El parque jurásico de Asturias

Francisco García

Francisco García

A nadie resulte extraño que el Museo del Jurásico sea uno de los equipamientos culturales más visitados de Asturias: en esta región vivimos anclados en el Paleolítico, con trenes de otro siglo que atraviesan túneles que parecen cavernas cuaternarias. Acaban de instalar en los jardines del MUJA un imponente “liliensternus” y un “eoraptor” que se disputa un lagarto con un “buriolestes”. Quienes quedamos anclados en el diplodocus y el tiranosaurio desconocíamos que hubiera bichos del pasado más remoto con nombres tan impronunciables, tal que parece que uno se condena a padecer hipopotomonstrosesquipedaliofobia, vocablo de 33 letras que significa precisamente sufrir miedo irracional a la pronunciación de palabras largas y complicadas.

Las pisadas de dinosaurio permanecen indelebles en la costa política de Asturias desde tiempos inmemoriales, de tal manera que cada vez que hay revuelo en las sedes aparecen como por ensalmo viejos saurios a ver si les cae un trozo de carnaza. Hay algunos que no se resignan al depósito de marfil del cementerio de los elefantes o a dejar la huella en los acantilados de Tereñes o en la playa de La Griega.

Es habitual de las sociedades primitivas, y por tanto cazadoras, disparar contra la primera pieza que asoma la cabeza por el hueco de la madriguera. He ahí la explicación del encierro y aislamiento de una parte de la sociedad y la huida temprana de otra parte, que aprovecha la oscuridad para salir en busca de otros pastos. Pasa en la cosa pública pero también en la ciencia y en la cultura, donde el carné de identidad pesa más que el talento.

Se aproxima la contienda electoral. Ya verán como el parque jurásico se revuelve y regresamos, de palabra y obra, a la Edad de Piedra. A la del pedernal como arma arrojadiza y la punta de flecha de sílex.

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