Veinte años se cumplen ya desde que la cultura asturiana ha de apañárselas sin las enseñanzas y orientaciones, y sin las aportaciones monumentales, de una figura que dejó un hueco que, a día de hoy, aún no ha encontrado sustituto: Luciano Castañón Fernández.

Aquella mañana invernal del lunes 5 de enero de 1987 no falleció sólo uno de los mayores eruditos que en el último siglo dio nuestra región. No perdimos sólo al experto en artes plásticas que parecía abarcarlo todo y hacerlo sin lagunas, o al experto bibliógrafo que, ficha a ficha, iba supliendo carencias. Aquel 5 de enero de hace dos décadas se esfumó un divulgador incansable del periodismo ilustrado y de la crítica literaria, desapareció un novelista, un poeta y un dramaturgo.

Su pasión asturianista, que le absorbió completamente durante casi tres décadas, le llevará, desde que a finales de los años 50 publique sus primeros trabajos eruditos sobre refranero, a volcar sus conocimientos en densas y documentadas contribuciones de aliento académico que se materializaron en consistentes libros y artículos de buenos mimbres bibliográficos que acogieron prestigiosas revistas del ámbito del folclorismo y la etnografía, como la «Revista de Dialectología y Tradiciones Populares», el «Boletín del Instituto de Estudios Asturianos», los «Cuadernos de Bibliofilia» o la inolvidable «Los Cuadernos del Norte». El infatigable coleccionista de toda clase de publicaciones referidas a Asturias que fue Castañón no dejó fuera de su órbita lo que escritores ajenos a nuestra región escribieron sobre ella, y de ahí surgió un libro muy consultado y no siempre citado por cuantos hacen uso de él: «Asturias vista por los no asturianos» (Salinas, Ayalga, 1977).

En su tarea indagatoria, Castañón aunó el trabajo de campo, a pie de obra, con el de gabinete, el que se hace puertas adentro. Por eso, la catedrática de Literatura Española María Elvira Muñiz ve en Castañón una conjunción de dos imágenes convivientes y perfectamente compatibles: «La del hombre andariego por caminos de Asturias en busca de un paisaje para archivar en su retina o de un dato para registrar en su carpeta» y la del «bibliófilo que se recrea en el goce del libro como objeto». El meticuloso y efectivo sistema de trabajo puesto en práctica lo recordaba en 2001 su hijo José María Castañón Loché, en un ecuánime prólogo que antecede a la reunión en libro de algunos de los «Escritos gijoneses», ése era el título del volumen, de su padre: «Fueron elaborados poco a poco, por el viejo sistema de búsqueda y ordenación de datos, en una época en la que los archivos existentes dejaban bastante que desear. Sólo el rastreo de libro en libro, la visita al lugar pertinente y la charla con algún vecino podían dar el resultado apetecido, aunque en pocas ocasiones. Luego llegaba el cotejo de los datos con la fuente original, que había dado lugar a la pesquisa y, por fin, las conclusiones, a veces escasas». Con el paso de los años, y el trabajo acumulado, iría Castañón configurando una cumplida y especializada biblioteca de fondo asturiano donde reunió una cantidad envidiable de toda suerte de publicaciones de diversa naturaleza, desde los ejemplares de fácil acceso hasta esas otras piezas de rara circulación, tirada limitada, divulgación menor y que resultan casi imposibles de encontrar. El bien nutrido depósito de su biblioteca tuvo que serle de gran ayuda a la hora de confeccionar sus bibliografías sobre el carbón, la emigración, las novelas asturianas o Llanes, o para ofrecer, en los años 70, desde las páginas de «Asturias Semanal», unas selecciones de textos ajenos bajo el significativo encabezamiento de «Antología asturiana», y en donde su cometido, aparte de la recopilación, consistía en ofrecer sintéticas e informativas orientaciones sobre los autores de los fragmentos escogidos.

Luciano Castañón, en este apartado erudito, publicó trabajos de lo más variopinto. Abordó aspectos relacionados con las supersticiones populares, la mitología, la onomástica, las tradiciones de la noche de San Juan, la publicidad, la presencia de sapos y culebras en el folclore asturiano, la manzana, el papel de la vaca en la literatura, el cancionero de asunto minero o, mismamente, las particularidades de la sextaferia, por no hacer mención, en este apretado recorrido, a un ensayo que le reportaría no pocas alabanzas entre los especialistas, cual fue su discurso de ingreso el 21 de mayo de 1979 en el Instituto de Estudios Asturianos, y que versó sobre la prostitución en Asturias, a la cual Castañón llama «vida airada». De temática asturiana dejó también a su muerte sin publicar obras que trataban sobre la brujería en nuestra región o la meteorología y el folclore, entre otras varias, a buen seguro, que estarían en proceso de preparación o estudio.

Fueron de tal calibre y solvencia sus innumerables contribuciones en las áreas que Luciano Castañón frecuentó que notables instituciones lo acogieron con todo merecimiento entre sus miembros, como así sucedió, por ejemplo, con el Instituto de Estudios Asturianos, la Asociación Española de Etnología y Folclore, el Centro de Estudios del Siglo XVIII, la Asociación Española de Críticos de Arte o el patronato de la Fundación Dolores Medio.

Pero no se atrincheró sólo Castañón en fornidas publicaciones de indudable peso científico como las citadas, y cuya circulación entre el lector medio-bajo quedaba considerablemente mermada por su signo docto, sino que colaboró con idéntico entusiasmo en publicaciones más populares: eso hizo en porfolios de fiestas de diferentes partes de Asturias, en boletines de asociaciones de vecinos o de entidades culturales, en revistas de empresa como «Ensidesa» o en periódicos locales como el llanisco «El Oriente de Asturias» o el gijonés «Voluntad». Esta misma eliminación de barreras le ayudó a sobreponerse a su carácter retraído y, cómodo en su territorio del dato y en la seguridad que le da lo que expone y defiende, le llevó a impartir conferencias en foros e instituciones de elevada enjundia y, al mismo tiempo, a pregonar fiestas como las de las localidades asturianas de Candás, Villaviciosa, Pola de Lena o La Felguera, o las del «Día de la Cultura» en 1975 o las del Centro Asturiano de Valladolid en 1984.

Si cuanto rezumaba Asturias sedujo a Luciano Castañón, de entre tales incentivos el artístico fue de mucha graduación, y de ello dan prueba sus monografías pioneras sobre Carreño de Miranda, Manuel Medina, Ángel García Carrió, Miguel Ángel Lombardía o Nicanor Piñole, al que le dedicó el último ensayo que compuso y entregó a los editores: «Piñole, pintor de Asturias». Fueron pintores de diversas épocas los que captaron su atención, como también serían artistas de ayer y hoy a quienes Castañón redactó infinidad de reseñas en prensa o para los que escribió textos de presentación y análisis en los catálogos de sus exposiciones. Hasta formó parte del jurado en bastantes certámenes de artes plásticas, como en la Bienal de La Carbonera, en Sama de Langreo, donde puso de manifiesto la ponderación que le asistía en la emisión de juicios; de ello dio fe el desaparecido crítico de arte Jesús Villa Pastur (1911-2001) cuando anotó que Castañón poseía un «sólido y bien fundado criterio».

José Luis Campal Fernández es miembro del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA).