para siempre.

Con su tío Pedro (profesor agustino en León) viaja a Zaragoza para su ingreso en la Academia General Militar. Corría el año de 1973. En sólo tres meses se convierte en el «primeraco» (el número uno), que mantendría hasta el final. Y así fue. El Rey le entregó su despacho y le colgó su primera medalla en la pechera. Fue uno de los días más felices para su padre.

Clases generosas a sus compañeros y con su primer sueldo de alférez le compra a Baltasara una lavadora que Pepe Correos (delegado de Inter y otros electrodomésticos) le puso a funcionar en la más que humilde casa, cuyo cuartel sólo disponía de un retrete y una ducha para toda la guarnición. Ya nunca más la buena madre volvería con las manos amoratadas y un balde de ropa sobre su cabeza de regreso de la presa del Molín.

Canarias, Langreo y boda con Matilde, esposa de carácter pero paciente. Gente de una pieza, esta de Antón «el canteiro»; mujer noble y buena, culta con su licenciatura de Historia y Geografía bajo el brazo y sombra deleitosa y grata, para toda la vida, al lado del «Gran Capitán».

Muerte de Herminio tras veinte años de guardia con nosotros. Logroño, País Vasco y regreso a Asturias como capitán de la Unidad de Policía Judicial en Oviedo. Con qué cariño lo recuerdan el hoy capitán (en la reserva) Marcos Bello y todos los hombres que tuvo a su mando. Comandante, «fajín azul» de Estado Mayor, jefe de logística en el «Embargo del Danubio» (Calafat-Rumanía), jefe de la secretaría técnica de la Inspección General y profesor de la Academia de Oficiales en Aranjuez. Bello tiempo aquél al lado del Tajo y de los jardines reales, me cuenta Matilde. Un primer contacto con los Servicios de Información en Madrid y en 1994 muere Baltasara y Gonzalo asume la paternidad-maternidad de toda la familia. Su madre, tan piadosa, le había inculcado, entre otros valores, una profunda fe cristiana y la generosidad por todos.

Regresa a los Servicios de Información habiendo en este tiempo un punto de inflexión. Un antes y un después en la vida del «Gran Capitán», porque su ingreso en la UCE-1, siendo teniente coronel, lo lleva a lo más trascendental de su carrera en la Guardia Civil. Pieza clave y estimado por todos, tanto en su labor, su inteligencia, su planificación, su desarrollo y en el trato con sus compañeros y sus subordinados.

El trabajo es efectivo. Así, poco a poco, en labor silenciosa y de equipo, van cayendo, uno tras otro, los constructores de ruinas y los malvados del crimen. Ni familiares ni amigos sabemos lo que hace. «Si preguntan por vuestro padre -dirigiéndose Matilde a sus hijos, Sara y Fernando-, contestáis que papá es un funcionario».

Dolor en la familia por el fallecimiento de Néstor -su alma gemela- en marzo de 2001, una muerte de la que Gonzalo tarda en reponerse. «Nenos», dice a sus hermanos, «Néstor ya no está aquí; tenemos que aprender a vivir a partir de hoy».

En julio de 2008 ya son tres las estrellas de ocho puntas y tres años después llegó el gran día de acceder a general. Día grande para él, para los suyos y para quienes lo queríamos. Faja roja, sable y bastón de mando, un bello y sentido discurso para sus compañeros y su familia con el recuerdo de sus seres queridos muertos y las gracias a su comprensiva esposa por saber estar, en momentos muy difíciles, siempre a su lado.

En septiembre de 2011 aparece un ganglio maligno y es intervenido. No le falta buena voluntad y amistad profunda para asistir con Matilde al Centro Asturiano de Madrid a la presentación de mi libro, «Haití, mon amour», departiendo con el padre Ángel, Diego Carcedo y otros asturianos.

Regresa de nuevo al trabajo, pero la enfermedad progresa y se esconde de manera taimada hasta que es necesaria una nueva intervención. El 20 de marzo expira con una muerte anunciada y el dolor de cuantos lo queremos.

Funerales en Sahelices del Payuelo y también en el santuario del Cébrano con la asistencia de cientos de amigos. En septiembre del año pasado subimos con sus cenizas hasta la cumbre de Sobia y allí, junto a las de Néstor, con la mirada abierta hacia los tres valles hubo emociones, lágrimas y plegarias.

Una comisión, «Amigos de Gonzalo», se puso en marcha con el apoyo del Ayuntamiento, del pueblo de Teverga y muchos amigos y hoy, cuando el sol esté en lo más alto, pondremos su nombre en la plaza Mayor. También en estos días aparece su libro bajo el título «Del color de la esperanza», que en edición limitada para el evento -por el fondo de publicaciones municipal- recoge la vida y los gestos del «Gran Capitán». Su grandeza, su bondad, su labor por la libertad de hombres y mujeres y sus imágenes quedan impresas en sus páginas.

Así de grande, valiente y desprendida fue su vida. Así de corta, con las mieles en los labios y un ramo de laurel entre las manos, fue su existencia. Te recordaremos por los tiempos de los tiempos mientras la fuente cantará, día y noche, aquel himno sublime y fraterno que dice: «? Tú nos dijiste que la muerte / no es el final del camino, / que aunque morimos no somos, / carne de un ciego destino. / Tú nos hiciste, tuyos somos, / nuestro destino es vivir, / siendo felices contigo, / sin padecer ni morir... (...). En tu palabra confiamos, / con la certeza que Tú / ya le has devuelto a la vida, / ya le has llevado a la luz».