Opinión

Después de abril

Una vez apagada la feria de abril de Ferraz –a María Jesús Montero se la veía realmente en su salsa– se hizo evidente lo que ya se sabía; el debate político se sudamericaniza y al PSOE le parece bien. Esa constatación es deprimente desde múltiples puntos de vista. Los socialistas estuvieron in illo tempore comprometidos con la tarea de meter a España en Europa y no se trataba sólo de que los luteranos nos pagaran las infraestructuras, sino de adoptar unos modales. El decoro socialdemócrata basado en el predominio de la razón y en el rechazo de anzuelos emocionales que enganchan a (una parte de) la peña era un fundamento político. El PSOE no estuvo a la altura, se hizo caudillista, aplaude y estimula los desplantes escénicos y las marrullerías parlamentarias y no nos presenta más futuro que la continuidad del personaje colérico que nos dijo estar pensándose lo que siempre tuvo decidido. Lo de Sánchez no era una duda, era una rabieta. Como esa sudamericanización avanza a toda máquina, lo único sensato que alguien podría plantear es ponerse de acuerdo en lo que está bien y lo que está mal hágalo quien lo haga, y no como ahora. Además de pueril, la vehemencia en tildar las cosas de buenas o malas según las hagan amigos o rivales es el camino más corto para convertirse en un país de mierda. España ha mostrado a veces cierta fertilidad para alcanzar ese estado tan poco deseable, y es imprudente estimularla. Sánchez, desde luego, se obstina en degradarnos.

No es sólo que el esperpento político de su falsa meditación en el desierto monclovita sea inconcebible en Londres, París o Lisboa. Es que además apunta este hombre maneras de líder moral: chocante. No es seguro que el jefe de un gobierno de Europa occidental tenga que vestirse de gurú y darnos lecciones de regeneración mientras promete enfrentarse a diez millones de fascistas que le estorban. Esa llamada grandilocuente a la épica redentora es, de nuevo, muy sudamericana y muy poco rentable a largo plazo.

La cuestión central, evidentemente, no es el carácter histriónico de quien nos manda, sino la actitud alucinante de su partido. Es obvio que al sanchismo no le queda más opción que seguir en la línea iniciada en la moción de censura y convencernos de que Frankenstein se ha convertido en un príncipe azul que nos salva del caos. Pero va a haber mucha gente que diga que no hay por qué ser leal a un partido que no es leal a sí mismo. Si no por nuestro bien, el PSOE debería al menos reflexionar por el suyo propio. Ay, qué solo está Felipe en el cuarto de los niños malos. Y qué crecido ZP, ciertamente; qué fácil se explica todo sólo con eso. En fin.

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