Es esta la segunda ocasión que, muy a mi pesar, respondo a la señora Maniega por el ataque de ira que le produce un artículo mío. El problema de Doña Carmen es que no sabe, no quiere o no le interesa entender mis escritos. Aunque bien es cierto que, viendo como se expresa, comprendo que tenga ciertas dificultades. Lo único excitante de estas situaciones, que diría Albert Boadella, es la natural satisfacción con uno mismo al comprobar que pone de los nervios a personas del estilo de esta histriónica señora.

Por desgracia, hace ya mucho tiempo que usted se ha convertido en una «palmera» que sólo acompaña los bailes y los ritmos que le marcan. Comprendo que si usted leyó a Aristóteles, perdóneme que lo dude, pretenda seguir su pensamiento cuando decía «el verdadero discípulo es el que supera a su maestro», pero le pasa lo mismo que con mis artículos, no entiende al gran filósofo griego, pues Aristóteles se refería a la sabiduría y no a la maldad.

Como no merece la consideración de que pierda mi tiempo con usted, no voy a defenderme de sus injurias, ya lo hice hace quince meses. Desprecio sus descalificaciones, realizadas como siempre sin argumentos y, como hice en febrero del año pasado, le desafío a un debate público para que los ciudadanos puedan comprobar su falta de credibilidad. Entonces no lo aceptó, estoy seguro que ahora tampoco. Usted sabrá el por qué, pero no le quepa la menor duda que los ciudadanos tomarán buena nota de ello.

Si por decir que hay que perfeccionar la democracia y profundizar en el camino de la libertad se es insultado, es que algo muy grave está fallando. Si por decir que se quiere un partido vivo, dónde cualquiera pueda opinar, expresarse y también disentir, se trata de desprestigiar a la persona y destruirla impunemente, estamos en el más absoluto despotismo.

Comprendo que mi forma de entender la tolerancia es diferente a la suya. La mía está muy alejada del «si quiere, que se vaya» de Rajoy, o del «que se calle esa señora» de Fraga, y desde luego no tiene nada que ver con el «por opinar, lo destituimos» o el «por hablar, lo calumniaremos» que practican ustedes. Las frases de los primeros son coacciones autoritarias, las de ustedes rozan el totalitarismo.

Es muy preocupante su miedo a la libertad de expresión. Como también lo es que miren con suspicacia al ciudadano libre que dice lo que piensa. Produce una gran inquietud el que cargos públicos imputen delitos a otros cargos públicos sin denunciarlos ante los tribunales, que ataquen la intimidad de las personas por sus inclinaciones sexuales, que traten de destruir el prestigio de ciudadanos por dónde viven, lo que estudiaron, la profesión que tienen o el trabajo que realizan.

Piden respeto, pero sólo las personas sin escrúpulos lo hacen después de insultar, difamar o injuriar. No saben el significado de ésta palabra. Respetar no es aceptar, estar de acuerdo o tener que callarse. Ahora bien, si lo que ustedes quieren decir es que se les deje «campar por su respeto», es decir, hacer lo que les dé la gana, en lo que a mí respecta nunca les permitiré obrar a su antojo, sin la consideración debida a los demás, y la admiración que, en principio, todo ser humano se merece.

Siento mucho que ustedes procedan de éste modo. Y si lo que pretenden es hacerme callar, no lo van a conseguir. Cuanto más lo intenten, más insistiré en la máxima de Voltaire cuando dijo: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a expresarlo». Sé que no es su manera de pensar, pero siempre será la mía.