En 1980, con 23 años de edad, Joan Rosell fue candidato al Parlament de Catalunya por el fracasado partido Solidaritat Catalana, que encabezaba Juan Echevarría, un empresario bien relacionado con el antiguo régimen. Se situaba en el ala más conservadora y menos autonomista del espectro y su referente era la Alianza Popular de Manuel Fraga. El año anterior, con 22 años, Rosell había publicado un libro con el significativo título de «España, dirección equivocada». Treinta años mas tarde, en calidad de presidente de Foment del Treball (la patronal catalana), la misma persona se dejó ver en la manifestación del 10 de julio de 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional que recortaba el Estatut catalán; ello le valió que desde ciertos medios de Madrid se le tachara de independentista.

Tan radical evolución da idea del pragmatismo y la flexibilidad del hombre que ha sustituido a Díaz Ferrán al frente de la CEOE. Unas virtudes especialmente necesarias en estos tiempos que exigen consensos a los que sólo se llega desde la predisposición negociadora.

¿Ha saltado Rosell del fraguismo al separatismo en tres décadas? Desde luego que no. El nuevo líder patronal se ha limitado a mantener la sintonía fina con su gente, los gestores de empresas; si se quiere, los gestores de grandes empresas, como la Fecsa-Enher, que el mismo presidió porque su mentor Juan Echevarría le recomendó ante Rodolfo Martín Villa. En 1980, en medio de una crisis aterradora, ese mundo empresarial estaba preocupado por el alcance de la transición; no se fiaban ni del reformismo de Adolfo Suárez ni del incipiente Estado autonómico. Por eso se acercaron a Fraga, antes de comprobar que Pujol podía ser de los suyos.

Treinta años más tarde los gestores empresariales catalanes están muy preocupados por la financiación de la Generalitat, que es un gran contratista de obras, servicios y consumibles, y desean acabar con los déficits fiscal y de infraestructuras de Cataluña. Por eso la junta de la patronal catalana aconsejó a su presidente que estuviera en la manifestación del 10 de julio.

Ver lo que hay y actuar en consecuencia, sin apriorismos partidistas: así se explica la trayectoria de Rosell, y así se explica que en una de sus primeras intervenciones como presidente de la CEOE haya llegado a hablar de «aplaudir al Gobierno» y de estar a su lado cuando toma medidas necesarias pero impopulares que le suponen un coste electoral.

La sola idea de que el patrón de patrones hablara bien de cualquier Gobierno socialista hubiera sonado a herética hace sólo unas semanas. Díaz Ferrán se despidió justamente lanzado sus últimas andanadas contra el Ejecutivo de Zapatero, quien sin duda espera encontrar en Rosell el interlocutor flexible que ha echado de menos desde que, tras rendirse a la evidencia de la crisis, quiso pactar las grandes reformas, tarea que con Díaz Ferrán de interlocutor pareció misión imposible. Como por casualidad, la llegada de Rosell ha coincidido con una sesión del Congreso en la que Zapatero y Rajoy han esbozado algo parecido a una voluntad de entendimiento para abordar el saneamiento estructural de la economía española, una tarea que, según la opinión del jefe de Gobierno, requerirá al menos cinco años y mucho mucho consenso.

Por lo que les va a sus representados, la patronal debe tener ahí su protagonismo activo e incluso proactivo, algo que no se daba con el anterior presidente, y mucho menos, en los últimos tiempos, en que la estrepitosa caída de sus propias empresas le privó de la necesaria credibilidad. Demasiado tiempo ha transcurrido desde el día en que el relevo devino inevitable. La celebrada afirmación de Díaz Ferrán de que de la crisis se sale trabajando más y cobrando menos puede ser aplaudida por bastantes, pero es la peor tarjeta de visita para una negociación entre los agentes sociales; más todavía cuando, al mismo tiempo, ex trabajadores de sus empresas fallidas tienen problemas para cobrar lo que les toca.