Antes siquiera de que empezara a elaborarse la norma para reducir el consumo de gas que esta semana entró en vigor, muchos comerciantes asturianos implantaban medidas particulares de ahorro eléctrico y restringían por su cuenta la iluminación de los establecimientos. No hacía falta un improvisado reglamento para conminarles a ello. El desmesurado crecimiento de la factura de la luz, y no las ocurrencias gubernamentales, obligaba a evitar despilfarros por el propio bien de las familias y los negocios. Primero que regular aspectos insospechados de la vida, un auténtico imposible, importa fomentar la responsabilidad individual. Nuestros políticos sufren un déficit casi patológico de confianza en el ciudadano. Esperando a que el BOE lo determine todo no se consigue una sociedad madura.

Si hubiera que convertirla en serie de ficción, la política española sería aburridísima y fracasaría en audiencia. Por predecible. Aquí nadie se sale de un papel condicionado por clichés ideológicos con la confrontación por la confrontación como estrategia. Y menos a diez meses de las elecciones autonómicas y municipales de mayo. Cualquier asturiano sabía de antemano en qué iba a desembocar la necesidad de ahorrar energía por la guerra de Ucrania: en otra iniciativa del Gobierno presentada sin hablar con nadie y en una oposición cargando contra esta forma chapucera y soberbia de legislar. Los termostatos y los escaparates son en esta ocasión el pretexto para continuar con el juego de las polémicas absurdas en que deviene una lucha de partidos que ni siquiera engancha ya a palmeros y gregarios.

¿Hablamos en serio de solucionar un problema o continuamos jugando? Probablemente en el contexto actual no haya un solo asturiano que discuta lo oportuno de un plan de emergencia para economizar electricidad. Otra cosa es cómo ha sido diseñado el que acaba de aprobarse y si realmente constituye la opción ideal para cumplir el objetivo. Difícil valorarlo porque no ha existido debate alguno sobre alternativas, ni negociación sobre su alcance, ni evaluación de su impacto, ni cuantificación real de lo que va a conseguirse oscureciendo una parte de las ciudades y sofocando a sus vecinos. La norma establece unos parámetros generales que no sirven para la casuística de cada región y cada puesto de trabajo, además de generar con su imprecisión inseguridad jurídica. El espíritu laxo con que el Principado promete aplicar las directrices, sin caza de brujas ni vigilancia, denota la escasa fe que tienen en que sirvan para algo hasta quienes defienden a los promotores de las restricciones, compañeros de militancia.

De poner el acento en combatir el cambio climático, respaldar a las empresas y hacer más llevaderas las dificultades, los grupos habrían explotado la ocasión para promover el diálogo constructivo y esas políticas de Estado que tanto echan de menos los votantes cuando lo sólido zozobra. Si al final no queda otra que apelar a la conciencia individual, ¿por qué no empezar por ahí y confiar en el sentido común del ciudadano? La pandemia abrió la veda a la mala costumbre de regular aspectos insospechados de la cotidianeidad. La situación actual, más que imposiciones, requiere pedagogía para orientar en un consumo eficiente a los usuarios. 

Reflexionemos sobre lo que está ocurriendo: las naciones precisan garantizar una mínima soberanía en sus suministros

Esta sociedad visual, de lo que entra por los ojos en lugar de por el cerebro, dificulta pensar bien. Confundiendo razón con sentimientos, triunfa la bilis y muere la discusión creativa. Excitar con paternalismo desde el poder las emociones, porque cuesta menos esfuerzo que analizar concienzudamente cada dilema, quizá produzca un falso rendimiento electoral inmediato, pero no remedia los destrozos. Reflexionemos sobre lo que está ocurriendo: las naciones precisan garantizar una mínima soberanía en sus suministros. Si pésimo resultó abandonarse en exclusiva al gas ruso, temerario parece amputar precipitadamente fuentes energéticas para reemplazarlas por otras aun por desarrollar que no garantizan el servicio. Lo primero lo hizo Europa, por ingenuidad. Lo segundo, España, para blandir la bandera verde.

El mundo y sus vueltas no dan respiro. Cuando descansábamos de los contagios, surgen otras turbulencias. La gran carencia en el fragor del covid fue olvidarse de la economía. Ahora, durante la guerra, no debería ocurrir lo mismo. Asturias disfruta de un verano de lujo, batiendo constantemente registros. La comunidad suena, está de moda y suscita un “efecto llamada” no solo como territorio sanitario seguro sino también como refugio ante las olas de calor. Hay que encarar con decisión un panorama complejo y a la vez aprovechar este tirón para multiplicar las iniciativas, el empleo y la actividad.

Pero ahora toca disfrutar sin fatalismo de lo que resta de un verano excepcional. Hacer acopio de descanso, como decía el sociólogo, para llenar la reserva emocional. Nadie puede pronosticar con certeza qué ocurrirá en otoño. Cuando llegue, que nos encuentre arremangados para afrontarlo sin ningún temor a hundirnos o fracasar.