En el año 1968, estando en Río de Janeiro, tuve la ocasión de acompañar a un amigo a comprarse un coche. El cruceiro brasileño, en aquellos tiempos, se devaluaba varias veces a lo largo del día, con lo que, como es lógico, no se aceptaban cheques. Las tarjetas de crédito apenas existían. Así que era cosa de ir hasta el concesionario con un maletón lleno de billetes para poder alcanzar los muchos millones exigidos -un café valía varios miles de cruceiros, cuando no te lo regalaban- como si uno fuese un traficante de mulas o, lo que es peor, de coca. Pero la Unión Europea, mucho más respetuosa con los derechos humanos de los traficantes de drogas (y de mulas), se inventó ese billete de 500 euros que ahora los británicos, tan dados ellos al pragmatismo, han dado en prohibir. En ninguna oficina de cambio se darán más «bin laden», que es como los castizos conocen a ese billete tan conocido y tan difícil de encontrar para el ciudadano medio y no digamos ya para el mileurista, que, con sólo dos, tendría cubierto el sueldo de un mes.

Pero al contrario que el Bin Laden de verdad, los billetes de 500 euros abundan. Hubo más de un millón de ellos en circulación, subterránea la mayor parte de las veces, en la España de 2008 durante el auge del ladrillazo. Y sólo ahora, cuando pagamos las alegrías de entonces, los manejos de los caballeros de grandes bigotes y de sus correspondientes amigos del alma, se nos ocurre hacer algo. No hay como caerse del burro, o de la mula, para entrar en razón. Seis mil euros pesaban, cuando el mayor billete era de mil pesetas, un kilo. Nueve millones y medio de kilos se tendrían que haber movido a mano en aquel octubre de 2008 si, en vez de «bin laden», hubiese todavía billetes de mil pesetas. Así que no es cierto que sea lo mismo dar o no facilidades para el manejo del dinero negro; todo depende de cuántas se esté dispuesto a conceder. Porque será una demagogia, quizá, pero esos cincuenta y seis mil y pico millones de euros que circularon en «bin laden» son varias veces lo que se conseguirá reunir ahora haciendo la pascua a los pensionistas, los funcionarios y las madres recientes.

El coordinador de Izquierda Unida, Cayo Lara, ha propuesto algo tan simple como que, si no se quiere terminar con él, el billete de 500 euros sea de otro color para que afloren las vergüenzas. Es un consuelo mínimo porque, cuando la vergüenza no existe, mal va a poner en un brete a los dueños de «bin laden» lo de tener que ir hasta la ventanilla a cambiar sus billetes por los de otros colorines. Pero al menos sabríamos quiénes son esos caballeros o, mejor dicho, de quién dependen los empleados y testaferros que tendrían que hacer cola ante la ventanilla. Pues bien; me juego el doble de lo que voy a perder en la nómina mensual a que eso no sucederá nunca. Los partidarios de la teoría conspirativa sostienen que el terrorismo de Al Qaeda lo financian los Estados Unidos. Convendría saber quién promueve desde los gobiernos europeos que, en época de miserias, los «bin laden» sigan vivitos y coleando.