Opinión

Demasiado felices

Ciudadanos "refalfiaos" y la intolerancia al fracaso

A estas alturas, ya sabemos que tener muchas cosas o haber alcanzado altos estándares de calidad de vida no nos asegura, para nada, la felicidad. Escucho en una tertulia radiofónica que "somos demasiado felices" y, a continuación, el contertulio matiza la frase con lo que parece un contrasentido: "llevar esta vida maravillosa lo que provoca es un grado de insatisfacción general al primer contratiempo". Gracias por la aclaración.

A nuestros antepasados el futuro no les condenaba. Yo, a los míos, al menos por lo que cuentan las crónicas familiares, siempre me los imaginé como seres dichosos. Eso sí, con un grado de abnegación importante, casi heroico, por las penurias que padecieron. Sería resignación o capacidad de afrontamiento pero al menos, con la perspectiva del tiempo, parecían mantener su optimismo pese a las muchas necesidades. A lo mejor es que uno tiende siempre a idealizar y a ser benévolo con nuestra historia familiar pero es cierto que ellos, poseyendo mucho menos que nosotros y con expectativas bastante menores, sonreían y se lo pasaban en grande cuando tocaba. Eran totalmente ajenos al estrés y la ansiedad, los cuales no formaban parte del concepto de "enfermedad" de la época. Nuestros abuelos, así, se daban permiso para caer y fracasar aprendiendo de manera natural a levantarse.

Grabando para "Asturias Semanal" de TPA un reportaje sobre la huella laboral del cáncer entro en contacto con la asociación española de lucha contra esta enfermedad, entidad que desarrolla una labor excepcional con muchos de los siete mil enfermos diagnosticados cada año en el Principado. La gerente, Tatiana Redondo, nos habla de la enorme solidaridad de los asturianos con la organización a través de donaciones así como del importante movimiento de voluntarios generado.

Una dolencia imposible de sobrellevar sin apoyo en casa y fuera de ella por las muchas derivadas que acarrea. A la repercusión física y emocional hay que añadirle algo que muchos desconocen hasta que atraviesan por este trance: la vulnerabilidad económica. Los pacientes nos hablan de una incertidumbre, que puede llegar a ser demoledora, por el miedo a recaer una vez superados los tratamientos. Cuando un tumor cancerígeno afecta a un trabajador se trunca su vida laboral pero también puede alterar la existencia de su entorno más próximo.

Tuve la oportunidad de conocer a maridos que renunciaron a media jornada en la empresa para ser el soporte de sus parejas. Gente que ve muy mermados sus ingresos y que, además, se enfrenta a un cúmulo importante de gastos extraordinarios. Son daños económicos que generan, a su vez, más inestabilidad y miedos.

Resistir a la desgracia nos ayuda a conquistar metas por eso no hay que perder de vista a nuestros siempre inspiradores mayores, que labraban su "optimismo vital" entre malas noticias o situaciones desafortunadas. Al igual que los miembros de hogares con patologías graves, que nos dan un ejemplo de cómo no dejarse hundir por las circunstancias.

Y frente a lo devastador de la enfermedad, asistimos casi diariamente a pequeños dramas cotidianos de asunción de la realidad. Algo hemos hecho mal cuando un ejército cada vez mayor de ciudadanos padecen intolerancia al fracaso. A lo mejor es que la vida no es exactamente tal y como nos la habían contado entre algodones. No percibimos cómo es realmente el mundo sino, más bien, una interpretación distorsionada del mismo a beneficio de inventario. Nos conducimos por el calendario como si nos hubieran gastado una broma de mal gusto.

No puede ser verdad, pues, lo de que "somos demasiado felices" y que por eso estamos en crisis. ¿No será que estamos un poco "refalfiaos" y eso nos ha debilitado emocionalmente? Nuestros abuelos puede que estuvieran de acuerdo con el diagnóstico…

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