"Tenemos el corazón roto en veinte mil pedazos, pero el cariño que estamos recibiendo nos llena de fortaleza para sonreír como lo hacía Vivian". La familia de la joven militar gijonesa fallecida en accidente de tráfico en Castellón a sus 30 años, Vivian Delgado Vargas, abrazó ayer los pésames y muestras de cariño recibidos durante todo el día de sus vecinos de la parroquia de Porceyo, así como de los amigos y compañeros militares del Regimiento de Infantería "Tercio Viejo de Sicilia" Nº 67, con sede en San Sebastián, al que pertenecía la joven. Condolencias que llegaban, en forma de mensajes, también del otro lado del Atlántico por los orígenes costarricenses de su madre, Patricia Vargas.

Todos brindaron un emotivo homenaje a una joven "sencilla, nítida, calurosa, pero también explosiva" que pocas semanas antes de su accidente mortal había disfrutado de unos escasos días en Asturias, "su patria querida". Lo hicieron con absoluta entereza, pero también con una reflexión profunda por la inesperada muerte: "los jóvenes creen que los accidentes de coche les pasan a otros", acertó a decir su madre, Patricia Vargas, durante el velatorio en el Jardín de Noega.

Porque eso creía Vivian. Menos de una semana antes del fatal accidente, madre e hija comentaban la muerte de una familiar en Costa Rica precisamente en un choque de coche. "Eso solo pasa en Costa Rica", le respondió Vivian a su madre. "Lo dijo como si no le fuera a pasar nunca a ella, por ello quiero hacer la reflexión y decirles a los jóvenes que corren un poco más de lo que deberían en coche y se arriesgan que piensen en el dolor de los padres que pierden a unos hijos tan jóvenes y valiosos; Vivian les diría 'frena un poquito'", profundizaba la madre, con entereza. Porque a ellos les pasó eso con lo que no se contaba. Fue el pasado viernes, en la localidad de Morella, cuando la joven gijonesa, nacida en Bergen (Noruega), murió en el acto tras chocar frontalmente contra otro vehículo en el que viajaba una familia alemana con tres hijos, que resultaron heridos leves.

Los padres de Vivian, Patricia Vargas y Jaime Ballester -exjefe de seguridad del Centro de Salvamento Marítimo Jovellanos-, llegaron durante la madrugada de ayer al Jardín de Noega, en el parque de El Lauredal, tras recoger los restos mortales de su hija en la provincia de Castellón. Apenas habían dormido unas pocas horas en los últimos dos días y desde bien temprano comenzaron a recibir un aluvión de visitas de compañeros de profesión y amigos de su hija. Lo hicieron con entereza y una sonrisa en la cara, "la misma que siempre tenía Vivian".

Sus primeras palabras fueron de agradecimiento y estuvieron dedicadas al Ejército, por todas las facilidades que les brindaron tras conocer la muerte de Vivian. De hecho, reconocían ambos que, de no ser por ellos "habría sido imposible llegar al funeral hoy", valoraba su padre Jaime Ballester. "Nos han arropado en todo momento, nos han mostrado un apoyo incondicional desde el principio", recordó Ballester, quien habló con un Coronel del Regimiento que el sábado por la mañana, casi sin reponerse de la noticia, le pidió "que nos dedicásemos al duelo, que del resto se encargaban ellos".

En su recuerdo imborrable de su hija, los padres contaban que Vivian aprovechó con entrega y pasión su estancia en el Ejército y siempre estuvo en contra de la discriminación positiva con las mujeres: "decía que si estaba allí era porque se lo había ganado, como el resto de compañeros", confirmaba su madre. "Vivian llegó de pequeñita a Asturias, que nos acogió con cariño, y siempre se sintió asturiana y española; de hecho hubiese dado su vida defendiendo a su país y a sus compañeros porque para ella la lealtad siempre era al máximo nivel".

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"El mejor regalo es el tiempo compartido"

Jaime Ballester recordaba ayer con emoción una dedicatoria que su hija le escribió en un libro que le regaló el pasado 25 de julio por su santo. "El mejor regalo que podemos hacernos es el tiempo compartido", escribió ella. Toda una premonición que ahora su padre valora más que nunca. "Me he dado cuenta de la razón y lo madura que era esa idea; y es lo que nos queda, pasar y aprovechar más tiempo con nuestro hijo para tomar una cerveza o un helado en el Náutico, como hicimos con Vivian en su última visita a casa", confesaba ayer.

Tras el velatorio, el cortejo fúnebre se desplazó hasta la iglesia de San Félix, en Porceyo, donde vive la familia desde 2004. Sus compañeros del cuartel transportaron al hombro el féretro de Vivian hasta el templo y sobre él depositaron la bandera del Regimiento y la boina de la joven. La afluencia fue masiva y sirvió para poner negro sobre blanco las virtudes de la joven militar gijonesa. "Siempre tenía una sonrisa en la boca para todo el mundo", coinciden sus convecinos, que así la recordarán.