Varias empresas españolas se encuentran atrapadas en el «corralito» cubano, sin que puedan «manejar», para nada, los cientos de millones de dólares que les adeuda desde hace bastantes meses el Gobierno de los hermanos Castro. Un botón de muestra más de lo que ocurre en la que fuera Perla del Caribe, sumida en un profundísimo caos, a la que las clases progresistas de este país llamado España no quieren entender que lleva gobernada desde hace más de medio siglo por una dictadura comunista. ¡Otro gallo cantaría si se tratara de un régimen de derechas!, pensará alguno de ustedes.

Es probable que lo estén pasando mal, económicamente, esas firmas comerciales que se atrevieron a confiar en ese sistema dictatorial de izquierdas. Incluso es posible, me temo, que bastantes de esas empresas gallegas, canarias, asturianas o de otras comunidades autónomas fuesen asentándose no hace tantos años en la isla de Cuba para hacer sus particulares negocios con bienes y propiedades confiscados -sin abonar indemnizaciones en la inmensa mayoría de los casos- por la Revolución castrista a sus legítimos dueños, muchos de ellos de origen español.

Si es así, en parte me alegro un montón por el oportunismo de esos empresarios que cruzaron el «charco» para sumarse al proyecto comunista, a través de la puesta en marcha de empresas de capital mixto, aunque «disfrutando» de bienes ajenos y, en la mayoría de los casos, explotados por el propio Gobierno de los Castro. Ellos, los mandamases, exigen dólares estadounidenses para mercadear, o bien euros, pero abonan los salarios a los funcionarios del régimen y demás clases trabajadoras en moneda cubana. Sabían perfectamente por dónde nadaban y de aquellos polvos vienen estos lodos.

Triste del que se tire al monte. Por mucho que patalee deberá aguardar el turno de espera -¡ahorita voy!-, pues de otra manera, creo, la cancelación del contrato en la isla estará a la vuelta de la esquina. Allí, el ordeno y mando. Mientras, el Ejecutivo de España parece que vuelve a mirar hacia otro lado y evitar inmiscuirse en asuntos que afectan a la economía «interior» cubana. ¿Quién defiende a esos empresarios españoles en serios apuros? ¿El señor Moratinos, íntimo de los primeros espadas de la isla? Quizá deban meter ruido en los medios informativos de este lado del «charco» -que no en La Habana, por si las moscas caribeñas- para hacer valer sus derechos.

Me vienen a la memoria los cientos de miles de cubanos, con raíces españolas, que se vieron en la necesidad de exiliarse con una mano delante y otra detrás. Sin nada. Con sus propiedades confiscadas, sus negocios expropiados, sus cuentas bloqueadas, sin pensión, sin seguro médico? Así, sin más, les tocó a muchos emigrantes asturianos, canarios, gallegos? que saltaron el «charco» en busca de fortuna a finales del XIX y principios del siglo XX. Unos triunfarían en aquel dorado, otros no, pero al final todo, o casi todo, quedó en poder de los Castro, salvo sonadas excepciones.

Han pasado más de 50 años y la cosa va de mal en peor en Cuba. Ahora, cogidos están los empresarios del nuevo siglo XXI en el consiguiente «corralito». Desconozco si saldrán de ésta, salvando los muebles. Veían un mundo a explotar, pero les «explotó» en sus propias manos. Y aquí, en el Principado de Asturias, nos sentimos cada vez más papistas que el Papa, ya que se nos erizan los pelos cuando escuchamos que nuestros representantes políticos -tanto socialistas como populares- ensalzan a las viejas figuras castristas. Ahí queda la medalla de oro de Asturias que le fue concedida -y no recogida- hace nada al vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba, José Ramón «Gallego» Fernández.