Ribadesella,

Bárbara MORÁN

La Demarcación de Costas demolerá las ruinas de la cetárea de Ribadesella por motivos de seguridad. La instalación, ubicada en el extremo norte del paseo de la Grúa, dejó de funcionar hace treinta años, cuando un fuerte temporal derribó el edificio. La que ocupan las ruinas es una zona muy transitada, sobre todo durante las temporadas vacacionales, lo que supone un riesgo para los viandantes y para los pescadores que se acercan a este paraje.

Con el paso de los años, el gremio de los pescadores ha ido a menos en Ribadesella y, la que fue una de las principales fuentes de inversión en las pequeñas villas costeras del Cantábrico, ha pasado a un segundo plano para dar cabida a nuevos sectores e industrias que, poco a poco, se han impuesto en las economías locales. Ribadesella fue uno de los núcleos más importantes de pesca en el oriente asturiano y legados como la cetárea, que está ubicada al final del paseo de la Grúa, dan fe de ello.

En las instalaciones se criaban langostas, que venían por transporte aéreo desde Canadá. Hasta 2.000 kilos se llegaron a producir en esta cetárea, que servía ejemplares de este crustáceo a negocios y a particulares de la región e incluso, a otros puntos de España.

«El negocio iba viento en popa. Teníamos unos grandes resultados en la cría de langostas y una actividad diaria productiva e imparable, pero las cosas no tuvieron buen final; un temporal destrozó las instalaciones y, al fin, acabó todo. Yo trabajé allí porque era gran amigo del que la llevaba, Felipe Fernández. Eran otros tiempos. Ahora, creo que ya casi nadie quiere ser pescador», contaba ayer Tito Martino, quien se define como «pescador desde siempre» y el único trabajador habitual de la cetárea que aún vive en la villa.

Transcurría el año 1977 cuando un fuerte temporal en la costa riosellana arrasaba las instalaciones de la cetárea. Desde entonces, aquél importante vivero de mariscos y pescados comenzó a convertirse en historia. El alto coste de la reconstrucción de las instalaciones y la falta de recursos por parte de los pescadores que estaban al frente del negocio provocaron el cierre definitivo de la cetárea. Veinte años más tarde, el Ayuntamiento de Ribadesella, con José Miranda como alcalde, presentó a la Demarcación de Costas un proyecto para la creación, en la antigua cetárea, de unas piscinas de agua salada para dar una salida a las instalaciones, ya en aquel momento en ruinas. El Consistorio y Costas no llegaron a un acuerdo para la reparación de las instalaciones y la cetárea continuó cayéndose.

Hace tres años, un empresario riosellano que reside fuera de la villa se interesó por las instalaciones de la cetárea para crear en ellas viveros y retomar la actividad inicial de la instalación. Fuentes del Consistorio riosellano aseguran que el empresario, tras informarse en el Ayuntamiento, inició conversaciones con la Demarcación de Costas. Nunca más se supo del proyecto.

Andrés Rodríguez, director de Obras de Costas, anunció que el destino de la cetárea riosellana no será finalmente su conversión en piscinas naturales ni en viveros. Rodríguez ha comunicado que, tal y como se encuentran las instalaciones, en un estado de «completa ruina», la Demarcación ha decidido, por razones de seguridad y por estética, acometer la demolición del inmueble y despejar la zona. «Creemos que es lo mejor para todos y así esperamos que se acoja la decisión», concluyó Rodríguez.

Tito Martino relataba ayer, mientras reparaba las nasas para salir a faenar, que considera la decisión de la Demarcación de Costas «acertada». «Creo que, si no se le va a dar ningún uso, lo mejor es que se eliminen esas ruinas, porque es peligroso andar por allí y dan aspecto de abandono», señaló el veterano marinero riosellano.