Ribadesella se erigió ayer en la gran estrella de la noche en TVE. En concreto, gracias al programa Masterchef, un show de talentos culinarios que llevó a finales de junio hasta la villa del oriente asturiano a la troupe de famosos y chefs televisivos que ponen cara este año al programa, y que ayer se emitió en horario de máxima audiencia. Junto a los chefs Pepe Rodríguez, Samantha Vallejo-Nájera y Jordi Cruz estuvieron en Ribadesella, como concursantes, Lucía Dominguín, su sobrino Nicolás Coronado, la cantante Ainhoa Arteta, la expolítica Celia Villalobos, el humorista Florentino Fernández, la exactriz Raquel Meroño, la artista La Terremoto, el experto en moda Josie, y el comentarista Gonzalo Miró.

Y si Ribadesella fue la gran estrella lo fue porque a su alrededor giraron los mejores y los peores momentos del programa. Los mejores, porque las vistas, paisajes, panorámicas, productos gastronómicos y el ambiente que se mostró en la prueba de exteriores, grabada en las instalaciones del Gran Hotel del Sella, con vistas a la playa, fueron de quitar el hipo.

Y en justa compensación, la audiencia respondió y el programa registró sus máximos de la temporada. Según se publicitaba hoy, fueron 2.569.000 espectadores los que siguieron la emisión del programa, lo que le convirtió en el más visto de la temporada. La1 alcanzó un 21.6% de share y 5.668.000 personas vieron en algún momento el octavo episodio de Masterchef que recaló en Ribadesella.

En el plano de lo peor se podría citar lo que ocurrió en el cocinado de dos menús que se ofrecieron a 70 comensales, entre autoridades, guisanderas de la región y muchos pescadores de la zona. Los dos equipos en los que se distribuyeron los concursantes, uno comandado por La Terremoto y el otro por Nicolás Coronado, ni supieron distribuirse el tiempo ni afinar bien con los usos de grandes productos como las cigalas, el bugre, el bonito o el mero. A punto estuvieron de no poder sacar a sala las torrijas y acabaron desesperando a Jordi Cruz y a Pepe Rodríguez.

En concreto, el menú que tenían que elaborar los concursantes en Ribadesella se compuso de seis platos diseñados por Pedro y Marcos Morán, de Casa Gerardo. Como entrantes unos tuvieron que hacer cigalas, pata y berza asturiana; y otros bugre frito, yema de huevo y patata; como plato principal unos cocinaron mero con patata, berenjena y salicornia, los otros bonito con mahonesa marina y manzana; el postre fue torrija caramelizada en un caso y choco, vermú y pasión en el otro. Los chefs del programa tuvieron que entrar a cocinas a sacar adelante el menú que se les atragantó a los dos equipos por igual, y hasta se metió de lleno en harina Saúl Cravioto, que asistía como invitado al programa.

El cocinado dejó tanto que desear que todos, sin excepción, se fueron a la prueba de eliminación; y para añadirle dramatismo a ese momento de riña oficial, durante la grabación de la prueba de exteriores, rodada con vista a la playa y en un entorno muy apacible al inicio, el tiempo cambió bruscamente y en pantalla acabó viéndose a todos los concursantes empapados, ateridos y soportando el que parecía un viento gélido. Pero lo peor, sin duda, fue el rapapolvo que sufrieron los aspirantes a cocineros.