En mayo de 1902, Alfonso XIII alcanzaba la mayoría de edad, establecida para los reyes entonces en los 16 años. Al cumplirlos, quiso saber cómo era la tierra que le había tocado en suerte gobernar. Y por respeto al título de Príncipe de Asturias que llevaban los descendientes primogénitos varones de los monarcas españoles, comenzó su recorrido por nuestro Principado, lo que hizo a partir del día primero de agosto. Visitó, entre otros lugares, el santuario de Covadonga, adonde recaló cubriendo el trayecto que media entre Gijón e Infiesto en el vagón real habilitado en el Ferrocarril de Langreo, y desde la capital de Piloña hasta el real sitio, en un coche de mulas. Avilés no quedó fuera de aquel itinerario, del que se cumplen ahora 105 años.

A la Villa del Adelantado llegó un adolescente Alfonso XIII el 4 de agosto, y desde Avilés zarparía el 13 rumbo a su siguiente destino, Santander. Aunque sólo estuvo en la ciudad un día, ésta no fue parca a la hora de recibir a visitante tan egregio, tal y como avanzaba la prensa local un día antes de la llegada del Rey a la región: «En la calle del Marqués de Teverga se levanta un artístico arco. Rodeando la columna del arco voltaico que hay en la plazoleta, que forman las calles de Marqués de Teverga, Unión y Pedro Menéndez, se está levantando una tribuna circular de mucho gusto. En la calle de la Cámara, frente a la casa del Sr. Marqués de Teverga, se está construyendo una monumental tribuna. Las calles que recorra el joven monarca, así como la plaza de la Constitución, estarán adornadas con profusión de gallardetes y banderolas. Los salones del Ayuntamiento se están decorando convenientemente para recibir y ofrecer a SM y AA un gran lunch. Como el soberano hace noche a bordo del "Giralda" se celebrará artística iluminación en la dársena, con fuegos acuáticos». Acerca de estos fuegos artificiales y verbena náutica -que fue seguida por millares de curiosos, y en la que se simulaba la conquista de Sevilla, en la cual había participado el marino avilesino Rui Pérez-, los diarios madrileños sentenciaron que fue «el espectáculo más grandioso y fantástico que puede imaginarse», con «seis carrozas monumentales montadas sobre barcazas», y en la que cada carroza «era una alegoría del arte, de la industria, de la navegación, etc., formando cuadros plásticos multitud de individuos, cuya inmovilidad hizo creer al Rey que eran figuras de cartón».

Las instituciones privadas no quisieron quedarse un paso atrás de la Administración, por lo que organismos como la Sociedad Obrera Industrial, el Casino o el The Botting Club participaron en los fastos levantando quioscos japoneses, templetes, arcos de laureles y tribunas que los cronistas apellidaron de «preciosos y sumamente originales», «de airoso y elegante corte» o «de majestuosa elegancia». Ocasión como la de la llegada de un rey siempre propicia los epítetos más enardecidos.

No se pensaba descuidar detalle para hacerle su fugaz estancia lo más agradable posible. Y las gentes así lo interpretaron, viviendo el suceso como algo irrepetible: «Desde las primeras horas de la mañana», informaba «El Diario de Avilés» haciendo un recuento de cuanto había supuesto la visita, «la multitud llenaba las calles y plazas, y por todas las avenidas de la villa entraba la población rural con la alegría y la ansiedad retratadas en los rasgos del semblante». Nada se dejó al azar, de modo que, para ese redactor del siglo pasado, «el aspecto de Avilés era por todo extremo delicioso; el que ofrecían las calles de la carrera que había de recorrer el Rey y su comitiva, magnífico, admirable, punto menos que sublime». Los enviados de los periódicos de Madrid aseguraron que «por el gusto de las decoraciones y por la sinceridad del entusiasmo», el de Avilés había sido «el recibimiento más brillante de todos los tributados al Rey».

El tren que traía al Rey y su cohorte de Oviedo llegó poco antes de las diez de la mañana. Tras la preceptiva bienvenida ofrecida por la Corporación municipal, los invitados se dirigieron en carruaje hasta la iglesia de San Nicolás bajo una lluvia «de cintas, palomas y flores», siendo la aclamación de delirio, según los periódicos. Se le brindaron, en los diferentes puntos donde se detuvo la caravana de autoridades, desde retratos y ramilletes florales hasta mensajes de las muchachas avilesinas y poesías como la titulada «¡Viva el Rey!» que le entregó el The Botting Club, y que decía así: «Hijo de aquel Alfonso, que en la historia / de "Pacificador" alcanzó fama, / y de una ilustre y virtuosa dama / de quien la España guardará memoria. / De buen rey tienes, pues, ejecutoria, / y tu agradecimiento lo proclama, / que esa santa virtud tu pecho inflama / por nuestro pueblo cosa es bien notoria. / ¡Salud, iris de paz, blanca paloma / que ahuyentas de la patria sombra y duda! / Avilés que en tus dichas parte toma, / al ver que a tu alma la nobleza escuda / y que a tus ojos gratitud asoma, / delirante te aclama y te saluda».

Camino del templo, donde el clero recibió al Rey bajo palio, Alfonso XIII se detuvo en la campa de San Francisco para departir con el alumnado de las escuelas del concejo. De la iglesia de San Nicolás se trasladó a la Casa Consistorial, donde examinó el «Fuero de Avilés», y de ahí, tras un refrigerio, se fue a la azucarera de Villalegre, de la que «salió complacido», pues «tuvo ocasión de apreciar el movimiento de aquella gran maquinaria», informándosele también de que había sido la única fábrica que repartió beneficios en el último año. Aún antes de terminar la jornada, la comitiva real se desplazaría hasta San Juan de Nieva, Piedras Blancas, Salinas, Carcedo, Soto del Barco y San Esteban de Pravia, donde el monarca comprobó la marcha de las obras del puerto y fue testigo de la súbita muerte de un aldeano de 22 años de Somao llamado Sabas, al que le sobrevino un vómito de sangre y «murió pocos minutos después entre los brazos de su madre y hermanas», como recogían los corresponsales al día siguiente.

Pese a ese lamentable suceso, Alfonso XIII quedó satisfecho de su toma de contacto con Avilés y dejó en la Alcaldía 1.500 pesetas de entonces para que fueran distribuidas entre los pobres del concejo. Supongo que se habrá cumplido su deseo.