josé luIs garcía martín

En la bolsa de los valores literarios, la cotización de Emilia Pardo Bazán está en alza. Junto a Galdós y Clarín es quizá la figura de la época realista que más interés despierta entre los estudiosos y también entre los simples lectores. Las razones de ese interés no son todas estrictamente literarias. Se han vuelto las tornas y todo lo que en su tiempo sirvió para denostarla -fundamentalmente que no quisiera circunscribirse al papel que entonces se concedía a la mujer- se utiliza hoy para enaltecerla. En la corta historia del feminismo español, Emilia Pardo Bazán ocupa uno de los primeros lugares.

Sorprende leer lo que dijeron de ella -en público y en privado- las mentes más esclarecidas de su tiempo. Tras la publicación de Los pazos de Ulloa, novela que sigue siendo considerada su obra maestra, Menéndez y Pelayo le comenta a Varela: «Parece increíble, y es para mí muestra patente de la inferioridad intelectual de las mujeres, el que teniendo doña Emilia tantas condiciones de estilo y tanta actitud para estudiar y comprender las cosas, tenga al mismo tiempo un gusto tan rematado y una total ausencia de tacto y discernimiento».

Bucólica y otras novelas (Lengua de Trapo) reúne, seleccionadas y prologadas por Marta González Megía, seis novelas cortas que abarcan prácticamente toda la etapa creadora de Emilia Pardo Bazán, desde mediados de los años ochenta hasta poco antes de su muerte, ocurrida en 1921.

La más curiosa de estas novelas es La gota de sangre, de 1911, un intento de emular en español las narraciones detectivescas que, en la estela de Sherlock Holmes, estaban entonces de moda. Del párrafo final se deduce claramente que Emilia Pardo Bazán pensaba, tras el caso inicial, iniciar una serie a la manera de Conan Doyle: «Después de esta aventura he comprendido que, desde la cuna, mi vocación es la de policía aficionado. Me di cuenta de que el fastidio no volvería a mí si me dedicaba a una profesión que tan bien armoniza con mis gustos y, me atrevo a decirlo, con mis condiciones y aptitudes, o dígase mis inspiraciones atrevidas y geniales. Resuelto a ejercerla, me voy a Inglaterra, a estudiar bien, a tomar lecciones de los maestros. Y tendré ancho campo en este Madrid, donde reinan el misterio y la impunidad. Traeré al descubrimiento de los crímenes elementos novelescos e intelectuales, y acaso algún día podré contar al público algo digno de la letra de imprenta».

Una equivocada elección del narrador -el propio detective aficionado- frustra el experimento de «La gota de sangre», y quizá por eso la aventura inicial no tuvo continuación. Lo más interesante del relato no es el trivial misterio que le permite al jactancioso protagonista lucir su inteligencia ante un juez y unos policías particularmente obtusos, sino su componente costumbrista, lo que nos revela de la vida burguesa y ociosa en el Madrid de comienzos del siglo XX.

Buena parte del interés de la novela realista estriba en lo que tiene de involuntario, y por eso difícilmente manipulable, documento histórico. La dama joven, la primera de las novelas reunidas en este volumen, nos habla de dos mujeres que han de ganarse duramente la vida y de la tentación del teatro. Los pequeños detalles exactos son lo más valioso del relato, un buen ejemplo del modo que tenía Emilia Pardo Bazán de interpretar la estética naturalista. Zola se sorprendió de que su divulgadora en España -la autora de los resonantes artículos reunidos en La cuestión palpitanteÑpracticara la religión católica. Ésa es una de sus muchas paradojas. En «La dama joven» son los buenos consejos de un inteligente confesor los que llevan al inesperado final feliz.

La algo asfixiante grisura de «La dama joven», ambientada en la provinciana Marineda (el nombre de ficción que Pardo Bazán dio a La Coruña), se trueca en bienhumorada eutrapelia en Bucólica, narración epistolar que en algo recuerda al Eça de Queiroz de La ciudad y las sierras.

Cada uno..., de 1907, nos habla de una súbita conversión inexplicable, a la manera de la que encontramos en El escándalo, de Pedro Antonio de Alarcón. «Visitando la biblioteca y capilla de un establecimiento de enseñanza fundado por la orden más combatida de los tiempos modernos», esto es, los jesuitas, el narrador cree reconocer a una persona «desaparecida de la sociedad» con la que tuvo trato en otro tiempo. De la historia que el antiguo don Juan nos cuenta destaca una bárbara juerga en la que acaba muriendo una mujer. Pocas veces la insensibilidad de una época cercana hacia la mujer -se lamenta el accidente que acaba en muerte, no las sevicias previas- habrá quedado tan minuciosamente reflejada.

Los dos relatos que completan la selección no se sitúan en época contemporánea. Belcebú nos lleva a los finales del siglo XVII, al reinado de Carlos II. Un seductor demonio es el protagonista de esta historia, sugerentemente contada, en la que la Inquisición está vista con razonada benevolencia. Emilia Pardo Bazán se muestra como buena conocedora de magias y hechicerías, y acierta a darle los adecuados toques de verosimilitud a esta subyugante fábula gótica.

Viejas leyendas gallegas están en el origen de La serpe, publicada en 1920, un año antes de su muerte. Algo lejos nos encontramos del vigor de los primeros relatos, pero todavía Emilia Pardo Bazán nos demuestra que no ha olvidado ninguna de sus viejas mañas de narradora.

Lo más vivo de la escritora, aparte de su propio, inagotable personaje, tan de otro tiempo y tan de nuestro tiempo, son sus cuentos, entre los que las raudas obras maestras -de los más diversos tonos y estilos- se cuentan por docenas. Lo mejor que se puede decir de estas seis novelas cortas es que no desmerecen en exceso junto a ellos.