Enganchados a la red

Los perjuicios que provoca a jóvenes y adultos la dependencia de la socialización digital

Fernando R. Miranda

Fernando R. Miranda

La sentencia parece extraída de un agudo reproche: "Los ojos son inútiles cuando la mente está ciega". Una frase certera que, en cualquier caso, queda literalmente desmantelada por esa cultura de la autosuficiencia de nuestro tiempo que rinde culto al envase, pero desprecia el contenido. Son las redes sociales las que, en connivencia con la inmediatez, consiguen que de un solo golpe de vista a una fotografía-esfinge ésta resuma virtualmente tu estado de felicidad cuando, a lo peor, llevas una racha aciaga. O las que te posibilitan colgar una frase exitosa del desafío en el que estás inmerso aunque sólo sea producto de un delirio. En nuestro afán por atesorar likes, parece que lo primordial es "parecer" que eres o "hacer" que haces. Aceptamos que lo que se ve, o lo que se escucha, penetre por los ojos o los oídos rápidamente. Pero a mí me parece que algunas historias no merecería la pena que llegaran al cerebro si no fuera porque es imprescindible que primero hayan de pasar por él.

En esta obsesión por la exposición pública, más que relacionarnos, nos deslizamos por un hilo que no tiene fin. Los expertos lo llevan advirtiendo: la pandemia ha propiciado que emerjan patologías que estaban ahí incubadas y que han hecho mella, especialmente, en el bienestar emocional de adultos y jóvenes. La adolescencia es una etapa siempre compleja que, además, en esta época asume una doble vulnerabilidad: por una parte debido a la precarización del futuro laboral y, por la otra, por el desasosiego que produce la socialización digital. El prestigioso psiquiatra ejerciente en Mieres César de la Garza dice que las aplicaciones de las plataformas son el opio de ahora para buscar tiempo a situaciones de rápida recompensa.

La virtualidad, me temo, aboca a una profunda soledad en una etapa de la vida muy social. Nos preocupamos y mimamos a nuestros jóvenes pero, en realidad, ¿los estamos acompañando? Difícilmente, pues también somos nosotros los que estamos padeciendo los mismos efectos secundarios de la tecnología y las consecuencias que ésta acarrea.

Hay algunas escuelas públicas americanas en Seattle y Pensilvania que están demandando judicialmente a TikTok, Instagram o You Tube acusándolas de causar impactos emocionales. Llama la atención que los demandantes inculpan a las apps de provocar usuarios adictos, responsabilizándolas de perjudicar directamente a niños y adultos para conseguir grandes beneficios económicos.

Aquí en Asturias conozco excepcionales docentes como César González, director del IES Mata Jove de Gijón, que confiesan estar desbordados por el número de alumnos que detectan cada mes con problemas de salud mental. Mientras, en los ambientes sanitarios, se insiste en diferenciar un malestar emocional de una patología mental, recalcando la baja tolerancia que tenemos a la frustración. Entonces... ¿Qué es lo que está fallando en realidad? ¿Es todo imputable a las redes?

Vamos camino de no poder vivir sin el móvil, como no podríamos hacerlo sin agua o comida. Y lo peor es que vamos tan rápido que no tenemos tiempo de controlar nuestra propia fragilidad. El arte de vivir es el arte de gestionar lo bueno y lo no tan bueno que nos está pasando. Esto de internet es extraordinario, un triunfo de la inteligencia del hombre pero no debe, no puede, impedir que nos toquemos y nos escuchemos. Ni, por supuesto, hacernos fracasar como seres humanos.

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