Ana González se ha revelado como una experta en meterse en charcos. Lo ha demostrado en numerosas declaraciones públicas. De un tiempo a esta parte, la Alcaldesa ha colocado a su equipo de gobierno a los pies de los caballos, ha cuestionado el consenso político entre los partidos, ha arremetido contra la federación de vecinos y, por si quedara algún títere con cabeza, ha cargado la suerte contra Pablo Iglesias porque no le escribe, sin tener el menor reparo en ensombrecer el liderazgo del mismo presidente autonómico, Adrián Barbón. Cuentan las malas lenguas que hace días reunió con carácter de urgencia y en sesión matutina a su equipo de gobierno para lamentar tanto desatino y asumir sus disculpas... (no sabemos si las suyas o la de los concejales agraviados).

El excesivo protagonismo de Ana González hace prevalecer la idea de que carece de la suficiente confianza sobre sus concejales como para delegar en ellos las tareas del gobierno. Se especula que sólo trata con gerentes, que puentea a todo el mundo, salvo a Natalia González, eficaz concejala de Servicios Sociales, porque la situación social así lo exige y, sobre todo, porque la experiencia profesional de la edil son difícilmente superables, incluso para la exconsejera de Educación que más dolor de cabeza provocó a los sindicatos durante el Gobierno de Fernández.

Su soberbia comienza a pesar entre los vecinos, después de atormentarlos con 74 vídeos consecutivos que aleccionaban a una ciudadanía rebajada a parvulario y que, paradójicamente, actuó con un comportamiento ejemplar durante toda la cuarentena. Quienes la defienden, reconocen que la marcha atrás en el plan de vías, por muy acertada que fuera, ha sido inoportuna, provocando una alarmante sensación de improvisación política (por extemporánea), arrastrada por otros patinazos del pasado más reciente como el de la Universidad Laboral. Los que la defienden, incluso, reconocen que no es capaz de sacar rédito a las políticas sociales que ha puesto en marcha desde el mes de marzo y, en definitiva, que está rodeada de asesores (nombrados directamente por ella) envueltos en un autoridad impermeable al disenso.

Se diría que en el consistorio de Gijón, el Ayuntamiento es ella, engolfada de poder, que no de Dios, que de tanto amarlo lo ha hecho ya su prisionero. Embebida de un personalismo contumaz sólo corregido por el Gobierno de Barbón, cuestionado el consenso político y la autoridad de sus ediles, Ana González aparenta padecer un extraño síndrome napoleónico. Y sin embargo, yo os digo, queridos vecinos, que la Alcaldesa os quiere. Por este último motivo, le aconsejamos encarecidamente que, concluida la cuarentena, inaugurada la nueva normalidad, apure este momento de paz vírica para que se lo haga mirar urgentemente, antes de que al PSOE de Gijón le surja un contrincante lo suficientemente sensato y carismático como para que la derecha vuelva a asomar su cabeza nuevamente. Aún quedan tres años de gestión que en política son muchas vidas de César. Pero sin dirección política en la agrupación socialista, nos maliciamos que acabará siendo cierto aquello de que la calle es suya, incluso la que está por peatonalizar.