Los asturianos disfrutan de ingresos comparativamente buenos, la renta per cápita mejora, las exportaciones despegan, la creación de puestos de trabajo crece y muchas compañías trasladan aquí sus sedes. La región cada vez depende más del empleo público, el poder adquisitivo se sostiene gracias a unas pensiones efímeras, la mitad de la población permanece inactiva y la elevada fiscalidad, la transición energética y la crisis de suministros ponen cuesta arriba la resistencia de las empresas. No son datos contrapuestos de dos fenómenos distintos sino circunstancias reales que conviven a la vez en estos momentos en una Asturias de enormes potencialidades y debilidades estructurales nunca corregidas. Hacia dónde se incline al final la balanza dependerá de cómo el Principado y la sociedad asturiana jueguen sus cartas. 

Justo dos años después de la feroz irrupción del coronavirus, la caída de los contagios y la disminución de los casos graves invitan a pensar que la infección está controlada. A las puertas de unos Carnavales como los de antes, la vida y sus citas habituales salen al paso. Si en lo más duro ya era urgente afrontar otra emergencia, la económica, ahora es cuestión de pura supervivencia para miles de empresas y puestos de trabajo. Una tarea de por sí hercúlea a la que esta semana se añade la incertidumbre de una invasión devastadora que hace saltar las alarmas.

Parece que a cada intento de reconstrucción del sistema productivo asturiano siempre le acecha un golpe para tumbarlo. La búsqueda de inversores foráneos para reemplazar a las empresas estatales hace cuatro décadas naufragó tras el escándalo de una falsa inversión petroquímica, un burdo engaño que llenó de sonrojo a los asturianos. El intento de diversificar el tejido con sociedades ajenas a los sectores clásicos frenó en seco, tras unos inicios prometedores, con la losa de la Gran Recesión del 2008 y el hundimiento de la construcción, que lo paró todo.

Empezaban a restañar las heridas de aquella catástrofe insospechada y sobrevino otra mayor, la pandemia. La Gran Reclusión hizo retroceder los indicadores a niveles de una contienda bélica. Vuelta a empezar la remontada desde muy atrás, con bastante sufrimiento, y de repente, no como aproximación estadística comparativa sino como un brutal zarpazo de crueldad, llegan las sombras de una guerra real desde Ucrania, sumiendo a Europa en el temor y la desesperanza, sembrando de oscuras incógnitas el panorama. Aún nadie puede precisar el alcance de su dolor y sus destrozos, pero los traerá. Y en un mundo donde nada de lo que ocurre en ninguna parte resulta indiferente, de una manera u otra Asturias también quedará afectada.

La región no puede seguir eternamente cautiva de lo mismo: parece que a cada intento de reconstrucción del sistema productivo siempre le acecha un golpe para tumbarlo

Algo enseñan estos años de ruptura de una época y alumbramiento de otra muy distinta: hay que estar preparados para lo impredecible y lo imprevisible. ¿Y eso cómo se consigue? Nunca esperando a la defensiva, colocándose la venda antes de la herida, pensando en anestesias con las que evadir las dificultades o improvisando mangueras para achicar el agua en vez de taponar rápido las vías. Siempre fortaleciendo de verdad la economía, asentándola desde los cimientos hasta el techo sobre terreno firme y con estructuras sólidas que la preparen para resistir los huracanes por mucha velocidad que alcancen. Nadie conoce de antemano dónde, cuándo y cuánto va soplar la próxima ráfaga.

El mercado laboral mejora y retorna a los números de antes de la crisis del ladrillo, pero el Principado tiene a la mitad de su población inactiva, un hecho insólito en España. El PIB asturiano es el más atrofiado del país, pero los ingresos de los ciudadanos crecen. Muchas compañías de fuera deciden mudarse aquí y nacen empresas a buen ritmo, pero no dejan de multiplicarse las trabas para que puedan sostenerse, con una luz disparatada, carburantes por los cielos, costosas urgencias verdes e impuestos implacables. El empleo aumenta, pero disparando los contratos públicos, que responden además a una necesidad pasajera, sanitaria y educativa, derivada del covid. El Presupuesto del Principado engorda, pero los ingresos pinchan con la actividad adormecida. Las pensiones sostienen la riqueza, pero no existen ocupaciones para los jóvenes y las mujeres, grandes damnificados en las sucesivas tormentas.

No caben actitudes contemplativas, hay que decantar la situación, cada uno en la medida de sus responsabilidades: suprimiendo los dopajes, atrayendo empresas y población, renovando los sectores viejos y cautivando a los emergentes –si una megafactoría para baterías va a instalarse en Sagunto, con iguales ventajas logísticas y competitivas cuenta El Musel–, multiplicando efectos como el logrado en su día con el desembarco de Du Pont o este año de Amazon, abanderando el reto renovable en un periodo energético que se presagia oscuro para el continente. Musculando, en suma, la economía para que lo positivo triunfe definitivamente librándose al fin de la fuerza retrógrada de sus pesados y persistentes lastres. Asturias no puede seguir eternamente cautiva de lo mismo.