San Xusto (Mieres),

Aitana CASTAÑO

Entre robles, castaños y hayas. A 740 metros de altura y rodeado de bocaminas. El pueblo mierense de San Justo parece la postal de una aldea asturiana cualquiera. A poco que el caminante se introduzca en sus calles y hable con su gente, las apariencias cambian. San Justo no sólo es el pueblo más antiguo de Mieres, según los datos históricos, también guarda en su interior secretos artísticos y etnográficos fabulosos. Uno de esos enigmas surgió, hace un par de semanas, cuando un operario de las obras del alcantarillado trabajaba junto a la ermita. El obrero, precavido, apartó las dos grandes piedras halladas y continuó su labor. Después vinieron los expertos para determinar que se trataba de un capitel en el que se pueden distinguir dos figuras «como de animales mitológicos, con garras» y la base donde arranca el fuste de una columna con volutas. Las piezas se encuentran en poder de la Consejería de Cultura. Los técnicos tendrán que determinar a qué época pertenecen, aunque todo indica que se trata de elementos del siglo XII.

El capitel y la basa de columna encontrados han sacado a la luz el «potencial» de San Justo. Los vecinos nacidos y criados allí ya sabían la importancia de su pueblo. José Luis Soto lo resume en una frase: «Hace años que conocemos que bajo las calles de San Justo hay restos de importancia. Esto no ha hecho más que empezar».

San Justo llegó a ser un pueblo de ochenta habitantes, todos pertenecían a tres familias: los García, los Gutiérrez y los González. Ahora, aunque muy frecuentado y con casas cuidadas, en las calles sólo caminan una madre y su hijo.

El legado de esta aldea bien se puede dividir en dos apartados: lo material (la ermita, su retablo, el convento, las casas) y lo inmaterial, aquello que se recoge en la tradición oral, en el Camino de Santiago que circula por San Justo.

l La ermita: La referencia escrita más antigua sobre el templo está datada el 20 de abril de 857. Se trata de un diploma real por el que Ordoño I dona a la Iglesia de Oviedo diversos bienes, entre ellos la ermita de San Justo y San Pastor de Mieres. Soto explica que «en el interior del local existe un pozo de tierra bendita. Allí se supone que hubo un dolmen de culto precristiano en el cual se depositaron, después, las reliquias de los santos mártires». No se conserva la planta antigua, que tenía 9,5 metros de ancho por 16 metros de largo. «Era una iglesia grande para sus tiempos», apunta Soto, que enumera las características del templo: «Tenía, al menos, dos arcos y una pequeña antesala, dentro había varias filas de bancos de madera y una reja que separaba la zona sacra del resto. La reja estaba torneada y el altar estaba labrado en piedra al estilo asturiano, con motivos geométricos».

A la entrada de la ermita, a mano derecha, se guardaban las reliquias de los santos mártires. En una de sus paredes había pinturas realizadas por los monjes. Han desaparecido. Se tienen conocimiento de que en 1457 se llevó a cabo un trabajo de restauración, así lo atestigua un documento que se conserva en la Catedral de Oviedo. En 1936, en plena Guerra Civil, fue destruida y posteriormente restaurada por Hulleras de Turón. En la actualidad permanecen en pie el tejado del cabildo, un solo arco y la nave central.

l El retablo. La pieza, en restauración, es policroma. El estilo al que pertenece es fruto de discusión, algunos expertos defienden que es churriguerismo y otros, gótico. «A todos los entendidos que se han acercado hasta la capilla les ha impresionado», explica José Luis Soto. La madera de la que está hecho el retablo, nogal, es uno de los aspectos que más llaman la atención a los que se acercan hasta la ermita. Soto señala que «en la zona hay castaños y robles, pero no nogales, y el hecho de que esté confeccionado con esta madera le da un aire más especial al elemento artístico».

l El convento. A la salida del pueblo, y como una sombra de lo que fue, se encuentra el convento de los benedictinos de San Busto. «Se puede apuntar la posibilidad de que alguno de los dueños del territorio cediera el solar para la construcción del convento, que data de finales del siglo VIII y principios del IX. El convento es un gran pabellón que, en la actualidad, se compone de tres piezas (separadas hacia 1700). En sus días habitados, el monasterio tenía capilla, huerto, cuadra de animales y estancias para los monjes. En torno a la capilla se construyó un cementerio, abierto, en un principio, a los benedictinos y, después, a los vecinos. Hoy en día, el edificio está distribuido en tres viviendas, con inscripciones del siglo XVI y XVII.

l Las casas. El actual valor etnográfico de San Justo viene dado por la manera en que sus gentes han conservado sus hogares. En el pueblo abundan las casas con piedra tallada, hornos de leña y horros que en los días de mayor apogeo de la minería de montaña se acondicionaron como viviendas. Los lavaderos, los carros del país y el molían de escanda de la aldea son el orgullo de los habitantes de la zona.

l La leyenda. El pueblo de San Justo tiene su origen en una leyenda que apunta que los santos mártires venían huyendo de los romanos «montas una mula blanca y, el sitia que güei conócese comu la Patatera, la mula dio una patá nuna peñasca dexando marcá la ferraúra al revés y engañando asina a sos perseguiores». San Justo y San Pastor amarraron la mula donde los caños, junto a una piedra que traía escrito: «Cuandu Dios quería equi augua había». «Entós la mula dio otra patá y tornó a surdir augua», concluye la historia.

l El Camino de Santiago. La ermita de San Justo era parada para los peregrinos que hacían el Camino de Santiago por la ruta que discurría después hacia Ujo y el Carbayu de Langreo. «Los peregrinos se acercaban a San Justo y visitaban su ermita llevando sus exvotos, y si sufrían de una dolencia, recogían tierra del pozo donde se dice que están depositadas las reliquias de los mártires y se la pasaban por el sitio dolorido con el objeto de su milagrosa curación», explica José Luis Soto.