Donde ellas gobernaban: una exposición muestra los lavaderos de la comarca, lugares de reunión limitados a las mujeres

La colección, con fotografías y puestos, está abierta al público en el centro social de mayores de Mieres

En primer término, Montse Garnacho con su foto de cuando era niña, detrás Manuel González, Felipe Abad y Gema Suárez. | C. M. B.

En primer término, Montse Garnacho con su foto de cuando era niña, detrás Manuel González, Felipe Abad y Gema Suárez. | C. M. B.

Ocurre que, a veces, la memoria siempre lleva al mismo punto. A Montse Garnacho, el recuerdo de su infancia se queda en una foto fija: su madre, con un balde en la cabeza y rodeada de niños, camino del lavadero de La Villa. Como ella, cientos de mujeres acudían a diario a lavar la ropa. Aquellas construcciones de piedra, con un agua tan fría que cortaba, eran lugares de trabajo duro. También de desahogo, de sororidad y de matriarcado. Porque hasta mediados del siglo pasado, fueron espacio de reunión de mujeres. Quizás el único recurso social reservado en exclusiva para ellas.

Una exposición muestra ahora una serie de imágenes y textos sobre los lavaderos que aún se conservan en la Montaña Central. Es una colección en la que, además de la escritora mierense Montse Garnacho, participan Felipe Abad y Manuel González. El primero se encargó de velar por la recuperación de estas antiguas construcciones, luego les sacó las fotos que ahora aparecen en la muestra. El segundo es un coleccionista de prendas y utensilios de lavado antiguos.

La muestra, que se ha inaugurado esta mañana en el centro social de personas mayores de Mieres, recopila medio centenar de lavaderos que siguen en pie: quince en Mieres, diez en Aller y otros tantos en Lena; además de construcciones en Morcín, Riosa y Ribera de Arriba (cinco en cada municipio). Más allá de las piedras, apunta Garnacho, lo que más importa son las historias que narran: "Hay que recordar que, cuando no había lavadoras en las casas y las familias eran tan numerosas, las mujeres podían estar durante horas y horas en el lavadero". "Era un lugar de trabajo muy duro, muchas lo recuerdan así; pero lo cierto es que también eran un recurso para el encuentro y para el desahogo".

Montse Garnacho, durante la presentación | C. M. B.

Montse Garnacho, durante la presentación | C. M. B.

Tanto era así que los hombres bautizaron a estas construcciones como "el mentirosu". Eran los espacios a los que ellas "iban a contar sus penas, donde compartían con el resto de mujeres lo que les preocupaba o los sueños que tenían". En Mieres, actualmente, se conservan quince. Pero llegaron a contabilizarse doscientos lavaderos por toda la ciudad. El más céntrico era el de La Villa. "Tenía más de seis balsas de gran tamaño", apunta la escritora.

Se ubicaba donde ahora está el centro de salud Mieres Sur. Cree Felipe Abad que uno de los motivos por los que se han conservado tan pocos lavaderos es que "nunca se les dio la importancia que tenían". Las propias mujeres "reconocían el trabajo en lo económico y, por eso, restaron valor a lo que ellas hacían". Lavar ropa y penas. Tenderlo todo, dejar que el aire las secara.

Las prendas

Todo cuenta una historia. La muestra de los lavaderos se completa con una réplica de tendal en madera, decorado con las prendas que colecciona Manuel González. Una de las piezas más llamativas es una suerte de braga con corsé, con apertura en la parte inferior para que las mujeres pudieran orinar de pie. "Era peligroso, en ocasiones, perderse por los arrabales. Así que esta prenda era una solución para las largas jornadas en el lavadero", explica Montse Garnacho. Algunos lavaderos, como el de Lloreo (Mieres), se completaron con un aseo. "Es un honor contar con esta muestra aquí. Habrá visitas de escolares para que conozcan esta parte de la historia y del patrimonio", ha explicado Gema Suárez, directora del centro social de mayores.

El lavadero de La Villa, en Mieres. | Reproducción de C. M. B.

El lavadero de La Villa, en Mieres. | Reproducción de C. M. B.

Algunas usuarias recuerdan aquellas tardes de verano en el lavadero. Parecían infinitas. Las que mejor llevaban el duro trabajo del lavadero eran, sin duda, las jóvenes del pueblo. Para algunas, era el único momento lejos de la mirada de sus mayores -especialmente de los varones de la familia-. Por eso, había un código casi universal para hacer ruido con las palanganas o los calderos. Así llamaban ellas al chaval con el que "refrescaban". Tanto se extendió aquello, lo de darse unos arrumacos camino del lavadero, que hasta lo recogió una canción popular:

"¿Dónde vas a por agua? / Voy a la ría /con la ayuda del agua, / verte quería".

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