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Discursos

La habilidad de Pedro Sánchez para jugar con la ambigüedad retórica y el doble lenguaje

La pandemia remite y ya se vislumbra su final. Aunque los que conocen mejor el comportamiento del virus sugieren prudencia, advirtiendo todavía de su presencia y posibles nuevas olas de contagios, estamos listos para celebrar el inminente retorno al ajetreo habitual y reactivamos viejos deseos o hacemos nuevos propósitos. Poco a poco, iremos viendo si las cosas siguen en su sitio y cuánto hemos cambiado en este paréntesis. Lo mismo puede decirse de la política, parte esencial de la vida. Conviene no olvidar el compromiso adquirido de analizar la respuesta dada a la pandemia, porque las sociedades inteligentes aprenden de la experiencia. Pero debemos volver sin demora a ocuparnos de algunos problemas sin resolver. Quizá por ello, estos días los políticos están siendo pródigos en encuentros, intervenciones públicas y manifestaciones.

Espoleado por la derrota electoral de la izquierda en Madrid y un giro coyuntural adverso del panorama político, el gobierno ha tomado la iniciativa, fijando la agenda para el resto de la legislatura, se complete esta o se acorte. Los primeros asuntos son, con igual prioridad, la cuestión catalana y la ejecución de los fondos europeos. Con los indultos en la mano, el jefe del ejecutivo viajará en repetidas ocasiones a Cataluña, tratando de seducir a los independentistas para que acepten una ampliación del autogobierno y una mejora en la financiación, con tal de que renuncien a la amnistía y un referéndum de autodeterminación. Sin embargo, el sector más recalcitrante del soberanismo mantiene abierta la vía unilateral a la independencia. Aunque es claro que sin cesiones no habrá acuerdo, resulta impredecible quién renunciará a qué. La negociación es especialmente delicada porque de ella depende tanto una solución duradera del estatus político de Cataluña como la estabilidad del gobierno español.

Por otra parte, el presidente del Gobierno ha recibido el visto bueno de la Comisión Europea a su Plan de Recuperación y pronto tendrá el ingreso de una partida de los fondos asignados a España. Con tal motivo, exhorta a toda la sociedad española para que se implique en el reto de llevar a cabo la mayor transformación de nuestra economía desde que ingresamos en la Unión. Y pronostica un crecimiento en los próximos años que superará todas las previsiones. Sin embargo, en relación con los fondos hay dos aspectos poco claros y que son ambos responsabilidad del gobierno. Uno es la gestión, sobre la que partidos políticos, comunidades autónomas y agentes sociales reclaman más participación y transparencia, y otro son las condiciones de los socios europeos para transferir las siguientes partidas.

En Barcelona, desde la tribuna del Círculo de Economía, Pedro Sánchez se mostró eufórico y persuasivo. Los españoles, afirmó sin asomo de duda, tenemos todo lo necesario para alcanzar las metas que nos propongamos. Citó cuatro cosas, un plan, dinero, talento y cualificación, y se detuvo en la quinta, estabilidad y unidad política, en la que puso un énfasis muy especial. Reconoció que el gobierno no podía realizar solo la tarea propuesta. A lo que añadió que nadie posee la razón en exclusiva. Hizo una apología de la discrepancia, pero reprochó sin paliativos la discordia, sea partidista o territorial, que supone un pesado lastre para España. Más dura fue su condena de quienes incitan a la polarización y el odio. En conclusión, el líder socialista proclamó la obligación imperativa de un pacto. En su opinión, es posible, puesto que no hay desacuerdo sobre las cuestiones básicas. Existen dos modelos diferenciados, aseveró sin especificar, pero no enfrentados. Así que debemos ir hacia el reencuentro, la palabra que utiliza como talismán en sus discursos cuando se refiere a la cuestión catalana.

Pocos políticos han tenido la habilidad de Pedro Sánchez para jugar con la ambigüedad retórica y el doble lenguaje, prácticas con notable arraigo en nuestra esfera política desde la Transición misma y antes. El dirigente del PSOE repitió que decía lo dicho “aquí, en Barcelona” y quiso que el auditorio reparara en la circunstancia. La pregunta es si sus palabras solo están vigentes en Cataluña, ahora que se acerca el momento de la verdad de sortear las diferencias que tiene con sus socios parlamentarios y que podrían truncar sus planes de gobierno. Porque, tomadas en su sentido literal, deberían conducirle en dirección única a restablecer cuanto antes el diálogo con el líder de la oposición. No recuerdo la última vez que se reunieron. Cuando está definiéndose el futuro del país, el desencuentro entre el PSOE y el PP, quiero insistir en ello, es la mayor distorsión de la política nacional. Un buen político debe discursear bien, pero al final, como sugirió Aron, lo que cuentan son los hechos. Y según el último CIS, el PSOE tiene en sus filas el porcentaje más elevado de votantes dudosos.

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