La Confederación Hidrográfica del Norte (CHN) ha aleccionado a todos los asturianos ribereños a que vivan en la tensa convicción de que las crecidas, los desbordamientos y las inundaciones son intrínsecas a la tierra de Asturias. La CHN incluso previene de que la gran inundación, la catastrófica, la «big one», es una posibilidad constante.

Esta circunstancia sitúa a la región en el Olimpo de las tierras eternamente amenazadas, cuya cúspide está ocupada por el Estado de California y su bahía de San Francisco, siempre pendientes de que un día llegue su «big one» particular, su gran terremoto, y que se cuartee la placa tectónica correspondiente hasta el punto de que el océano Pacífico anegue los naranjales californianos o los viñedos de Francis Ford Coppola. Por cierto, California está en quiebra desde que la gestionó el gobernador Arnold Alois Schwarzenegger, que ahora mismo está retornando al cine y tal vez le ofrezcan una película apocalíptica.

Pues bien, Asturias ha de permanecer a la espera de su gran acontecimiento destructivo, que, no obstante, viene reglado por los ritmos de la madre naturaleza. Por ejemplo, las tremendas riadas de hace dos años son de las que tocan cada siglo, y las de estos días pertenecen al ciclo de los 20 años. Esto era así, al menos, hasta la proclamación del cambio climático, con la cual todo se ha vuelto un poco más caótico. Total, que la CHN nos previene y a la vez recibe las críticas habituales: que si los cauces no están limpios, que si los bordes y riberas no están reforzados, etcétera. Para complicar más el problema, al borde de un río tienen la oportunidad de deponer todas las administraciones: la municipal para dar licencias de construcción, la autonómica para hacer obras y carreteras, y la estatal para lo que corresponda. Así pues, donde haya dos o más administraciones reunidas en nombre del ciudadano ya puede darse éste por arreglado, porque la cosa será un sindiós y se echarán las unas a las otras los trastos a la cabeza. Ésa es la catástrofe cotidiana.