Opinión

Alberto Torga y Llamedo

Cuando Nava comulgaba en un lagar

La iglesia de San Bartolomé, que fue inaugurada y bendecida el 20 de octubre de 1947, hace ahora 75 años, se edificó en el lugar donde fue derruido un templo románico en el 36 y tras un tiempo celebrando la misa en una instalación sidrera

Cuando decía a mis amigos asturianos de fuera de Nava, del resto de España, de Argentina, de los Países Bajos o de Alemania que yo había recibido la primera comunión en un lagar de sidra, creían que bromeaba. Pero se trata de una realidad histórica.

Los feligreses de la parroquia de San Bartolomé de Nava disponíamos como iglesia de una joya del románico del siglo XII, pero en agosto de 1936 la "burramia" apiló los bancos, las sillas y varias imágenes de los santos en el presbiterio de la iglesia, los roció con gasolina y les dio fuego. Como consecuencia del incendio, se derrumbaron la techumbre y parte de los muros, quedando únicamente en pie algunas de las paredes al lado de una mole de escombros. Como había el peligro de que se hundieran los muros que habían quedado dañados y se produjeran víctimas, y para que no quedara piedra sobre piedra, los autores de semejante acto "cultural" derrumbaron lo que quedaba de la iglesia y obligaron a los paisanos de la aldea, entre ellos a mi padre y a mi abuelo materno, a trasladar en carros de vacas las piedras de los muros a caminos de tierra para machacarlas y transformarlas en grava. Entre ellos recuerdo el que va de El Ventorrillo a Orizón, y el que pasa detrás de mi casa de Vegadali en dirección a La Cantera y La Roza, actualmente carreteras municipales.

El recuerdo más antiguo, pero vivo, que me queda de aquel tiempo, pese a que solo tenía tres años y siete meses, es de cuando estaban tirando los muros de la iglesia. Era sábado y había acompañado a mi padre al mercado del ganado, situado donde hoy se encuentran los edificios de San Cosme y San Damián, pero me cansé pronto y papá me llevó a la casa de una familia amiga situada al lado del mercado, desde cuya galería vi asombrado cómo estaban tirando las paredes del templo, al que me había llevado mamá en más de una ocasión.

Al volver definitivamente de Alemania en abril de 2007, me encontré con un panel situado en las inmediaciones de la nueva iglesia que decía: "Esta iglesia ha sido inaugurada el 20 de octubre de 1947, en el lugar en que se encontraba una iglesia románica que ardió en agosto de 1936". Es decir, que se cayó una vela encendida o se produjo un cortocircuito en la instalación eléctrica, o cayó un rayo en una tormenta que produjo un incendio que asoló el templo.

La historia o es veraz o no es historia y no se puede tergiversar por conveniencias del narrador. La antigua iglesia, joya románica, fue incendiada por la "burramia", uno de cuyos corifeos había comentado días antes: "Hay que quemar los caxellos (colmenas) para descastiar les abeyes".

Cuando a principios de noviembre de 1937 se restableció el culto católico en Nava, fue nombrado encargado de la parroquia el sacerdote llanisco don Agustín Cue Tamés, que no encontró otro local más apropiado para iglesia que el llagar de Quilo y Pérez, donde más tarde se instaló la sidrería La Figar, actualmente cerrada. En aquel antiguo llagar que conservaba el mayaeru, el fuxu y los toneles, comenzó a celebrarse la eucaristía y demás ceremonias religiosas católicas, por lo que el 19 de mayo de 1940 allí recibí la primera comunión junto con otros 109 niños, entre ellos Alberto Vega Cocina, que posteriormente se casaría con mi hermana.

Don Agustín comenzó la construcción de la nueva iglesia en el solar de la derruida, pero al acabarse el dinero no pudo pasar de los cimientos, que quedaron a la altura de la carretera nacional, por lo que los niños los recorríamos como diversión pese al peligro que suponía.

En noviembre de 1943 se marchó don Agustín y vino como párroco don Eulogio Nicieza Rodríguez, que movió cielo y tierra hasta conseguir que la Dirección General de Regiones Devastadas se responsabilizara de proseguir la construcción de la nueva iglesia, la cual fue inaugurada y bendecida el 20 de octubre de 1947 por el entonces obispo de Oviedo, don Benjamín de Arriba y Castro, con asistencia de autoridades civiles, tanto de ámbito nacional como provincial y local.

Yo tuve el privilegio de ser el primer misacantano en celebrar la misa en la nueva iglesia, el 29 de junio de 1956.

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