Entrevista | Yolanda Fernández Robledo Madre de Germán Fernández

“Los agresores de Germán ya han vuelto a salir por Fomento, y mi hijo tiene miedo”

“Sentí mucha rabia cuando vi que la única forma de recibir indemnización era llegar a un pacto con ellos; me arrepiento, pero era lo mejor para él”

Yolanda Fernández, con la sentencia del caso, junto a su hijo Germán Fernández. | Marcos León

Yolanda Fernández, con la sentencia del caso, junto a su hijo Germán Fernández. | Marcos León / I. Peláez

I. Peláez

I. Peláez

La madrugada del 14 de julio de 2017 cambió para siempre la vida de Yolanda Fernández al saber que su hijo Germán Fernández yacía gravemente herido tras una trifulca en Fomento. Milagrosamente, y gracias a la labor de los médicos, el joven camarero logró salir adelante, pero ya nada fue igual. Sus heridas siguen abiertas, pues hay secuelas irreversibles en su hijo que le impiden dejar atrás lo ocurrido. No ayuda –asegura– que tras más de cuatro años de batalla judicial todo se resolviese con un pacto que, al menos, implicase una compensación económica. Los cuatro implicados –Imad Ashaini, Yeray Rodríguez y Jorge Álvarez aceptaron penas de cuatro años de cárcel, y Rubén Álvarez, autor del puñetazo, cinco– comenzaron antes del juicio a abonar los 300.000 euros de responsabilidad civil, pero ahora, tal y como adelantó LA NUEVA ESPAÑA, buscan suspender sus penas para evitar el regreso a prisión, donde estuvieron ya dos años de forma preventiva tras ser detenidos. Yolanda Fernández, que se opone a esa suerte, reflexiona sin cortapisas sobre lo vivido este tiempo, la justicia y el temor a encontrarse con los procesados por la calle. “Están volviendo a ir a Fomento”, denuncia.

–Ya hay sentencia firme. Argumentan los abogados de los condenados que tienen buena conducta tras salir de la cárcel y que se están rehabilitando de sus adicciones.

–Entiendo que los abogados hagan su trabajo, pero que no mientan. No se están rehabilitando, siguen yendo a la zona de Fomento, igual que Germán, cuando tienen alejamiento de 500 metros. Y no beben agua, eso ya te lo digo yo. Van, además, muy chulitos por ahí. Así que eso de rehabilitados... Y eso de que van a cumplir porque están pagando la indemnización ya veremos, porque de momento solo han abonado la mitad, 160.000 de los 300.000 euros que se acordaron, que eso no cubre los gastos de Germán. Pero cuando llegas a un acuerdo, llegas, y si son cinco y cuatro años, son cinco y cuatro años. Y en el momento que vea que no pagan, al Juzgado.

–¿Dice que los condenados han vuelto a salir por Fomento?

–Es continuo. Y encima se ponen tontos. El otro día, estuvo Jorge. También Imad. Son muchos los porteros de la zona que los conocen y nos conocen a nosotros. Germán tiene miedo de encontrarlos, vuelve en taxi. Nuestro abogado ya lo ha comunicado a la Audiencia.

–¿Fue duro aceptar el pacto?

–Mucho. Y me arrepiento. Para Germán era lo mejor, pero me fastidia mucho que, para una mierda que les queda por cumplir, todavía piden no estar. El pacto era bajar la condena, no que se quedasen en la calle.

–¿Se vio obligada a aceptar por lograr una indemnización?

–Cuando el abogado me expuso esa realidad me acordé de la gente que pasa por situaciones como yo. O mucho peores que yo, incluso. Sentí rabia, mucha rabia, cuando vi que la única manera de recibir indemnización para mi hijo era llegar a un acuerdo con los cuatro. ¿Para qué está la justicia? Todos los derechos son para los delincuentes, pero ¿qué derechos hay para mi hijo? Germán está como está por ir ellos a pasárselo bien. Cuando la haces, paga. Si se pagase, la mitad de cosas no pasarían. Me revienta verlos en la calle. Y el día que los vi en el Juzgado...

–¿Qué sintió al coincidir en los pasillos del Juzgado con los cuatro acusados?

–Los quería matar. No les quité ojo en ningún momento. No los vi reírse, de hecho, cuando pasé al lado de ellos todos agacharon la cabeza. Pero me da rabia porque es como si para ellos fuese una satisfacción. Te sientes mal ante esta justicia, y estás pensando, ¿tengo que pactar yo con esta basura? Es duro.

–En el juicio no hicieron uso del derecho a la última palabra, pero ¿le han pedido perdón a usted o a Germán?

–No. Y que tampoco me lo pidan, porque no se lo voy a perdonar en la vida. Germán tenía una vida que ya no va a volver a tener. Ni yo tampoco. Y mi hija pequeña tenía entonces 21 años, a la que poco antes de lo de Germán le había muerto su padre. Ahora está empezando a levantar cabeza, pero ¿quién compensa todo eso? Nunca pidieron perdón ni hicieron el amago.

–¿Y sus familias?

–Los únicos fueron la familia de Yeray Rodríguez, al poco de ocurrir todo.

–Los abogados al terminar la vista del juicio fueron a hablar con usted.

–Palabras. Ya dicen que vale más un mal acuerdo que un buen juicio. Lo pienso por él, pero si hay un acuerdo de cuatro y cinco años que lo cumplan. Que bastante poco es. No entiendo que robes jamón y estés dos años en la cárcel, pero que ahora, con cuatro y cinco, puedan evitar volver a entrar.

–Cuatro años de espera desde aquel 14 de julio. ¿Qué recuerda de aquella madrugada cuando la avisaron de lo ocurrido?

–Me llamó mi hermano. Al principio pensé que era mi sobrino, pero cuando él me dijo que habían pegado a Germán lo primero que dije fue: “Lo mataron”. Porque sabía que mi hijo no se iba a defender. Me fui corriendo para allí, y al ver el panorama menos ataques de ansiedad y desmayarme no hice otra cosa. Y luego ya todo el día en la UCI.

–¿Cómo fue esa etapa de hospitales?

–Los 50 días de la UCI fueron horribles, porque un día estaba bien, otro mal y otro nos decían que no contásemos con que sobreviviera. Luego le operaron a vida o muerte, que la cosa no pintaba bien... Y luego, cuando despertó, fue como volver haber dado a luz, pero un guaje de 25 años.

–De aquella tenía usted una sidrería.

–Tuve que cerrar por deudas. Deudas que todavía tengo. Y vivo de una pensión de viudedad. Me fui a Barcelona con él, al Institut Guttman, y ahí voló el negocio. Tuve que venir un día porque la sidrería se hundió. Luego nos fuimos a Madrid para seguir la rehabilitación, y si no es por los jefes de Germán hubiese seguido durmiendo en el coche.

–Explíquese.

–Cuando nos fuimos a Madrid yo no quería dejarle solo. Eso lo tenía claro, pero no podía pagar un alquiler. Estuve tres días durmiendo en el coche, lavándome con toallitas, dentro del parking del centro. Eso lo tuve que vivir yo, con 50 años. Los responsables del Tierra Astur, la sidrería en la que Germán Fernández trabajaba, me pagaron un apartamento en Madrid durante siete meses para poder seguir a su lado. Y eso es de agradecer.

–¿Es partidaria de la suspensión de las condenas de los cuatro implicados?

–No estoy de acuerdo. Le he dicho al abogado que se oponga a la suspensión de la condena. Creo que sería de justicia si lo cumplieran. Y eso me haría creer algo más en la Justicia, pero veo que aquí solo tienen derechos ellos.

–¿No cree que la actuación de los cuatro jóvenes pudo ser un error de juventud, y que se arrepienten?

–Lo hacen por diversión. No era la primera vez. Son personas que saben pelear. Patearon a un policía, le rompieron la mandíbula a otro... y luego le tocó a mi hijo. Y por ahí no voy a pasar.

–Pero ni Rubén Álvarez ni Jorge Álvarez tenían antecedentes ni detenciones previas.

–A mí ese argumento es que no me vale. Si ahora le pego a usted un tiro, aunque no tenga antecedentes, ¿qué? Es que me parece... Si haces algo, cúmplelo. Es que por esa regla de tres podemos ir todos a robar y a matar, porque si no tenemos antecedentes, por una vez no pasa nada.

–¿Le queda confianza en la Justicia?

–No. Espero que no les concedan la suspensión, pero no confío en nada.

–¿Se sienten indefensos?

–Sí.

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