Uno de los últimos batanes conservados en el oriente de Asturias, la Pisa de la Sertal en Arenas de Cabrales, se cae a pedazos. Este ingenio hidráulico, último testimonio de la industria tradicional textil asturiana, se encuentra en estado ruinoso pese a estar declarado bien de interés cultural (BIC, 30 de diciembre de 1994). La relajación de la Administración en lo que se refiere a la protección del patrimonio etnográfico, un patrimonio que se aleja de la grandiosidad de las catedrales góticas y los templos románicos o el señorío de los palacios renacentistas y barrocos, a la vez que la escasa conciencia ciudadana por el valor de lo propio provocan que desaparezcan ante nuestros ojos estas maravillas del pasado.

El batán, pisa o pisón, como se le conoce en diversos lugares de Asturias, es un artefacto hidráulico que se utilizaba antiguamente para enfurtir y endurecer las telas de lana o lino, dejándolas más tupidas. Los batanes solían estar situados en las orillas de ríos o arroyos, donde se construían pequeñas presas para conducir el agua por una canalización hasta una rueda. El agua hacia girar la rueda, que a su vez accionaba unos mazos que golpeaban las telas colocadas en un cajón de madera.

Tal fue la importancia de esta actividad en Asturias, que en el siglo XVIII se conservaban unos 200 batanes en toda la región, según los datos recogidos por el Catastro del marqués de la Ensenada. Este modo de producción permaneció vivo en tierras cabraliegas hasta los años sesenta, como nos narra Ana Belén de los Toyos de Castro, redactora de la memoria para la declaración de BIC de la Pisa de la Sertal.

La mayoría de los tejidos bataneados en estos ingenios fueron realizados en telares cercanos, como el que hasta hace poco se conservaba en Arenas. Las piezas de tejido eran golpeadas o bataneadas durante tres horas con una pequeña cantidad de agua que las lavaba. Posteriormente, el enfurtido se continuaba en seco durante horas. Con este procedimiento se obtenían dos tipos de géneros: la estameña, de mayor calidad para la realización de faldas, chaquetas, pantalones, capas o calzones, y el sayal, más grueso, que se empleaba para los escarpines. La elaboración de los escarpines, especie de zapatillas sin suela, fue hasta hace muy pocos años una actividad que tuvo mucho peso en el concejo cabraliego.

La Pisa de la Sertal, como se conoce este batán, se localiza en la margen izquierda del río Ribeles, a un kilómetro de la villa de Arenas de Cabrales, dirigiéndose desde el barrio de Las Cortinas en dirección a Arangas. Justo antes de salir del pueblo nos encontramos con un molino, el de Lles, alojado en el interior de una vivienda con hermosa galería acristalada. En las inmediaciones se pueden apreciar diferentes muelas, provenientes del antiguo molino, así como una amplia canalización que originalmente traía el agua del río por medio de una pequeña presa.

A medio camino entre el pueblo y la pisa se encuentra una de las joyas del gótico rural asturiano, la iglesia de Santa María de Llas, que tuvo título abacial en el siglo XVI y que tras 14 años de restauración ha recuperado su antiguo esplendor. Más adelante, para llegar al batán utilizamos una pequeña senda que corre paralela a la orilla izquierda del río Ribeles y que parte de un pequeño puente con barandillas metálicas. Hace poco tiempo se produjo un desprendimiento en uno de los tramos del camino, lo que dificulta su acceso en la actualidad.

El Catastro del marqués de la Ensenada, elaborado en 1752, nombra dos batanes en la localidad de Arenas, lo que nos puede indicar su antigüedad. Por su parte, el diccionario de Pascual Madoz, elaborado a mediados del siglo XIX, nombra, en el mismo río, dos batanes y otros seis molinos en la población de Arenas. Por tanto, es muy probable que uno de esos dos batanes mencionados sea nuestra Pisa de la Sertal. Como curiosidad, cercano al mismo encontramos las ruinas de un molino (con nombre homónimo) donde, según las noticias de la época, se halló en 1845 a un niño abandonado bajo el amparo de la noche, en el interior del mismo, al que pusieron de nombre Bonifacio.

La sociedad cabraliega ha estado condicionada en sus formas y medios de vida por su agreste territorio, escenario de acontecimientos épicos desde la antigüedad, como aquel supuesto itinerario elaborado por C. Sánchez Albornoz sobre la retirada de los sarracenos tras la batalla de Covadonga, el cual transcurre en parte por los términos del concejo. Consecuencia de la organización territorial y su relación con el entorno, se ha modelado un paisaje antrópico, que sería imposible comprender sin la existencia de un patrimonio cultural heredado como son los molinos, batanes, ferrerías, hórreos, teyeras, lavaderos, cuerres, cortinos o tenadas; en definitiva, un paisaje característico y singular que se distingue de los demás por unas peculiaridades naturales, culturales y humanas que conforman unas señas de identidad que debemos conservar.

Muchos de estos bienes materiales poseen, además, un valor inmaterial añadido, como la multitud de leyendas y coplas asociadas a los mismos, funcionando a su vez como lugares de reunión en la vida campesina. En uno de los episodios del Quijote, como nos señala Gonzalo Morís, uno de los principales investigadores de este tipo de construcciones en nuestra región, se narra la aventura vivida por don Quijote y su escudero en las proximidades de un grupo de estos artefactos: «? oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que, acompañados del furioso estruendo del agua, que pusieron pavor a cualquiera otro corazón que no fuera el de don Quijote». «?al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiera ser otra, de aquel horrorísimo y espantable ruido de seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban».

Este batán Pisa de la Sertal, al que le suponemos una antigüedad de al menos dos siglos, es hoy propiedad de los hermanos Sánchez Gutiérrez, residentes en el Estado de New Jersey (Estados Unidos). Pese a su declaración como BIC, la máxima figura de protección de un bien cultural, la construcción se deteriora a pasos agigantados. Parte de la techumbre se ha venido abajo, así como una construcción auxiliar del conjunto. La maquinaria interior está casi perdida debido a un estado avanzado de podredumbre. Parte de uno de los niveles se ha derrumbado y la maleza crece a sus anchas por toda la construcción acuciada por humedades y hongos que dañan los muros.

Las actividades turísticas en Cabrales no han traído consigo una recuperación del patrimonio etnográfico del concejo que debería ser entendido como un recurso cultural a conservar y difundir. Muchas de estas edificaciones, que ven su ocaso debido a la transformación de la antigua sociedad tradicional, están en una verdadera situación de desamparo. La ley de Patrimonio Cultural del Principado de Asturias, del año 2001, pese a que en su artículo 69 establece la protección de estos elementos etnográficos, parece no ofrecer la suficiente cobertura jurídica para que se pueda actuar de manera inmediata sobre estos bienes declarados de interés cultural. Además, como indica Diego Ruiz de la Peña, coordinador del catálogo urbanístico del concejo; «?la dilación de los procesos administrativos en la protección de los bienes dificulta una rápida actuación sobre los casos de mayor necesidad y el conflicto derivado de la titularidad de los mismos conduce a que, en ocasiones, la Administración no pueda más que limitarse a establecer una sanción a una actuación indebida, que ya ha ocasionado un daño a un bien cultural». A esto habría que sumarle la existencia de una utilización partidista del uso del patrimonio cultural en nuestra comunidad, con obras faraónicas a las que se destinan anualmente millones de euros mientras que, por ejemplo, la Red de Museos Etnográficos de Asturias ve reducida progresivamente su partida presupuestaria.

Conservar los bienes etnográficos será fundamental para que en el futuro no tengamos que realizar una mera interpretación y acudir a los museos como única fuente de conocimiento de nuestro pasado. Debemos ser capaces de mostrar una realidad bien conservada e integrada en la evolución de nuestros lugares. En nuestras manos está la conservación de nuestra memoria histórica, a través de los vestigios heredados del pasado.