La iglesia primitiva

En Santa María de Colombres tenemos en principio una iglesia de cruz latina, propia de mediados del siglo XVI y anterior a la imposición del modelo clasicista herreriano de El Escorial. La sensación de planta de cruz es fuerte, por los techos planos del interior -que permiten el cubrimiento a dos aguas- y los brazos y cabecera del todo rectos. Las ventanas son simples y rectangulares, sin vanos termales ni orejas barrocas. Tanto por dentro como por fuera, domina el crucero cúbico, con su bóveda semiesférica sobre pechinas. La solución es humilde y digna, pues naves cubiertas de bóveda de cañón y una cúpula con tambor y linterna hubieran requerido mayor espacio y superior presupuesto. De todas maneras, la bóveda central está reforzada por construcciones bajas (sacristías) alrededor de la cabecera. En principio hay una sola nave, pero pronto se abre alguna arcada en los muros para construir capillas laterales. La capilla del lado norte es antigua y bien proporcionada, enseña sus nervios y el muro exterior remata en cornisa de piedra labrada, en lugar del tejaroz o cornisa volada de cuatro líneas superpuestas de teja árabe que domina en el resto de la construcción. La capilla de la parte derecha, sobre la carretera, es neogótica (finales del siglo XIX) y luce su correspondiente ventana del mismo estilo. La hacen elevada, conforme al espíritu del gótico, y su tejado termina a ras del crucero, pero ni nervios le caben por dentro en tan corto espacio y ha requerido un ostensible contrafuerte en la esquina exterior. Es una intervención poco afortunada.

El toque indiano: la fachada

El indiano es autodidacta y creativo. Tiene ideas propias y no se limita a pagar una obra, sino que desea trasladar a su pueblo lo más suntuoso y elegante que ha visto por el mundo. La propuesta de Manuel Ibáñez Posada al arquitecto de Ribadesella Darío Regoyos Molenillo, padre del famoso pintor asturiano, consiste en ampliar la iglesia, adornar el altar y poner un vía crucis de cerámica de Talavera.

Se añaden, pues, dos torres laterales, no altas como los torreones vigilantes y defensivos de la Edad Media, sino integradas en el perfil urbano. Entre las torres va la fachada, cuyos huecos y cajeados insinúan la existencia de tres naves y dos alturas, el pórtico abajo y el coro arriba. Las dos torres van huecas. Por la derecha se sube al coro y la izquierda albergaba el mecanismo y las pesas del reloj.

El detalle más indiano y sorprendente de las torres es su remate en forma de campanilla cuadrada, con un pináculo barroco como mango. Con sus lados curvos -en moldura de «papo de paloma» inversa- parece una flor tropical, de gran vástago y hojas caídas. El arquitecto Regoyos ha tenido la brillante idea de convertir en torre el pináculo y los contrafuertes que enmarcan la portadas norte y sur de la catedral mexicana de Puebla. Y bien se puede asegurar que se trata de un acertado diseño, único en el mundo católico. Así, la fachada adquiere un excelente sabor barroco mexicano.

El altar de la Asunción

La cabecera recta se recubre por el interior hasta convertirse en absidiolo, capaz de albergar a contracurva un altar suntuoso, al estilo del barroco final, ya tocando con el arte neoclásico. Es un altar arquitectónico, con cuatro columnas dóricas y un tímpano curvo y partido, coronado en el centro por el escudo de «María» en letras entrelazadas. En el panel central sobresale la pequeña «Asunción», llevada sobre nubes por angelotes. Debajo va un pequeño expositor-baldaquino velado por dos ángeles románticos, muy elegantes y hermosos, al modo de la época (1890). Hacía un siglo que la Real Academia de San Fernando había prohibido los retablos de madera, con el cuento del peligro de incendio. Así que en el altar de Colombres tenemos todo tipo de mármoles de colores. Pero, ojo, que se trata de mármoles pintados, pues el dinero del indiano no es inagotable. Este modelo de altar es frecuente en el barroco final europeo, prolongado a lo largo del siglo XIX en toda América.

El vía crucis de Talavera

La cerámica de Talavera de la Reina llegó a Puebla a mediados del siglo XVI y allí florece hasta la fecha en iglesias, cocinas, farmacias, conventos y hogares, con sus colores blanco, azul, verde y naranja. Así que el indiano quiere un vía crucis de cerámica de Talavera. Lo firma Niveiro, famosa y secular familia de ceramistas. Cuando la desamortización de Mendizábal, los Niveiro adquirieron en 1837 la iglesia del convento de los carmelitas y allí instalaron su alfar, conocido como «Alfar El Carmen», hoy Biblioteca Pública de Talavera.

Pregunto en Colombres si la iglesia sufrió daños durante la Guerra Civil. Me dicen que no, pues intervino don Paco el médico argumentando que podía servir para muchas cosas. Un grupo de vecinos acumuló retablos y santos de madera a los que prendieron fuego en El Regoriu. La iglesia fue adornada en 1950-51, siendo cura párroco don Francisco, con los evangelistas de las pechinas pintados a imitación de las figuras del Greco y las nuevas vidrieras de la casa Arte Sacro de Bilbao.

Nos vamos a Pimiango

Recomendamos visitar otras piezas impresionantes del patrimonio de la parroquia de Colombres. Dan que pensar los panteones indianos del cementerio de El Peral, con sus portadas de templos griegos columnados, el descuido interior y los nichos familiares soterrados. (Ver los trabajos de María del Carmen Bermejo Lorenzo sobre arquitectura funeraria de los indianos en Asturias.)

La iglesia de Pimiango nace en su capilla central, inicialmente dedicada a San Pedro, como indica el símbolo de las llaves en la clave de las ojivas, y después a capilla del Cristo en el siglo XVIII. El nuevo altar, diseñado y pintado por Magín Berenguer en la línea del concilio Vaticano II, es digno de alabanza por su decoro y buen hacer.

En la capilla lateral se guarda la imagen románica (siglo XII) de Santa María de Tina, típica de esta época por su postura, colorido y desproporción en los detalles (manos, pies, orejas). Transmite poder y majestad y es más importante el Niño que la Madre. El Niño es un príncipe divino a la bizantina, que se sienta en las rodillas de su Madre como en una silla. No dará media vuelta para pedir un cariñín.

A su lado está la Santa Ana Triple o Triple Ana (Triana), del siglo XVI. Es una genealogía de Cristo en línea femenina, pues el Hijo pertenece a la Madre. La abuela Ana ocupa un sillón frailuno y la Madre intenta despegarse llevando al Niño en brazos. El escultor no es muy bueno. A los tres les ha puesto carnosos labios semitas y grandes narices judías, en honor de la Historia.

Por último, si bajan hasta el faro y la cueva del Pindal, visiten Santa María de Tina. Busquen una placa donde constan los nombres de unos cuantos vecinos muertos durante la invasión napoleónica, unos fusilados, otros pasados a bayoneta y otros «de muerte desgraciada». Entonces se comprende que el problema no reside en que los caídos por la patria sean honrados en las iglesias. El problema consiste en que hubo en España una Guerra Civil y los combatientes eran hermanos que soñaban con patrias muy distintas.

Nota. Corrió el rumor de que durante las fiestas de la Sacramental de este año habría procesiones rogativas y nuevas coplas en la despedida de las mozas antes de la subasta del ramu, para pedir al Principado de Asturias que cumpla su promesa de arreglar la iglesia, singular patrimonio indiano. Ahí va la despedida: «Que no nos podemos ir / sin reclamarle a Migoya / los euros trescientos mil / que nos tiene prometidos / y no acaba de cumplir?» Pero no habrá coplas ni rogativas, porque el dinero ha sido ya adjudicado.