En las tertulias de los bares, en las tiendas, en la farmacia y hasta en el ambulatorio. En Ribera de Arriba no había este lunes otro tema de conversación. En los negocios hosteleros había hasta cola para leer y releer LA NUEVA ESPAÑA. Con todo, muchos seguían sin dar crédito. "Es de terror, no cabe en ninguna cabeza", suspiraba Miriam González mientras se comía un pincho en compañía de Mónica Lombardero en una terraza de Soto de Ribera, la capital de un municipio que, a marchas forzadas, trataba de digerir la trágica muerte de un vecino a manos de su propio hijo, y, encima, decapitado. "Ni en las peores pesadillas se vive algo tan macabro", comentaba a pie de barra un grupo de operarios a la hora del café, sin quitar ojo a la noticia que pasaba en bucle por los canales de televisión nacionales.