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Álvaro Faes

Al final de la semana

Álvaro Faes

Ópera contra los elementos

Las instituciones orillan a la temporada de Oviedo en el reparto de ayudas y perpetúan el agravio

Es ya una tradición el golpe de realidad de cada año para la Ópera de Oviedo. Dan igual los esfuerzos, no cuenta la condición de factoría cultural de vanguardia en Asturias, no puntúa el desfile de figuras, ni el empleo, ni el impacto económico… Es igual. Todo da igual porque siempre, una y otra vez, las ayudas del Gobierno Central –y también las del regional– orillan a la capital del Principado y perpetúan el agravio frente a otras ciudades españolas. En el lado bueno, la Fundación Ópera de Oviedo tiene la certeza de que debe sacarse las castañas del fuego por sí misma. Nadie le hará el trabajo, pocos arrimarán el hombro fuera de sus recursos propios, sus abonados, la holgada ayuda municipal y los apoyos privados, que los hay.

En cifras redondas, a Oviedo el Gobierno Central le ayuda con 408.000 euros, congelados este año. Duele porque el Estado sí que ha subido su aportación a Sevilla, a Bilbao, a Valencia, a Madrid y a Barcelona, por citar algunas. Parece complicado lograr implicación desde Madrid cuando no la hay en la propia autonomía. De los gobiernos regionales, el de Asturias es el que menos aporta a su temporada, unos exiguos 125.000 euros, sonrojantes al lado de los 475.000 del Ayuntamiento de Oviedo o de los 320.000 que se llevan en Canarias de sus gobiernos autonómicos, o los 285.000 de La Coruña, siendo estas dos últimas temporadas de menor nivel.

No faltan lecturas políticas en estos repartos. En Oviedo ya señalan al prejuicio ideológico para afear la racanería del Principado, donde no dudan en aportar 2,1 millones para la promoción del asturiano, por poner un ejemplo.

En Bilbao, donde en primera instancia la ayuda no subía, una enmienda a los Presupuestos del Estado ha acabado por redondear (y aumentar) la cantidad que les faltaba para arreglar un mal año por culpa de la pandemia. Las ataduras de Pedro Sánchez con los nacionalistas no han tardado en aflorar.

Acostumbrada al varapalo, la Ópera de Oviedo puede estar orgullosa de sus últimos meses. Su gente, sus 2.800 abonados, han sentido que la Fundación ha estado de su lado. Mientras otras temporadas suspendían cuatro de sus cinco títulos, como hizo Bilbao, o directamente cerraban el teatro, como pasó en Sevilla, la capital asturiana redobló esfuerzos.

Las normas pandémicas dejaron el Campoamor en 600 localidades por función. El equipo de Juan Carlos Rodríguez-Ovejero, con Celestino Varela al frente, no solo completó la temporada sin perder ninguno de sus cinco títulos, sino que en algunos hubo hasta seis pases para que ningún abonado quedase fuera de juego.

El esfuerzo titánico fue el de simultanear once funciones de dos óperas diferentes en doce noches consecutivas. Con “Madama Butterfly” y “Fidelio”, el Campoamor funcionó a la altura de los mejores escenarios del mundo. La cuadratura del círculo, el golpe de efecto, llego al final. Ainhoa Arteta, obviamente una de las grandes, se cayó de la última función. La solución fue de órdago y para el papel de Cio-Cio San llegó Ermonela Jaho, una superestrella, la número uno en ese papel.

La ópera de Oviedo sale viva de un momento muy complicado. Donde otros tuvieron el salvavidas institucional, aquí tiraron de capacidad de trabajo y de ingenio. Quizá, en el futuro cercano sea necesaria la contención, prescindir de alguna estrella, pero lo que ha quedado claro es que la temporada está muy viva y tiene un prometedor futuro con el que cumplir. Con ayudas estatales y autonómicas justas el nivel subiría y las cosas serían más fáciles. Pero la vida no siempre es maravillosa. Aunque uno se lo merezca.

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