Se conoce como criptozoología a una pseudo-ciencia despreciada por la comunidad científica, que tiene como objeto el estudio de los animales presentes en la mitología y el folclore o cuya existencia no ha podido ser demostrada. Por extensión también se ocupa de los casos en que alguien asegura haber visto un ejemplar perteneciente a una especie extinguida, y cuando se da la circunstancia de que los testigos tenían razón -como ya ha sucedido en varias ocasiones- no se tiene inconveniente en admitir el error y tirar para adelante sin más explicaciones.

Comprenderán que este es el sitio de seres tan mediáticos como el monstruo del Lago Ness o el abominable hombre de las nieves y sus peludos parientes de todo el mundo, pero en este mismo saco también debemos incluir a aquellas otras bestias que a lo largo de la historia han causado el pánico de las gentes, apareciendo de la nada para derramar litros de sangre y volver a perderse de nuevo en las nieblas del tiempo sin que se pueda explicar su naturaleza.

En el año de nuestro señor de 1884 uno de estos animales se paseó por la Montaña Central de Asturias, aterrorizando a los aldeanos, de tal forma que los caminos que cruzaban los bosques se quedaron vacíos, en todas las casas se tomó la costumbre de cerrar las puertas en cuanto caía la noche y quienes pudieron hacerlo, no dudaron en acercar a su ganado hasta los pueblos.

La alarma llevó el suceso hasta la prensa regional y nacional. Primero la recogió «El Carbayón» y más tarde «La Unión», de Madrid, en su edición del sábado 25 de octubre de aquel año. Así lo contaba: «Continua causando grandes estragos la fiera que vaga por los concejos de Lena, Mieres, Quirós y Riosa, y que últimamente se ha presentado en Morcín y en Ribera de Arriba. Aún no se puede afirmar de qué fiera se trata, pues unos dicen que se trata de una pantera, otros creen que de una hiena y algunos pretenden que es un lobo cerval. Lo cierto es que continúa matando reses y cebándose solamente en sus entrañas. En las batidas parciales que se han dado, no ha sido posible alcanzar a la fiera, que anda grandes distancias en corto espacio de tiempo».

Hasta aquí la noticia, tal y como se contó. Ahora, lo que podemos deducir de ella: Lo primero es constatar que se organizaron batidas para poder capturarla, lo que demuestra como la situación, lejos de quedarse en una anécdota, se convirtió en un problema real y extraordinario, que aquellos vecinos trataron de solucionar por las bravas, aunque sin ningún resultado.

Lo segundo y más interesante, viene al saber que no se tuvo en cuenta la posibilidad de que se tratase de un lobo. En vez de lo más fácil se trató de determinar a qué extraña especie pertenecía el animal que no respondía a las características de las alimañas a las que estaban acostumbrados nuestros ancestros, ¿Qué bestia era capaz de desplazarse por una zona tan extensa como la que ocupan estos concejos sin que nadie lograse verla? ¿Por qué no dejaba huellas o excrementos que pudiesen identificarla? ¿A qué se debía su extraordinaria velocidad y su enorme ansia de sangre?

Todas estas dudas, sumadas a su macabro comportamiento alimenticio, que se limitaba a saborear las vísceras de sus víctimas, confundieron de tal forma a aquellos hombres, que en su intento de buscar una explicación lógica para tranquilizarse, tuvieron que recurrir a las bestias más exóticas suponiendo que aquellas que viven en otras latitudes debían actuar de manera diferente a las de aquí. Es cierto que los lobos comunes, raposos y otros cánidos también prefieren comer directamente del interior de las presas que capturan, pero las otras características de su comportamiento hicieron que los vecinos no pudiesen culparlos, porque conocían de sobra que sus hábitos no eran esos.

Creo que en el fondo todos sabían que no podía tratarse de una pantera -como sugería el periodista-, a no ser que alguien se hubiese preocupado de traerla ex profeso de tierras americanas para causar el pánico en Asturias. Algo parecido sucedía con la posibilidad de la hiena, que tampoco podía haber cruzado el estrecho de Gibraltar y llegado hasta aquí por sí misma. Pero los indianos y los soldados que habían estado en África contaban cosas terribles de ambas especies y era importante ponerle cuerpo a aquel fantasma con garras.

Tal vez la única posibilidad que podemos tener en cuenta sea la del lobo cerval, aunque para ello tenemos que olvidar todas las preguntas que nos hemos hecho antes, porque este animal tampoco puede dar la respuesta a ninguna. Aún así, vamos a detenernos en él, aclarando de antemano que los propios naturalistas siguen sin ponerse de acuerdo sobre su existencia real en Asturias, ya que deben saber que lo que se conoce como «lobos cervales» no son otra cosa que linces.

Según el biólogo Miguel Delibes, uno de los hijos del escritor del mismo nombre, experto en el lince ibérico, es raro que este se haya asentado en Asturias porque su alimentación está muy ligada al conejo, que no habita ni aquí ni en el resto del Cantábrico. Pero numerosos testimonios orales nos dicen lo contrario: a lo largo del siglo XX se los ha cazado en Lindes (Quirós), Riospaso (Lena), Cecos (Ibias) e incluso en Cudillero, amén de otros dos atropellados en el Connio y La Cobertoria y de numerosos avistamientos por la sierra del Aramo y el macizo de Ubiña.

En 1848, el Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, de Pascual Madoz, fuente inevitable para conocer los datos de esta época, solo los situaba en Morcín, y una década más tarde, otro Pascual, en este caso apellidado Pastor, que hizo la primera síntesis de la fauna regional, los dejó fuera de su lista. En sentido contrario, en las actas de la Junta General se conserva una comunicación firmada por Juan Álvarez, párroco de Villanueva, en Teverga, el 21 de febrero de 1813 en la que actúa como testigo para que su vecino Clemente Arias pueda cobrar lo establecido en la ley, por haber matado de un tiro de escopeta un lobo cerval grande, que el vio antes de que lo desollase.

Y muy cerca de Asturias, en otras partes del norte y de Galicia también se ha constatado su presencia hasta hace muy poco; lo mismo que en el País Vasco y Navarra, o al sur de nuestros montes en la sierra zamorana de La Culebra.

No sabemos a qué carta quedarnos, pero tal vez eso sea lo de menos, ya que aunque confirmemos la presencia de este animal en las cuencas mineras, nuestras dudas siguen sin solución. El lobo cerval tiene el pelaje rojizo, moteado de numerosas manchitas negras y con el vientre es blanco y a pesar de que su talla es relativamente pequeña es un incansable depredador, pero como ya dijimos se alimenta de liebres y conejos y en su defecto de pájaros, ardillas e incluso topos?pero no mata vacas para comerse sus tripas. ¿Qué nos queda entonces?

La época en que la fiera se paseó por la Montaña Central, coincide con el auge del romanticismo literario, tan propicio a fantasear con monstruos de todo tipo y criaturas adiestradas por hombres malvados para esparcir el mal; pero en este caso, aunque resultaba fácil hacerlo para vender periódicos, la prensa no quiso jugar con el miedo de las gentes.

Nosotros, sin alejarnos mucho de la sensatez, no podemos olvidar que la historia europea abunda en testimonios sobre fieras desconocidas, que llegan, matan y desaparecen sin rastro. Algunas buscan preferente la carne humana, como la famosa Bestia de Gévaudan que causó la desolación por esta región del sur de Francia a mediados del siglo XVIII dejando entre 88 y 124 víctimas, según las fuentes. Allí se habló también de un animal exótico, que nunca fue identificado con seguridad, a pesar de que llegaron a movilizarse las tropas reales en su busca y de que dos animales (un lobo grande y otro cánido cuya especie no pudo determinarse) fueron abatidos en diferentes momentos.

Y este no fue un caso aislado. Antes, en 1693 otra fiera similar había causado en otra ciudad situada más al norte, otro centenar de muertes, la mayoría mujeres y niños. Más tarde, ataques parecidos se fueron repitiendo cada cierto tiempo hasta fechas tan cercanas como la década de 1950, casi siempre limitados al ganado, aunque no por eso dejaron de ser temidas por los campesinos.

Lo único cierto es que en 1884 un animal desconocido se paseó libremente por nuestras montañas despistando a una generación que estaba mucho más acostumbrada que la nuestra a sufrir las fechorías de los lobos, sin que nadie se atreviese a ponerle nombre ni cuerpo. Y tal como vino, se fue, dejando como su firma con una rubrica de sangre.