Entrevista | Natalia Menéndez Avilesina, publica "El faro que no miraba al mar"

"Vivimos en un mundo cada vez más visual, plagado de imágenes falsas, manipuladas"

"Es fascinante poder disfrutar de obras literarias junto a mi alumnado, a pesar de la edad que nos separa"

Natalia Menéndez.

Natalia Menéndez. / Lauren García

Lauren García

Lauren García

Natalia Menéndez ha querido mostrarse a un lado y a otro del espejo con «El faro que no miraba al mar», una exquisita novela juvenil apta para todos los públicos, en la que ella misma es la autora de la ilustración de la portada. Menéndez, estudiosa de la literatura inglesa, es profesora de Lengua y Literatura en un instituto de enseñanza secundaria, en que actualmente es la directora, ha cultivado, sobre todo la poesía desde su primer libro «Las virtudes Cardinales» hasta «Calibán», su último poemario, además numerosos relatos suyos han visto la luz en libros colectivos, como el reciente «Llume». La escritora avilesina construye en «Elnora», un espacio mítico y ensoñación de su nueva publicación, donde a los personajes les brillan de fantasía las lenguas de los zapatos. Una batalla que libra la imaginación contra el oscurantismo del tiempo. La recepción que recibe el lector de percibir una leyenda.

–¿Cómo resumiría el argumento de una novela tan increíble y casi inenarrable?

–Diremos que la novela cuenta la historia de un pueblo remoto entre montañas, presidido por un faro que ejerce de centinela. El día en que el circo llega al pueblo, una extraña presencia va a sumir a la mayor parte de sus habitantes en un misterioso sueño. Será el detonante para que un grupo de chicos y chicas emprendan una aventura para recuperar la vigilia, salvar al pueblo del peligro, y descubrir un secreto que conecta lugares, tiempos y personajes en un intento por preservar la memoria y que Elnora no olvide. Juegan un papel relevante los espejismos, que nos engañan y nos ponen en peligro, y «los guardianes de la memoria», que en la novela están representados por la perfumería de Dolores Ducrot, la tienda de instrumentos Ávalon, la tienda de telas de Celeste o la pastelería creativa de Zoé. Se trata de una reivindicación de los sentidos. Vivimos en un mundo cada vez más visual, plagado de imágenes falsas, manipuladas. En la novela se ponen también en valor el resto de los sentidos como forma de relacionarnos con nuestro entorno y estimular los recuerdos.

–¿Cómo ha ido tejiendo un territorio y unos personajes tan mágicos?

–La escritura de este relato nació para crear un universo de ficción para mi hija, primera lectora de esta historia, y fue creciendo como una tela de araña hasta convertirse en novela. Quería crear un universo personal, mi propio paisaje de fabulación, al que llamé Elnora, donde se ubica ese faro que da la espalda al mar. El relato terminó siendo una novela coral con muchos de los elementos que me definen. En Elnora sus múltiples personajes son peculiares y únicos, como la abuela Mow, que teje una manta infinita, o Sigrid, la niña sin voz. Asimismo, en Elnora hay lugares que sirven para configurar ese universo personal que he mencionado: el bosque Laberinto, la agencia de detectives de Thaddeus Fox, la taberna de la Ballena, la lavandería Olsen o, por supuesto, el faro. También hay lugares para el misterio, como el Agujero. Solo con múltiples personajes y múltiples espacios y con una trama que trata de conectarlos, pude crear una historia que se asemeja a algunos de los símbolos que aparecen en ella: el laberinto, la manta infinita, el atrapasueños… porque lo onírico también forma parte de mi literatura, y aquí no podía faltar.

–Está muy presente el tiempo, ¿ineludible en toda buena literatura?

–Nuestra presencia en el mundo es temporal, y esta constatación hace que uno de los temas principales de la literatura sea precisamente el paso del tiempo.El ser humano vive atrapado en la rutina marcada por los horarios y los calendarios. Se trata de una temática que me ha acompañado inevitablemente en todos mi libros de poesía, y que en esta historia adquiere un papel protagonista. El tiempo en «El faro que no miraba al mar» se convierte en un personaje y, además, configura la trama a través de alternancias temporales. Por otro lado, la novela habla del efecto del paso del tiempo en las personas, de la vejez y sus consecuencias, de ancianos que antes fueron niños, del ciclo natural de la vida. El olvido asociado al paso del tiempo también está presente en la novela, y también la relatividad del tiempo, que es un tema que me atrae mucho.

–¿Ha escrito la novela que le hubiera gustado leer si fuera niña?

–Antes que escritora soy lectora, y no concibo la escritura de un libro cuya temática, subgénero o estilo no forme parte de mi catálogo lector. Por eso, El faro que no miraba al mar contiene todo aquello que me interesa como lectora de este tipo de literatura: misterio, aventura, leyendas y mitos, fantasía, personajes que permanezcan en el recuerdo, lugares mágicos. La poesía siempre se deja entrever en lo que escribo, y aquí también me acompaña. En Elnora también hay una tienda de diccionarios y una biblioteca. El almacén de Angus Moll que aparece en la novela revela mi pasión por atesorar palabras.

–¿La literatura de calidad infantil o juvenil no entiende de edades?

–Yo he disfrutado mucho de literatura infantil y juvenil siendo adulta. Hay obras maravillosas que precisamente tienen la virtud de ser universales, y fascinan tanto a público de todas las edades como de todas las épocas y lugares. La magia de estas obras reside en abordar temas también universales, jugar con las emociones, con lo simbólico y hacernos soñar. Para mí es fascinante poder disfrutar de obras literarias junto a mi alumnado, a pesar de la edad que nos separa, y compartir el asombro como si las leyera por primera vez. Esa es la buena literatura.

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