Una visita "maravillosa" a Luis Fernández: "Vaya descubrimiento"

Una veintena de lectores de LA NUEVA ESPAÑA se deleita con un viaje a la gran exposición del Bellas Artes guiados por Alfonso Palacio

Alfonso Palacio, a la derecha, durante un momento de la visita.

Alfonso Palacio, a la derecha, durante un momento de la visita. / LNE

Tino Pertierra

Tino Pertierra

"Qué maravilla". "Espectacular". "Vaya descubrimiento". La visita guiada a la exposición sobre el pintor Luis Fernández (Oviedo, 1900-París, 1973) en el Museo de Bellas Artes de Asturias congregó ayer a una veintena de personas que aceptaron la invitación de LA NUEVA ESPAÑA a adentrarse en el fascinante universo creativo del artista ovetense. Y sus reacciones dejaron claro que fue una experiencia para enmarcar, no solo por la calidad de las obras sino también por el entusiasta trabajo didáctico de Alfonso Palacio, director de la pinacoteca y comisario de una muestra que llegó a Asturias enriquecida tras su paso por Madrid con más material documental o la recreación del estudio. Fueron más de dos horas de un paseo intenso rematado con un documental sobre el artista que es, según Palacio, "puro oro".

La exposición más "ambiciosa cuantitativa y cualitativamente" sobre Fernández propone 146 obras de 43 prestadores enmarcadas en varias etapas de un creador gigante y singular, cuyo nombre "figura con letras mayúsculas en el arte del siglo XX". El vuelo empieza con una "Paloma" pintada en 1915. "Cuando era pequeño hice miles de dibujos de palomas", dijo Fernández, obsesión que décadas después daría paso a una de sus míticas series. Fijaos, insistirá Palacio ante cada parada admirativa. Qué maestría en el trazo y en el color. Manuscritos (escribió miles) y fotografías ponen una nota de testimonio cercano al recorrido por las distintas etapas, abiertas con una abstracción geométrica en la que ya se subrayaba la voluntad de partir siempre de un dibujo previo "del que extraer un calco con papel vegetal que transportaba al lienzo".

Estructura sencilla, contundencia, unidad. Alquimias que se engarzan en el tiempo. Parémonos ante su única escultura: el gato. Paréntesis privado para recordar la importancia de la masonería en Fernández. Entró en una logia coincidiendo con su matrimonio con Esther, y cuando ella fallece y contrae nuevamente matrimonio, se introduce en otra logia. Hay un debate, destacó Palacio, entre quienes ven en la masonería una gran influencia y los que no. ¿Lo mejor? El término medio. Las etapas se suceden mientras el artista entraba en círculos de amistades creadoras: "Fue amigo de muchos grandes nombres del arte del siglo XX". Picasso, entre ellos.

El grupo de visitantes atiende a las explicaciones de Palacio. | Irma Collín

El grupo de visitantes atiende a las explicaciones de Palacio. / Irma Collín

La fusión entre lo abstracto y el surrealismo va desplegando tendencias hacia curvas más presentes. "Otros colores, otros títulos". Tránsitos con guerreros y caballos en dirección al surrealismo. "Picassismo", lo llamaba. Le sedujo la vía erótica traducida en obras de sexualidad "bizarra y truculenta". Freud irrumpe referencia esenciales. Dobles y triples imágenes. Metamorfosis: cambios. Los azules de Picasso gobiernan una "ceremonia de la confusión". Retratos colosales o inacabados, dolor y éxtasis. La Guerra Civil termina con la derrota republicana y Luis Fernández encuadra alegorías del franquismo: cabezas decapitadas de animales. Muerte en vida. "Es la España derrotada". Cuánta descomposición. "Gallo y gallina" o el canto del mal. La "Tauromaquia" de 1940 muestra un caballo agredido por el toro. Vencedores y vencidos. Cada cuadro alberga un mundo. "Fijaos en esa composición estrangulada".

"Liberación del pueblo español" (Cabeza de toro), 1939-46, es una "obra maestra, la de mayor tamaño de su carrera", un toro bifronte que bebe mucho del "Guernica". Había fe en que la II Guerra Mundial animase a las potencias a intervenir en España. "Nunca llegó la liberación pero Fernández siempre la soñó", explicó Palacio.

Retrató a un fallecido joven de la resistencia a partir de una foto que le llevó su madre ("horrorizada por el resultado, se lo devolvió") y cabreó mucho a la modelo del retrato de la vizcondesa de Noailles, en el que fusionaba el rostro de ella con el de él. La hizo posar horas y horas y años y años... pero nunca acabó la obra. El retrato de un joven desnudo muestra un personaje lunar. Hay mucho de El Greco en él. A su esposa Esther la pintó desnuda y de perfil.

Cabezas de vaca en descomposición, naturalezas muertas... "No hay nadie que haga bodegones como los de Luis Fernández", apuntó Palacio antes de llegar a paisajes "de una belleza descomunal". De 1952 a 1970 se enmarca la edad de madurez de un artista que cree en el "santo oficio del pintor" con vocación de trascender, que fabricaba sus propios colores y consideraba el dibujo la clave suprema de la creación.

Y el rastro espiritual: "Todo es un rostro de Dios". Pintor de lo sagrado en un sentido amplio, a partir de 1952 afrontó las series: rosas ("fijaos en su palpitar, en su luz, tienen el brillo y el fulgor de las joyas"), cráneos, vasos de vino y trozos de pan, palomas. Metáforas de la eucaristía, símbolos de la Anunciación. Hay que llegar a la imagen a través del misterio, y ese misterio imantó de pronto a Palacio: se acercó a un cuadrito de manzanas en el que descubrió, en los momentos más reposados donde se pueden apreciar con más detalle unas pocas obras, un prodigio de luz y color, de armonía y texturas hipnóticas. Fijémonos...