El espejismo de la serie madre

Michelle Yeoh.

Michelle Yeoh. / J. M. Freire

J. M. Freire

Cada nueva escisión de la franquicia "The Witcher" invita a pensar que la primera temporada de la serie madre fue un espejismo y no, no se volverán a repetir la magia, ni la autoironía, ni el poder telúrico de las imágenes, ni la desprejuiciada sensualidad. Por no repetirse, en su tercera temporada ni siquiera se repetirá el protagonismo de Henry Cavill.

Es una precuela situada mucho tiempo atrás, creada con la intención de cubrir supuestas lagunas e hilar fino en la exploración de un folclore expansivo. Se presenta como un tributo a las historias, al acto de narrarlas.

Este clásico relato de formación de grupo arranca con el hermanamiento, a causa de una guerra inesperada, de miembros de clanes rivales: la Alondra, del Clan del Cuervo, exguardaespaldas de la familia real pryshiana que pasó a convertirse en barda errante, y Fjall del Clan del Perro, desterrado de los suyos por acostarse con la princesa Merwyn. Siete héroes de historial tan diverso, más sus históricos hitos, no son poco material para una serie de solo cuatro episodios; en un primer momento iban a ser seis. Y en el proceso de aglutinarlo todo, el equipo liderado por Declan de Barra apuesta antes por la (sobre)información que por la acción o la emoción. "El origen..." tiene algo de redundante pero también confusa "wiki" de fans puesta en imágenes. Y cuando llega el momento de la verdad, todo parece apresurado e inacabado. Así no se construye un universo duradero.

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