El Guggenheim que no vendrá: más argumentos

La transformación de Tabacalera, en Gijón, en un centro de arte significativo debería implicar una apuesta en muchas áreas

Pablo Luis Álvarez

Pablo Luis Álvarez

Continúo en este artículo con lo que me había propuesto en el anterior: desbaratar las expectativas que el equipo de Moriyón ha generado en torno a la transformación de la Tabacalera de Gijón en centro de arte, visión que se ha presentado como un futuro Guggenheim para la ciudad. Creo que posicionar esta crítica es una operación importante porque, al desmitificar el proyecto, surge la oportunidad de darle otra vuelta y pensarlo de nuevo –también es necesario someter a cierto escrutinio a qué intereses puede servir la propuesta tal y como la pintan–.

Había dejado el análisis en dos cuestiones que a mi parecer son fundamentales: Que el Museo Guggenheim de Bilbao ha contado desde su nacimiento con un saber y respaldo institucionales sin parangón, el de la Solomon R. Guggenheim Foundation; y que el coste de mantener un proyecto cuyo plato fuerte es la rotación de exposiciones temporales de "grandes maestros" va a suponer un gran desembolso –al leer la descripción de la propuesta que Foro comparte en su portal web, me entero sin embargo de que la anhelada presencia de artistas como Picasso o Dalí será la que se halle en tres colecciones privadas vinculadas a Asturias–. Sin duda, esto debería plantear alguna pregunta sobre lo que significa que un espacio público se utilice para esto y si las fortunas personales que han hecho posible tales colecciones ayudarán a financiar el proyecto.

La presencia de la fundación Guggenheim en la historia del arte contemporáneo no puede ceñirse únicamente a la acumulación de una gran colección o a la construcción en Nueva York de un museo que la pudiese albergar. Su relación con artistas vivos (¡vivos!) y en activo, las visitas a estudios, las conversaciones con otros coleccionistas, expertos, conservadores, críticos, es lo que fue nutriendo su hacer como institución y, con ello, su prestigio. Esto fue lo que ha generado una interlocución fluida con otras instituciones culturales y artísticas y lo que convierte a su red de museos, incluído el de Bilbao, en espacios verdaderamente internacionales –Gijón, por cierto, tiene desde hace muchos años un centro de arte igualmente internacional, LABoral. Otro asunto es si ese proyecto se ha sabido comunicar o si cuenta con el afecto de la ciudadanía–.

Con este contexto en mente, quiero poner el énfasis no tanto en el relumbrón arquitectónico de los espacios que la fundación gestiona, ni tampoco en la calidad de sus colecciones, sino en el capital humano y en el apoyo a las prácticas artísticas de las que la Fundación Guggenheim continúa siendo paladín. Si el Guggenheim de Bilbao es un proyecto que suena a propios del arte y también a extraños, no es únicamente por el titanio de su fachada, sino porque cuenta con un robusto equipo de profesionales que lo hacen centro de referencia y que están en conversación constante con artistas de todo el mundo así como con artistas locales. A esto se suma una sintonía ejemplar con la iniciativa privada y con el Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno Vasco. Ambas administraciones entendieron desde el principio que deberían remar juntas para que el proyecto tuviera éxito –si tal sintonía se va a replicar en Asturias es, me parece, una pregunta retórica–.

Desconozco el número de personas que trabajan en el Guggenheim, pero la propia institución nos indica que son veinticinco los puestos directivos del museo, desde su directora de Comunicación e Imagen, a sus cuatro "curators" (no sé por qué en inglés les suena mejor) o la persona al frente de la Tienda-Librería, que también incluyen en esta lista. ¿Será la Tabacalera una iniciativa que, por ejemplo, genere diez puestos de trabajo para trabajadores del sector cultural? ¿Podemos hacer comprender a la futura corporación municipal que esta inversión en capital humano es necesaria para el éxito del proyecto?

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