Si Luis Manuel Flórez García, por todos conocido como «Floro» el de Proyecto, tuviera que desengancharse de algo, sería de la siesta. Dicen los amigos y los que bien le conocen que, además de dormir como un «benditu» desde hora temprana, es de los españoles que no perdona echar una cabezada después de comer. Tanto, que siendo como es un tipo de amplios compromisos, buena tertulia y muchos amigos, le pone pegas a comer fuera de casa porque es entonces cuando siempre lamenta que no haya restaurantes con «camatoiros» para echar el «pigazu».

Así que, de haber pasado algún «mono» en su vida, es de suponer que el presidente nacional de Proyecto Hombre -se resistió cuanto pudo al cargo, pero en 2011 le cayó encima- lo sufriera por falta de sueño y lo habrá compartido con su mujer, Mina, o sus hijas Irene y Aida. Porque no fuma desde hace años, no suele tomar café y otras adicciones o vicios no se le barruntan como no sea la de desengancharse del mundo y disfrutar con la «yerba» de los praos asturianos, las montañas y los Picos de Europa.

Subiendo al Urriellu, un reto personal que quería superar antes de llegar a «vieyu», celebró sus 50 años de vida -de eso hace ocho- y algunos en su entorno ya se hacen cruces para que la gran celebración de este año, la de los 25 años de trabajo y de implantación en Asturias de Proyecto Hombre, no acabe con toda la banda de Proyecto y la Fundación CESPA, que les arropa jurídicamente, subiendo y bajando picos. Entre otras cosas porque este festejo no es cosa de uno solo, sino que hay muchos miles de invitados. En ellos, los más de 2.000 adictos rehabilitados (les llaman altas terapéuticas), el medio centenar de trabajadores de la casa y todos los patronos, fundadores, amigos y colaboradores que no dejan de sentir como propio cada éxito del proyecto. Ante todos ellos Floro tiene asumido que él sólo es el «figurante» de un gran equipo, el que le pone la cara a los medios, el que estrecha manos con igual finura a derecha e izquierda, porque lo de las relaciones públicas lo lleva de miedo, mientras sus compañeros hacen lo importante: el trabajo con los que él siempre llama «chavales y chavalas».

También ahora le toca poner cara, aunque sea con gusto, a la celebración del cuarto de siglo de un programa educativo y terapéutico, sin ánimo de lucro y de carácter voluntario, que desde sus inicios se basó en una apuesta sin límites por las personas. Por aquellos primeros «yonkis» desahuciados para el mundo, con menos autoestima que kilos marcaba la báscula -y ya era cosa difícil-, consumidos por un desgarro interior que de paso hacía trizas a las familias asturianas. Y que encontraron en Proyecto Hombre mucho más que un simple refugio. A costa, eso sí, de obligarles a todos a alcanzar el compromiso de tomar las riendas de su vida, de impedirles echar la culpa al mundo -como el cojo al empedrado- de sus males y a convencerles de que podían volver a tener una vida plena. Y digna.

Otros «colgaos», con más kilos, menos aspecto de «tiraos», cuentas corrientes a veces más saneadas y nuevos tipo de adicciones, pero con los mismos retos y la misma intensidad en el malvivir, un cuarto de siglo después siguen teniendo pletórico el proyecto. Y ahí sigue fuerte el compromiso. Eso es lo que se va a celebrar este año con fotos, con historias, con encuentros y con una gran exposición que arranca en Gijón en una semana. Pero igual de vivos que «Proyecto» siguen, también, algunos sambenitos que parecen agarrarse como garrapatas a la causa de Floro y de sus compañeros. Esos prejuicios que este asturiano de Tuilla (Langreo), asentado en Gijón desde hace años, ya tiene bautizados con el acrónimo de SPAN (Sí Pero Aquí No). Que es tanto como decir: «Qué buenos sois, qué grande es vuestra tarea.... pero mejor si ponéis vuestra casa de ayuda a drogadictos en otra parte, que aquí me depreciáis el valor del piso».

Por esa historia repetida Floro, pese a tener la suerte de poder esconder bajo un eterno bigote mucha de su mala leche, lleva meses tragando saliva. La que produce la nueva negativa que ha encontrado en Gijón para levantar un complejo social y terapéutico en El Natahoyo, conjuntamente con el Albergue Covadonga. Y quizá esta última historia les ha dado, si cabe, más razones para armar los actos conmemorativos de un proyecto para el que además de terapeuta y gestor Floro se ha convertido en especialista en marketing. De los que piensa que lo bueno hay que contarlo mucho, o corre el riesgo de que se olvide.

Luis Manuel Flórez, que nació un 6 de enero de 1954, nunca le ha pedido mucho a los Reyes Magos, como no sea «salud para seguir soñando con un futuro distinto, cargado de oportunidades para quienes, por la razón que sea, han estado excluidos de la sociedad. Ese futuro pertenece a quienes creemos en la belleza de los sueños».