Lo más sensato, para ganar el favor de algunos lectores, sería acaso decir que España es un país líder en corrupción política. No lo es. Hay corrupción y, cuando se conoce -que es casi siempre-, se castiga -casi siempre-. Pero los niveles hispanos de corrupción no son mayores, sino probablemente menores, que los de otros países de nuestro famoso entorno. «Gürtel» es una trama que a menudo se ha definido como pegajosa, insoportable; pero a mí no me certifica, a salvo de lo que aprendamos del sumario en las próximas horas, una financiación ilegal del PP en toda regla. Creo que los que «trincaron» están o van a estar apartados, y pienso, insisto de nuevo, que Rajoy y sus lugartenientes están limpios y que no todos los presidentes autonómicos han sido como Jaume Matas, como no todos los alcaldes son como el ex de Boadilla del Monte, por poner un ejemplo.

Me parece altamente peligroso tratar de mezclar a todos los políticos en el mismo saco. Y, de la misma manera que creo firmemente que Rajoy, Cospedal, Sáenz de Santamaría y tantos otros son incapaces de meter la mano en ese saco, pienso que ocurre algo semejante con Zapatero, Blanco, Rubalcaba, Fernández de la Vega y demás guardia pretoriana del inquilino de la Moncloa. Sí, cuando el río suena, suele llevar agua, y la va llevando en no pocos casos: pero, por muchos individuos corrompidos que encontremos en el camino de la política, creo que hallaremos muchos más que piensan que están realizando un servicio a la ciudadanía, mal pagados y, gracias a unos cuantos chorizos y a otros que, sin serlo, son unos aprovechados, aún peor considerados.

No, España no es Corruptolandia. Si yo creyese que lo es, no tendría más remedio que hacer las maletas para escapar a quién sabe dónde -¿quién está del todo libre de pecado?-. Y me alegro de que aquí se persiga implacablemente a quien roba o, perdón, practica la apropiación indebida. Me alegraría aún más que los responsables de los partidos, los de los gobiernos central, autonómicos y locales, mantuviesen la guardia más alta y vigilante. Pero eso, ya se sabe, es el otro pecado: el de la insoportable levedad del ser de nuestra clase política; pero corrupta es una cosa e inepta, otra. Distingamos.