Economista, patrona del Albergue Covadonga

J. L. ARGÜELLES

El Club LA NUEVA ESPAÑA de Gijón ofrece hoy su tribuna abierta a Begoña González y Tomás Marco, dos concienzudos investigadores que hablarán a las ocho de la tarde, en el centro San Eutiquio, sobre las leproserías en Asturias y el Camino de Santiago. Ambos son patronos del albergue Covadonga. Begoña González, economista, enlaza en esta entrevista aquel pasado con nuestra inmediata actualidad.

-¿Cuál es la relación entre las leproserías y el Camino de Santiago?

-Mucha. La ruta jacobea perfiló territorios, personas, legislaciones... También obligó a adoptar medidas especiales. En las primeras épocas, hospitales de peregrinos o albergues y malaterías se confunden: son lo mismo. Con los años, se optó por diferenciar hospital y leprosería.

-¿Existían malaterías antes o crecen con la apertura del Camino de Santiago?

-Sí había malaterías antes y se conocía la lepra. Intuimos que existían leproserías, pero, evidentemente, crecen con el Camino. A finales del siglo XIII o principios del XIV, vemos que ya hay, perfectamente separados, albergues de peregrinos dedicados a las personas en tránsito hacia Santiago y las leproserías. En muchos enclaves del Camino primitivo van parejos: hospital y leprosería están enfrente el uno de la otra.

-¿La lepra fue un problema en el Camino de Santiago? Lo digo porque es fácil imaginar que hubo muchos enfermos que hicieron la ruta esperando algún tipo de milagro.

-Sí, había leprosos, pero también personas con todo tipo de enfermedades. Es evidente que uno de los motivos por los que la gente peregrinaba era buscar la curación. Los peregrinos salían ya enfermos de su casa, algunos con enfermedades mentales, tullidos... en fin, de todo. Por supuesto, encontrar un hospital en el Camino era un principio de supervivencia. Es más, el peregrino planificaba su itinerario siguiendo lugares en los que existiera atención sanitaria; era vital.

-¿Asturias estaba bien preparada, tenía suficientes puntos de atención al peregrino?

-De ese asunto sabe mucho más Tomás (Marcos), que lo ha estudiado a fondo. Había malaterías. La nobleza y el clero habilitaron, desde la apertura del Camino, casas y fincas para la atención de los leprosos. No olvidemos que eran unos marginados; por ejemplo, tenían que hacer chocar dos palos para avisar de su cercanía. En Asturias sí había una red de malaterías, con puntos en los centros de población más importantes.

-¿Y los hospitales de peregrinos?

-Era muy destacado el hospital de San Juan, en Oviedo, que estuvo activo hasta el siglo XIX. Tenía ya un tamaño importante, porque los centros en Asturias eran más bien pequeños. Sobre el de San Juan, desaparecido, hay bastante documentación. Ocupaba las calles Águila, Jovellanos y Schulz y estaba en un antiguo palacio de Alfonso II que Alfonso III donó a la Iglesia para hacer el hospital.

-Sabemos de la importancia fundamental de Oviedo en la ruta jacobea, por San Salvador; también el de poblaciones como Mieres del Camino, ¿y Gijón?

-Tiene un papel importante en la llamada ruta costera, que es posterior. La ruta primigenia es la que hizo Alfonso III cuando recibe la noticia, en el año 829, del descubrimiento en Galicia de la tumba del apóstol Santiago. Y toma el camino más rápido y fácil: Oviedo, Grado, La Espina, Tineo... El fenómeno jacobeo experimenta una propagación enorme, con muchísimos peregrinos. De ahí surgen otras rutas, como la francesa, que ha sido la predominante. Y también la litoral, en la que Gijón tiene un papel importante. Estaba el hospital de los Corraxos, según la denominación utilizada por Jovellanos, pues, por lo visto, era así como llamaban a los peregrinos. Era un lugar humilde, en Cimavilla, con pocas camas. La ruta litoral se seguía más en invierno, al estar tomados los puertos por las nieves, aunque tampoco era fácil.

-Tengo la impresión, no sé si la comparte, de que Asturias ha ido perdiendo peso en el Camino de Santiago.

-Sí la comparto. El Camino fue un fenómeno extraordinario en Europa; fue una vía viajera, global, que anulaba las fronteras y que fue respaldada por todos los países. Hubo una protección oficial. Ese crecimiento hizo que Asturias, que nuestra ruta primitiva, fuera perdiendo importancia en favor del «camino francés».

-¿Cómo surgió la investigación que han hecho usted y Cuesta?

-Tomás es un ratón de biblioteca y a mí me gustan mucho estos temas. Él, que está ya jubilado, tiene más tiempo que yo, pero ambos tenemos esta pasión y curiosidad por la Historia, particularmente por la de Asturias.

-¿Reunirán toda esa documentación en un libro?

-Pues no lo hemos pensado. Lo que yo estoy escribiendo es una novela, ambientada en Asturias y situada en el siglo XV, que me parece un momento crucial y a partir del que hay un antes y un después. Lo que plantea de escribir un libro, pues sí, podría ser, porque tenemos mucha documentación y muy variada; aunque es cierto que somos más lectores que otra cosa.

-¿En qué medida el albergue Covadonga es heredero del planteamiento de auxiliar a los peregrinos?

-La verdad es que lo yo lo veo así y pensaba concluir la charla (de hoy) con ese recordatorio, para subrayar que el albergue Covadonga está ahí y que es el único que hay en Gijón. No atendemos peregrinos, pero sí transeúntes, que es un poco lo mismo, porque el Camino acabó siendo una ruta con todo tipo de personas. Como decían entonces, ofrecemos techo, lecho... Y después ya derivamos a las personas a donde proceda. Somos un servicio de acogida inmediata, y no hay otra instalación en la ciudad que haga esa función.

-¿Notan los efectos de la crisis?

-Mucho. Las principales contribuciones son de la Administración, entidades bancarias y otros organismos. También debo decir que hay contribuyentes particulares muy generosos, con años de colaboración desinteresada; es impagable.

-¿Ha aumentado el número de usuarios?

-Claro, estamos absolutamente desbordados. Hace poco no pudimos atender a ocho transeúntes. Todo eso duele: que nos piquen a la puerta y que no podamos socorrer porque estamos sin sitio; no poder dar esa atención primera.