Salud pública y salud laboral

La importancia de actuar sobre el medio para prevenir los accidentes y las enfermedades derivadas de la actividad en el trabajo

Martín Caicoya

Martín Caicoya

Los azares me llevaron a desempeñar durante unos años el puesto de responsable de riesgos laborales para la Administración. Acepté semejante reto con la idea de que se trataba de aplicar las teorías de salud pública a una población cautiva: los riesgos a los que estuviera expuesto cada trabajador deberían ser mucho más fáciles de identificar y controlar que los que puedan afectar a la población general. Desde el siglo XIX, con la explosión de la industria y la necesidad de mano de obra cada vez más especializada, los propietarios de las fábricas se empezaron a preocupar por la salud de los trabajadores, un asunto que preocupaba a la creciente vanguardia de sanitaristas. La seguridad e higiene en el trabajo, con diferentes grados de implantación, se integraron en las empresas. Seguridad que se centra en evitar los accidentes, higiene en evitar las enfermedades profesionales. Ingenieros, químicos y también médicos, lideraban estas especialidades. Era la época de trabajo manual, manejo de máquinas, exposición a sustancias químicas, ambientes pulvígenos e insalubres. Los principios de prevención son evidentes. El primer objetivo, eliminar la causa; si esto no es posible, aislarla de manera que no pueda contactar con el trabajador y solo si ninguna de las anteriores medidas son posibles, proteger al trabajador, obligación que se debe cumplir cuando el riesgo está presente aunque se aísle. Por ejemplo, si en la fabricación se emplea o como consecuencia de ella se produce, un cancerígeno, y no hay alternativa, aunque se logre evitar el contacto con la fuente, se ha de proteger al trabajador por si acaso se produce un accidente o fallo. Son principios de una lógica indiscutible.

Otra cosa son las especialidades que surgen con la llegada del sector servicios. Ahí las exposiciones son más sutiles y los daños que producen menos evidentes. Es el ámbito de la ergonomía y la psicosociología. La ergonomía, de una manera un tanto artificial, se ocupa principalmente del bienestar musculoesquelétio. La psicosociología del bienestar mental y social. 

Con la creación del servicio a que me refiero se formó un equipo de jóvenes profesionales, entusiastas, dispuestos a aplicar los conocimientos teóricos que habían adquirido en sus carreras y la posterior formación en riesgos laborales. Las área de seguridad e higiene, más trilladas, más importantes en cuanto al potencial daño, menos en cuanto a la frecuencia, quedaron en manos de ingenieros y químicos. A mí me interesó más la ergonomía y psicosociología. En la primera, con una especialista en rehabilitación, desarrollamos un laboratorio para estudiar la carga muscular, la fatiga, estudiamos posturas, movimientos de cargas, modelos, revisamos la literatura científica, investigamos el oscuro ámbito del dolor muscular y propusimos medidas para evitar y aliviar cargas, sobre todo en los trabajadores de asistencia a personas dependientes. El esfuerzo debería concentrarse en el diseño de puestos de trabajo en los que no hubiera ni que movilizar cargas pesadas ni que realizar movimientos repetitivos con resistencia. Muy difícil. Pensamos, que además de actuar sobre el medio, nuestra obligación, se podría actuar sobre el huésped fortaleciendo su resistencia, como se hace con las vacunas. Las escuelas de espalda aparecían como una promesa, algo que los empleadores estarían dispuestos a sufragar incluso en horas de trabajo. Pero antes de recomendarlo, examinamos con cuidado la experiencia. Los ensayos clínicos con las diferentes modalidades de escuela de espalda no demuestran que eviten o reduzcan el daño musculoesquelético. Sirven más bien para que tanto los empresarios como los responsables de riesgos laborales y quizá los propios trabajadores, sientan que se está haciendo algo.

 Más complicados son los riesgos psicosociales, a los que más están expuestos los trabajadores de la Administración. Con los psicólogos nos especializamos en el estudio de los conflictos entre trabajadores, un mundo complejo, muy tóxico y demasiado frecuente. Nos interesaba también el estrés. Hay dos modelos para estudiarlo, no incompatibles. El más objetivo es el de demanda control: Si en tu puesto de trabajo existe una demanda sobre la que tu no puedes actuar, el riesgo cardiovascular se multiplica por dos, como lo hace el tabaco, la hipertensión o el colesterol. El remedio es introducir autonomía hasta donde se pueda. El modelo de esfuerzo recompensa es más subjetivo: si crees que tu pones más en el trabajo de lo que recibes, tu riesgo de enfermedad cardiovascular se multiplica también por dos. Aquí surge una realidad bien conocida: necesitamos el reconocimiento, material y emocional. Pero hay situaciones, y no son pocas, en las que es difícil actuar modificando las condiciones de trabajo. La vista se vuelve, otra vez, sobre el trabajador: proporcionarle herramientas para soportar esa demanda que le está produciendo un daño. Aparecen cursos de manejo de estrés, resolución de conflictos, mindfulness o conciencia plena, relajación, yoga etc. Pero, ¿tienen alguna utilidad? Lo más probable es que no a juzgar por las evaluaciones que se han realizado sobre sus efectos. 

La salud pública se concentra en identificar las causas de enfermedad, o accidente, y en el diseño de estrategias para evitarlas o al menos amortiguarlas. Lo ideal es actuar sobre el medio, aunque también, como en la vacunación o el cribado, se actúa sobre el individuo. En la salud laboral como caso particular, la actuación sobre el medio es mucho más obligada.

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