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Paulino Tuñón

Custodio de Somió

En recuerdo de Don Pío, un párroco ejemplar

Conocimos a Don Pío un día de marzo de 1981. No puedo precisar la fecha, pero fue próxima al nacimiento de nuestra primera hija. Esta circunstancia nos impulsó, junto a la alegría del nacimiento, a tener un deseo enorme de bautizarla. Habida cuenta que su fecha coincidía con el inicio del tiempo cuaresmal (periodo en el que está prescrito no bautizar hasta el inicio de la Pascua), acudimos a la parroquia de Somió y, de forma un poco osada, solicitamos a Don Pío que nos otorgara la gracia de acceder a su bautismo el día de San José. Así, coincidía con el día de su onomástica, al llevar ella por nombre María José.

Reconozco nuestra osadía de visitar a un párroco al que no conocíamos y solicitarle su beneplácito para bautizar a nuestra hija precisamente en el día de su santo. Con suma alegría y cara de complacencia se sumó Don Pío al festejo de nuestro interés por hacerla de pleno derecho hija de Dios, además en el templo que desde entonces sería nuestra parroquia “de facto”, aunque no por derecho jurisdiccional, algo que no adquirimos hasta el nacimiento de nuestro sexto hijo, en 1993.

Fueron, sin duda, suficientes años de conocimiento mutuo hasta su retiro definitivo de Somió en el 2012. Suficientes para certificar su sana diligencia en su indudable servicio a nuestra comunidad parroquial, aunque sea solo bajo la perspectiva de su labor pastoral.

Son muchas las veces que coincidimos con él en el encuentro diario de la misa o del rezo del rosario, que siempre practicó de forma ininterrumpida. Colaboramos en tareas de catequesis de niños, en paralelo con las de juventud, a lo largo del devenir de nuestra prole de seis hijos. A él debemos la administración puntual de los sacramentos de bautismo, confirmación y excepción puntual de la unción de los enfermos en toda nuestra familia. Siempre disponible a cuanta necesidad espiritual requerimos. En su templo tuvieron lugar los bautizos de todos mis hijos y, ocasionalmente, sus primeras comuniones. También participó en el funeral y exequias de mis padres y de una hija. Tuve el honor de ayudarle en ocasiones en la celebración de su misa. Siempre sonriente, con un carácter socarrón, pude confiarle mis confidencias. Jamás me ha defraudado y sí he aprendido de él el buen gusto en la organización de fiestas familiares de catequesis, casi siempre relacionadas con celebraciones ya tradicionales como el Carmen, la Epifanía de los Reyes Magos, la procesión de Ramos, o el Corpus Christi.

Cómo olvidarnos de las fiestas del catecismo o de la “procesión” que se montaba en la visita a los domicilios de todos los niños participantes en el concurso de belenes, que siempre finalizaba con un tour a su propio domicilio, donde mostraba con orgullo su nacimiento. Era una deferencia, a modo de ágape navideño. Allí estaba siempre presente su hermana (DEP), encargada de atenderle primero, y luego sus sobrinos, siempre como perfectos anfitriones

Recibí la noticia de su fallecimiento estando de vacaciones, lejos de Asturias, lo que me impidió asistir a su funeral en Serantes. Allí, en su tierra, tuve ocasión de visitarle en una de las escasas ocasiones en las que aceptó disfrutar de un corto periodo vacacional. Así lo recuerdo, en una parada que hicimos camino de Santiago: disfrutando con la talla de figuras de belén.

Ahora, tras asistir a la misa en el día de la Virgen del Rosario celebrada en Somió, se agolpan los recuerdos que tienen que ver con su persona y sus fieles colaboradores, muchos ya descansando en paz. Me los imagino gozando en su compañía en el Cielo. Son los casos de Mari Pepa, infatigable ayudante en la catequesis de niños; de Tomás Sobrino, con el que coincidí en la catequesis de confirmación; de Ladis Cañedo, propulsor en vida de las fiestas del catecismo; y, cómo no, de su fiel sacristán, compañero y amigo, Cándido. Todos siempre fieles a un párroco que se ganó a mucha gente con su labor y que, por derecho propio, es custodio permanente de Somió.

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