La parroquia de Pola de Siero amaneció ayer con una triste noticia: el fallecimiento de Juan Bautista Álvarez, el carismático sacerdote que durante 21 años guió a los fieles de la parroquia, y que se jubiló hace apenas tres años, cuando los problemas de salud habían mermado ya sus fuerzas. El funeral por el alma de Álvarez, que contaba 74 años, se oficiará al mediodía de hoy en la iglesia parroquial de San Pedro de Pola de Siero.

El sacerdote falleció en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), donde se encontraba hospitalizado tras sufrir una aparatosa caída en el día del Pilar, a las dos de la mañana de ayer. Un accidente que se sumó a los problemas de salud que ya arrastraba el sacerdote, y que motivaron su defunción. Álvarez era diabético y, en el verano de 2008, había sido sometido a un doble trasplante de riñón. Unos achaques de salud que ya precipitaron su jubilación.

La noticia de la muerte de Juan Bautista Álvarez llegó a la Pola con la mañana, y fue eje de las conversaciones antes y después de la misa del mediodía. Unos diálogos embargados por la pena, ya que Álvarez era querido y respetado por toda la parroquia.

Nacido en El Entrego en 1941, Juan Bautista Álvarez fue ordenado sacerdote en 1966 por el entonces Arzobispo de Oviedo, Vicente Enrique y Tarancón. En sus años de juventud fue coadjutor en Valdesoto, para posteriormente trasladarse a París, donde estudió Teología Pastoral.

De regreso a Asturias, ejerció la enseñanza y fue delegado del obispado en esa área, ejerciendo un papel clave en la estabilización de los profesores de Religión durante la Transición democrática. En 1991, fue nombrado párroco de Pola de Siero, donde sustituyó a Carlos Sánchez Martino.

"Don Juan tomó posesión el día del Cristo de Santa Ana, que es el último domingo de septiembre, de ese año de 1991. Carlos Sánchez Martino había fallecido unas semanas antes, el 8 de agosto", explica el actual párroco de la Pola, Sergio Martínez. Este sacerdote, de hecho, fue vicario parroquial durante los últimos diez años de labor pastoral de Juan Bautista Álvarez, y ofrece un retrato fidedigno de cómo era el fallecido sacerdote.

"Era muy querido en la parroquia porque era una persona muy culta, muy aguda, muy inteligente y con una capacidad mental por encima de la media con bastante nota. Y luego, por otra parte, era un hombre con mucho sentido del humor, capaz de sacar la sonrisa siempre, y la broma, a cualquier situación que le tocaba", explica Martínez.

Además, Álvarez era un hombre muy sensibilizado con los más necesitados: "Trabajó mucho por Cáritas y se involucraba siempre que sabía de alguna persona que tenía problemas o tenía conocimiento de causas de carácter social", relata Martínez.

El director de Cáritas Parroquial de Pola de Siero, Vicente Montes, da fe de la implicación de Álvarez: "Dejó huella. El lanzamiento importante de Cáritas de la Pola se debía a él. Tenía una especial sensibilidad con los pobres y los necesitados, y dio un impulso a Cáritas para que pasase de ser asistencial a poder dar comidas, tener un ropero... Fue un aporte importantísimo que él hizo a los más necesitados", afirma Montes.

Además, el director de Cáritas relata otros episodios personales que muestran la talla humana del sacerdote: "Tenía un amigo, ya fallecido, que había conocido cuando era alumno suyo. Estaba metido en la droga, y Álvarez le ayudó y fue como un padre para él. También recuerdo cuando apareció por la Pola un chico que no tenía a donde ir, y él lo metió en su casa. Tenía una sensibilidad extraordinaria con los más necesitados", afirma.

Los que le conocieron destacan además la inteligencia y la cultura de las que hacía gala el fallecido sacerdote. "Era un hombre de una cultura vastísima y con una capacidad de comunicación fuera de lo común. Sus homilías tenían siempre un contenido que te interpelaba", explica Montes.

Una cultura que, unida a su compromiso social, hacían que sus discursos tras la bendición de los Güevos Pintos, durante la fiesta polesa, fuesen siempre memorables. "Siempre sacaba algún tema social que estaba en el candelero, y no le importaba meterse con quien hiciera falta ni quedar bien. Él tenía que decir lo que decía y eso le costó algún problema, porque a veces le faltó algo de tacto. Pero era un hombre que eso lo llevaba en la sangre", recuerda Martínez.