Cuca ALONSO

Dicen que la riqueza de los mares está en el plancton, esa sustancia casi invisible que, en definitiva, es la que sustenta la vida de las especies. Muchas veces en la vida humana se descubren elementos parecidos, personas que por su discreción no emiten vibraciones de alta frecuencia para ser detectadas por el sonar de la popularidad social, pero constituyen el recio entramado del progreso de su tiempo, de la evolución de la cultura o la salvaguardia de la historia. Es el caso de José Ramón García López, un hombre sereno y silencioso, trabajador tenaz, al que le calza perfectamente el símil marino; además de dirigir el Museo Marítimo de Luanco, acaba de publicar el quinto o sexto de sus libros, un volumen precioso desde cualquier punto de vista, «Historia de la Marina mercante asturiana».

¿Estamos ante un escritor, un marino, o un banquero? Todos recordamos cómo, al cumplirse en centenario del Banco de Gijón, José Ramón García López publicó la historia de la entidad a lo largo del siglo. Pues no, su profesión principal es la catedrático de Historia Económica en la Escuela de Empresariales de Gijón, aunque aparte de esto no le gusta perder el tiempo. Nacido en Luanco, y vecino de Gijón desde 1971, «aún llegué a conocer a aquel célebre vagabundo al que llamaban Marieta». Tras cursar el Bachiller por libre y examinarse en el Instituto Carreño Miranda de Avilés, «donde era directora la mítica Esther Carreño», José Ramón García vino a Gijón a seguir estudios en la antigua Escuela de Comercio; allí debió de tomar gusto por los números, porque su siguiente paso fue ingresar en la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao. «Como sólo había tres facultades de esta especialidad en toda España -Madrid, Barcelona, Bilbao-, recuerdo que ésta era poco menos que internacional. Desde los estudiantes catalanes que venían huyendo del terrorífico profesor Estapé, había de todo, gallegos, andaluces, castellanos...»

-Y sobre todo vascos. ¿Ya había problemas?

-Era el final de la década de los sesenta, por tanto un tiempo convulso. La movida francesa había llegado también a España, y Bilbao era un hervidero. Aparte de la importante agitación obrera, asistí al nacimiento de ETA. El primer atentado de la banda fue contra un guardia civil, se apellidaba Pardiñas, y el etarra que lo hizo, Echevarrieta, que también murió, era compañero mío de curso: un chaval espigado, aparentemente normal...

-¿Usted cómo participaba de ese ambiente?

-Con miedo, porque por mucho que lo intentases no podías sustraerte al clima que se respiraba: vivíamos en plena efervescencia del famoso diálogo cristiano-marxista, principalmente. Recuerdo haber asistido a un recital de Julietta Masina, la esposa de Federico Fellini, sobre Dante Alighieri, en el Paraninfo de la Universidad lleno hasta la bandera. Todo lo que se hacía lo seguíamos, y ver a un comunista discutir con un cura era apasionante. Aunque también contemplo con vergüenza que tuviéramos que luchar por cosas tan elementales como reunirnos, asociarnos... O que la Cuaresma y la Semana Santa estuvieran reglamentadas. La represión era brutal en todos los sentidos. Menos mal que nos quedaban Chumi-Chúmez, «La Codorniz», «Hermano Lobo»...

-Usted, ¿hacia dónde evolucionó?

-Tengo un amigo poeta que suele decir «Todo para el pueblo, con el pueblo y para el pueblo... Pero sin mí». Yo pienso lo mismo. No me gusta desnudarme ante nadie, ni hace falta; la desnudez es fea, requiere una extrema intimidad. Y eso que aquella moda que se llamó «streaking» tenía su gracia; hubo una chica que atravesó corriendo un campo de fútbol de esquina a esquina, sin reivindicar nada, y su gesto me pareció un canto a la vida.

-¿Qué hizo una vez licenciado en Ciencias Económicas?

-Entré en el sin par Banco de Gijón, entre otras razones para poder casarme. Digo sin par porque todos sus empleados eran especiales. Yo tenía entonces 25 años y descubrí una casa con 200 y pico trabajadores, y ni uno repetido, algo alucinante, cuando pensaba que la sociedad era algo bastante homogéneo. Para empezar, ninguno quería llevar corbata y todos tenían mote. Había un jefe al que llamábamos «El Cañaveru», por su complexión alta y espigada, que nos decía: «Sí, bobín, el primer día todos con corbatina, pero en seguida os creéis más rojos que nadie y os echáis a la gandalla. ¿Y no veis Rusia, donde todos los obreros lleven corbatina?» Me mantuve doce años en el Banco de Gijón, y abandoné al conseguir plaza de profesor en la Universidad de Oviedo.

-Si trabajar en un banco, entonces, era un seguro de vida, ¿por qué ese cambio? ¿acaso tenía vocación docente?

-Sí, me gustaba la enseñanza y de hecho ya había dado clases en la Escuela de Empresariales compaginándolas con mi trabajo. Al convocarse oposiciones para profesor numerario, me presenté, y obtuve plaza. Entonces decidí dejar el Banco de Gijón. Posteriormente tuve oportunidad de opositar de nuevo, esta vez a la cátedra de Escuela Universitaria; soy titular de Historia Económica. Sigo en activo y desde el mes de enero estamos en la Universidad Laboral.

-¿Quiénes son sus referentes en dicha especialidad?

-Felipe Ruiz Martín, Gonzalo Anes, Jordi NadalÉ En España hay gente de muchísima talla. Pero en el siglo XVIII, Adam Smith ya dejó dicho todo lo que hay que hacer para desarrollar la riqueza de las naciones: permitir que el hombre trabaje, mientras el Estado mantiene la vigilancia. De este modo se contenta a todos, a los liberales y a los socialistas. Luego, Carlos Marx hizo una crítica al capitalismo, válida en ciertos aspectos, que se asumió. Con ello, el capitalismo ha demostrado su flexibilidad, que es capaz de adaptarse siempre que quede algo considerado intocable: la tasa de ganancia. Marx, por tanto, no tuvo razón en todo, ya que es imposible acabar con la plusvalía. El paraíso terrenal no existe.

-Hay quien opina que es el capitalismo, lo que más se le parece...

-No podemos pensar así cuando hay continentes enteros que están fuera de la mesa, pero también es verdad que estos países desean vivir como capitalistas; lo están viendo en televisión. En Cuba, sin ir más allá, pagan lo que no tienen por conseguir la revista «¡Hola!», o ver los culebrones que les enseñan una realidad que no van a tener nunca. Es algo muy viejo, lo hemos visto en Shakespeare, como el «Rey Lear» protestaba ante las hijas al verse privado de algo, «no se puede vivir sin lujo», decía.

-Dirige usted el Museo Marítimo de Luanco, ¿qué le vincula al mar?

-Sólo eso, que soy de Luanco. Cuando observé que el viejo museo había naufragado, sentí vergüenza torera, y me propuse reflotarlo ofreciéndome para todo. Era el año 1991. Me serví de un método que nunca falla. A Ramón y Cajal, cuando hizo públicos sus descubrimientos sobre el sistema nervioso, un periodista le preguntó: «Don Santiago, ¿cómo lo ha conseguido?» «Pensando mucho en ello», contestó. Con reflexión y constancia se solucionan muchas cosas. Así que me puse a pensar, y la Corporación municipal respaldó mi proyecto. Se incorporaron colaboradores voluntarios, y poco después se involucrarían algunos organismos oficiales. Al principio sólo contábamos con donaciones particulares. La primera provino de un marinero, Fernando Heres, entusiasmado con la idea. La evidencia es que cogimos el Museo con 300 piezas y hoy tiene 10.000. La colaboración popular fue extraordinaria, y aunque el Museo funcionaba desde 1948, nunca había interesado a las gentes, de manera que le dimos otro enfoque, más etnográfico, y hoy el pueblo lo considera algo suyo.

-¿Le supone una gran dedicación?

-No, más bien marginal. Le destino muchas horas de ocio, de vacaciones... Uno de mis maestros ha sido Guillermo Basagoiti, el director del Museo Evaristo Valle, todo un ejemplo de eficacia y honestidad. También Santiago Romero, director del Museo de la Minería de El Entrego.

-Como escritor, creo que le hemos descubierto a propósito del libro sobre el Banco de Gijón...

-No era mi primera obra, ya había escrito sobre los comerciantes banqueros. Escribir es una consecuencia de la investigación, pero no me considero escritor. Luego edité otro volumen sobre el «Banco de Oviedo», correspondiente al siglo XIX, que refleja la época de los Pinedo, Alvaré, Masaveu... Y un tercero, «Las remesas de los emigrantes», tema que estaba inédito.

-Ahora se ha pasado usted a la historia de la Marina mercante, ¿por qué?

-No había nada sobre esta materia; si acaso algo falso o inventado, y yo soy historiador a la antigua, es decir, me baso en los documentos. De este libro, que corresponde a la Marina mercante de la segunda mitad del siglo XIX, se tiraron mil ejemplares, adquiridos en buena parte por los puertos de Gijón y Avilés, el Ayuntamiento de Gijón y la empresa Duro Felguera. Era la época del vapor, pero antes había escrito la concerniente a la vela, que ocupa la primera mitad del XIX. Actualmente estoy escribiendo la historia mercante del siglo XX.

-¿Hará lo mismo con la del siglo XXI?

-No, porque la Marina mercante asturiana se terminó en el XX. Ya no hay barcos y la matrícula ha desaparecido, cuando antes había tres, Gijón Avilés y San Esteban; en esta última estaba consignada toda la flota de los Fierro. Sigue habiendo armadores, pero matriculan sus barcos en Madeira, Canarias o Panamá. La crisis comenzó en los años setenta y ya no se detuvo.

-¿Ha tenido usted barco, alguna vez?

-Nunca, soy hombre de tierra; la mar sólo me interesa para bañarme en verano.