Ex consejero de Educación

Oviedo, Eduardo GARCÍA

José Luis Iglesias Riopedre colgó los hábitos de dominico para entrar a formar parte, casi de seguido, del aparato clandestino del PCE, allá en los años del franquismo tardío. El golpe vital de timón, que a simple vista pudo resultar pintoresco por lo abrupto, no fue consecuencia de un arrebato inconsciente sino de la profunda reflexión de un profesor de Filosofía que a principios de los años sesenta no se caracterizaba precisamente por estar quieto. Fue el cambio más brusco de su vida hasta el pasado lunes, cuando fue detenido por un caso de presunta corrupción durante su etapa en la Consejería de Educación.

Nacido en el barrio de Casablanca, en Vigo (noviembre, 1939), no ha perdido su esencia gallega a pesar de haber pasado más de media vida en Asturias. Irónico, apasionado, excelente conversador, fiel en lo político -con ese sentido de la fidelidad que no suelen perder los viejos luchadores-, Iglesias Riopedre eligió la carrera universitaria y la docencia de la Filosofía casi por imposición íntima. Un estoico que no suele perder la sonrisa, quizá como forma de defensa, y que dejó las clases por los despachos para unir su destino a Vicente Álvarez Areces cuando el hoy presidente fue nombrado, en 1984, director provincial de Educación. Desde entonces, y hasta el pasado agosto, Álvarez Areces y Riopedre siempre han ido de la mano, el ex consejero, eso sí, a la sombra, con ese tono de discreción en el que se siente muy a gusto.

José Luis Iglesias Riopedre estudió en el Colegio de los Maristas, en Vigo, y vivió una segunda adolescencia muy ligada a la Juventud de Acción Católica. De aquélla era católico practicante y muy cumplidor, el camino que le condujo a entrar en la orden de los dominicos y a irse a vivir a Ocaña (Toledo), donde permaneció seis años en una residencia religiosa. Nunca perjuró, sin embargo, de aquella etapa que estaba destinada a ser temporal.

Amigo personal de quien iba a ser ministro de Educación con Adolfo Suárez, José Manuel Otero Novas (nacieron en el mismo barrio, jugaron en las mismas calles), ambos iban a tener un singular protagonismo en las primeras conversaciones oficiosas para la legalización del PCE, en el que Riopedre militaba. Era 1976. Unos años antes, a comienzos de los sesenta, Riopedre vivía en Madrid, habitual de tertulias muy rojas como la que el Grupo Tácito celebraba en una cafetería de la calle Guzmán el Bueno, frente al cuartel general de la Guardia Civil.

Riopedre se afilió al PC en Alemania, donde amplió estudios filosóficos entre 1968 y 1970. Volvió con ideas claras, después de estudiar a Marx, preparado para vivir una etapa de cambios. Carrillo flirteaba con el eurocomunismo.

Fue profesor del Colegio Auseva, del IES Alfonso II y del Instituto Clarín, en Oviedo. Profesor tranquilo, según los que le conocieron en el aula. Su nombramiento como segundo de Areces de la Dirección Provincial de Educación le hizo abandonar su actividad docente en 1984, de la que se jubiló al inicio del presente curso.

Fue director regional de Educación y viceconsejero de Educación. Vivió en primera línea el traspaso de competencias educativas en el curso 1999-2000 y fue consejero desde 2003. Sus dos últimos años los sufrió en medio de un sector docente convulso y en guerra. Los sindicatos le dieron duro, en ocasiones con alusiones personales poco elegantes, pero él no solía entrar al trapo. Riopedre tiene ahora una nueva oportunidad, quizá la más complicada de su vida, para mantener el tipo. Tendrá que demostrar que su imagen amable se corresponde con sus acciones en la Administración asturiana.