Los edificios proyectados por Juan Miguel de la Guardia son reconocibles por las calles de Oviedo. La mayoría de ellos eran casas de viviendas, como la del Deán Payarinos, hoy sede del Conservatorio. Pero también hay edificios civiles, con soluciones constructivas mucho más sencillas. El ejemplo es el Colegio Dolores Medio, en la calle la Luna.

David ORIHUELA

Juan Miguel de la Guardia nació en Santander, pero siempre se consideró ovetense, y lo es por derecho propio. Desde 1882 hasta su muerte, en 1910, fue arquitecto municipal del Ayuntamiento de Oviedo y fue el responsable de convertir la capital del Principado en una ciudad burguesa. A De la Guardia le tocó construir y ordenar el nuevo Oviedo, el que nació después de la apertura de la calle Uría, en 1879. El arquitecto llegó a la ciudad poco después de obtener el título y lo hizo justo cuando tocaba levantar una nueva ciudad, la que estaba llamada a instalarse fuera del recinto medieval amurallado.

La estructura económica de la sociedad ovetense también había cambiado y la burguesía había sustituido a la nobleza. Había empresarios con dinero dispuestos a construir grandes viviendas en esos nuevos espacios que habían nacido de los «ensanches», del nuevo trazado urbanístico de la capital del Principado, que comenzaba a consolidarse como ciudad de servicios y negocios, lo que aún sigue siendo.

A Alfonso Toribio, decano del Colegio de Arquitectos de Asturias, le hubiese encantado vivir aquellos años y los rememora paseando por el Oviedo de De la Guardia con LA NUEVA ESPAÑA.

En lo urbanístico, el arquitecto es responsable de dos parcelaciones que configuraron lo que hoy se supone como el centro de Oviedo. En terrenos del antiguo hospicio, hoy hotel de la Reconquista, se actúa sobre tres hectáreas de terreno, propiedad de Anselmo González del Valle. En esta zona decide Juan Miguel de la Guardia que se deben abrir tres nuevas calles, y así nacen Toreno, Gil de Jaz y González del Valle.

En terrenos de Policarpo Herrero, en Llamaquique, se parcelan solares a ambos lados de la nueva calle Asturias y nace la ronda que enlaza Campomanes y Santa Susana con los Pilares, se prolonga Gil de Jaz y se crean dos nuevas calles, Cervantes y Matemático Pedrayes.

Todo en apenas una década después de la apertura de Uría, de enlazar el Oviedo redondo y medieval con la nueva estación del Norte. Así, Toribio identifica el nacimiento del Oviedo burgués con el derribó del Carbayón, el árbol totémico de los ovetenses que murió para dejar nacer Uría.

Pero De la Guardia, además de buen urbanista, era excelente arquitecto y su huella aún se conserva, en algunos casos mejor que en otros, por toda la ciudad. Hizo obra pública y privada, y, según el decano de los arquitectos asturianos, «se nota». No se conserva el mercado que diseñó para la zona donde hoy se levanta el edificio de «La Jirafa», pero sí el Colegio Dolores Medio, en la calle la Luna, un edificio «en el que el proyecto es mucho más simple que en otras construcciones del mismo autor».

A poca distancia del colegio hay varios ejemplos. No hace falta recordar el chalé de Concha Heres de la calle Toreno, tristemente desaparecido, ni «Villa Magdalena». En la plaza de la Catedral, pegado al palacio de la Rúa, está la actual sede del Colegio de Notarios. Una obra llamativa en la que De la Guardia utiliza uno de esos «trucos» que tanto le caracterizan y que tanto llaman la atención a los curiosos. El Colegio de Notarios tiene la fachada desplazada, parece un edificio simétrico al que le falta algo, pero no es así. De la Guardia lo dibujó con el escudo en un lateral, junto al ventanal más grande.

Otra de esas soluciones se puede contemplar en la casa del Deán Payarinos, hoy sede del Conservatorio de Música de Oviedo. En las dos esquinas del suntuoso edificio se disponen dos rotondas, la de la derecha, mirando de frente la fachada, enlaza con una casa vecina; a la izquierda quedaba «en el aire» y el arquitecto «se inventó» una entrada de servicio que le sirve para culminar el edificio.

Toribio aplaude esa capacidad resolutiva de alguien «que no inventa nada», pero que «es muy hábil porque coge lo mejor de lo que muere y lo mejor de lo que nace». Así, le ha quedado para la historia el marchamo de «eclecticismo contenido», ya que su obra se asienta entre el clasicismo que está empezando a estar «demodé» y las nuevas tendencias modernistas.

Juan Miguel de la Guardia dejó su impronta en Oviedo hasta en el momento de su muerte, y Toribio recomienda visitar su tumba en el cementerio del Salvador, en San Esteban de las Cruces.