Este es el título de la película de Luis García Berlanga, considerada una obra maestra del cine español de la época (1950), que está en la memoria de muchos contemporáneos y también de los que hemos tenido la suerte de poder verla muchos años después de su estreno. Lo que acaba de ocurrir en España, y más concretamente en Marbella, tras la visita de la primera dama estadounidense, Mrs. Obama, me trajo a la memoria lo sucedido en aquel pueblo de ficción (Villar del Río), con sus gentes, sus pancartas y con su alcalde a la cabeza. Ciertamente, los tiempos han cambiado tanto que cualquier parecido con la realidad actual sólo es fruto de la imaginación, pero no es menos cierto que de aquella anécdota cinematográfica y de la mencionada visita cabe extraer alguna conclusión de interés práctico.

No creo que el hecho de ser visitados por la familia del presidente de EE UU haya contribuido de una forma decisiva a situar nuestro país en el mapamundi de la popularidad, porque antes lo hemos hecho con otras actuaciones de mayor alcance, y, sólo por citar las últimas, a través de los magníficos resultados que han conseguido algunos de nuestros mejores deportistas. Sin embargo, el impacto que ha tenido este viaje ha sido enorme; sólo en términos de costes publicitarios podría valorarse en unos 800 millones de euros, según algunos expertos.

La Costa del Sol y Marbella en particular recuperan así un protagonismo que se había perdido o devaluado por razones que ahora no vienen al caso; cabe esperar que se traduzca en otros aspectos positivos y tangibles para la zona, que buena falta nos hace. Por tanto, emulando al señor Berlanga, me sumo al entusiasmo generalizado. ¡Bienvenida, Mrs. Obama!

Y dicho lo anterior me propongo analizar este caso y la situación de nuestra primera «industria» nacional, aunque sea superficialmente. Que nuestros servicios, en general, y los turísticos, en particular, son determinantes para la buena marcha del país no lo duda nadie; que hay que prestarles una atención preferente y desde todas las instancias, tampoco; por eso, esta visita tan mediática no es un tema menor. Siendo así, hay dos cuestiones -interrelacionadas- que deben potenciarse especialmente de cara al presente y futuro de un sector estratégico de nuestra economía, como es el turismo:

l La seguridad. Los turistas desean disfrutar sus vacaciones con tranquilidad, con la confianza de que sus planes se podrán llevar a cabo sin contratiempos de ningún género. La seriedad y fiabilidad que podamos ofrecerles adquieren una gran importancia, que nuestros sistemas de transporte funcionen con regularidad, que las fuentes de información sean rigurosas y que los precios sean razonables son alguno de los asuntos fundamentales.

l La calidad del servicio. Deberíamos responder a las expectativas más exigentes y no aceptar ninguna excusa al respecto; esto lo puede entender todo el mundo siendo usuario de cualquier servicio. Ningún profesional debe ser ajeno a este propósito, ¡faltaría más!, pero tampoco el resto: la amabilidad, el respeto, los buenos modales, preservar el entorno, etcétera, son elementos en los que influimos todos y que contribuyen también a crear un buen ambiente de acogida, que se reconoce rápidamente y se agradece de forma unánime por quienes nos visitan.

Cumplidos -como mínimo- esos dos requisitos, creo que los impactos publicitarios reales y positivos sobre el público objetivo (en este caso, los turistas potenciales) se incrementarían de forma exponencial (de boca en boca), tanto o más que con las esporádicas visitas de personalidades, que bienvenidas sean siempre, por supuesto. Además, conviene recordar en este punto un aspecto crítico en todo proceso de venta: lograr que nuestros clientes repitan o, dicho de otra manera, conseguir su fidelidad. ¡Casi nada!