Ribadesella,

Patricia MARTÍNEZ

«Esti amor por el barriu é el que inculcamos a los hijos que, aunque criaos en otros sitios, vuelven a El Cobayu sabiendo que están en lo suyu y orgullosos de tener allí sus raíces». Así explica la artista Paci Román lo que siente por el lugar donde nació, el Grupo García Lomas, en Ribadesella, una urbanización que cumple 44 años con la esencia de barrio en plena forma.

Doce bloques con 224 viviendas entre la ría del Sella y la avenida de Palacio Valdés que estos días están inmersos en las fiestas de San Miguel. Comenzaron el viernes con una multitudinaria espicha y verbena, que se repitió el sábado. El domingo, los vecinos honraron al santo con misa y procesión; ayer arrancaron carcajadas con el baile de disfraces tras el reparto del vino y el bollu a los socios, y hoy dedicarán el día a los más pequeños.

Celebran estas fiestas desde septiembre de 1968, cuando la elevada demanda de vivienda en la villa llenó gradualmente todos los edificios. El escritor local Toni Silva, que también vivió en El Cobayu, explica que esta solicitud «respondía a una necesidad de vivienda» producida por «la demanda de mejores condiciones de vida, el abandono del campo y el "baby boom" de los sesenta, un crecimiento muy rápido de la población».

En aquel momento bajan un poco la emigración y los riosellanos, al igual que sucedió en otros rincones de la región, «abandonan masivamente los pueblos y se arriman a las villas para incorporarse a los sectores secundario y terciario», añade. Mucha gente empieza a trabajar en la hostelería, en pequeñas industrias y en fábricas de pescados. Esta emigración interior dejó temblando la población de muchos pueblos del concejo.

Ya entonces, nada más llegar al barrio, los vecinos se organizaron. «Entre los bloques había barrizales y los vecinos colaboraron acarreando tierra que se traía de fuera con cestos, esparciéndola para hacer los jardines. Cada comunidad vecinal se organizó para hacer su propio jardín con sus propios criterios», recuerda Silva.

Hoy el barrio ya tiene una personalidad propia y definida, que sigue fomentando aquella unión. Organizan cinco días de festejos en honor de San Miguel, se han volcado con los bolos de cuatreada y, por si fuera poco, promueven sus propias fiestas de Halloween y una verbena rociera, entre otros. También se reúnen dos veces por semana para jugar a la lotería en el local de la Asociación de Vecinos «El Cobayu». Eloína Diego Coro es la tesorera y destaca que los vecinos están «muy unidos para hacer cosas en común y colaborar unos con otros».

Al final, El Cobayu es una gran familia y, como sucede en todas, siempre hay cosas que mejorar. Diego Coro reclama, «en algún aspecto, más unión todavía de la gente». Ésta es una opinión que comparte María Cuervo, de la asociación cultural «Miguel Ángel García Lomas», que organiza las fiestas de San Miguel. A su juicio, es necesario que los vecinos «colaboren más, que nos ayuden» e imagina lo bien que iría si en la asociación hubiera «un socio por cada casa». En la actualidad «no llega a 200 y hay gente de la villa y en algunas casas son tres o cuatro», añade. Paci Román cree que hace falta «darles un poco de vida a los bajos que están cerrados», que son la mayoría. Hace unos años, la lista de comercios era larga: mercería, zapatería, tienda de pinturas, dos lecherías y dos tiendas de alimentación, una librería y una pescadería se contaban entre los muchos comercios del barrio.

Entre los negocios de El Cobayu, pero muchos años antes, destacaron los de Ramón Fernández Ruisánchez, nacido en Tresmonte, emigrado a Puerto Rico y asentado en el barrio poco después de que los rellenos convirtieran los dominios de la ría en tierra firme, en los años treinta del siglo pasado.

Allí tenía «las instalaciones principales de la panadería La Flor, los hornos, el obrador, los almacenes, una delegación de Explosivos Río Tinto, un despacho de lotería, la cuadra, la huerta familiar, el almacén de sal, el garaje, el taller de reparaciones y otro surtidor de gasolina», describe Silva. Décadas después, en 1960, la empresa Ridesa construyó la estación de carburantes que continúa en funcionamiento y en 1987 la Guardia Civil se trasladó de uno de los bajos de El Cobayu al cuartel que hoy ocupa. Declarado -junto al también riosellano La Cuesta- «barrio de interés social», la última incorporación, la bolera, ha tenido un éxito sin igual.

Para el edil socialista José Luis Díaz, El Cobayu «es un barrio que tiene alergia a la quietud incluso en esta época de crisis en la que más que vivir vamos sobreviviendo». El riosellano evoca en sus recuerdos «esos días previos a San Miguel», en los que ni los baños en la ría en pleno verano, «ni cuando el griterío estremecía cualquier auditorio en la pista jugando al fútbol, nada era comparable a aquellas semanas, aquellos días vísperas de fiesta», esos que el barrio ha despedido ya hasta el próximo año.