San Martín (Teverga),

V. DÍAZ PEÑAS

«Ahora entendemos por qué nuestros padres o abuelos echan de menos esta tierra. Hacemos nuestra esa melancolía». La chilena Constanza Prida, tataranieta del gaitero de Libardón, resume de esta forma las sensaciones de los 31 alumnos participantes en la escuela de verano de asturianía. Se trata de jóvenes procedentes de centros asturianos de todo el mundo que ayer visitaron Teverga dentro de las actividades programadas por la escuela. Los alumnos, muchos de ellos oriundos del otro lado del Atlántico, no sólo aprenden música y folclore tradicionales para hacer de puente entre la realidad asturiana y la de sus países de origen. También aprovechan su visita para conocer más de cerca Asturias.

La escuela de verano de asturianía comenzó a rodar en 2002 gracias al empeño del Consejo de Comunidades Asturianas. Entonces, los centros asturianos diseminados por el mundo reclamaban una formación específica para sus miembros, sobre todo en música tradicional y en danza. El objetivo de la escuela no es otro que formar a monitores de cultura asturiana para que, posteriormente, se conviertan en profesores de esta materia en sus centros de origen.

Aparte de baile y gaita, los alumnos aprenden geografía, historia, antropología, llingua y hasta cómo mantener o confeccionar trajes o instrumentos tradicionales. El curso dura tres veranos y en los últimos años los estudiantes también visitaron Covandonga y el Occidente. Ayer tocó acercarse a los valles del Trubia, donde disfrutaron, entre otras cosas, de la gastronomía y de las osas «Paca» y «Tola», que causaron sensación entre los alumnos.

Entre los participantes en la escuela se encuentra un buen puñado de hijos de emigrantes que dejaron Asturias para afincarse a miles de kilómetros de su tierra de origen. Constanza Prida proviene de Chile, Sandra Álvarez de Suiza, Ignacio Olid de Uruguay, Arturo Calvo de Brasil, Arturo Pérez de Cuba, Alejandro Zurbriggen de Argentina, Enrique Alonso de Venezuela y Juanjo Fernández de México. Aunque viven en lugares muy distintos, tienen mucho en común: «Nos une Asturias. Da igual que seamos de México o de Uruguay. Tenemos las mismas tradiciones, las que nos enseñaron nuestros padres y abuelos», comentaban ayer ante un buen plato de fabada asturiana.

Estos alumnos internacionales saben que la asturianía va más allá de la fabada. Han aprendido a escanciar, han conocido los paisajes de Asturias y también han experimentado la sensación de añoranza que tienen sus antepasados por esta tierra. «Para nosotros es como estar en casa. En nuestros lugares de origen tenemos a Asturias muy presente. Allá la tradición es como una copia, por así decirlo. Aquí la asturianía lo inunda todo», señalaba el argentino Alejandro Zurbriggen.

Tras el curso de verano, que para estos alumnos termina este año, los estudiantes tendrán por delante la difícil tarea de mantener la llama asturiana en sus países de origen. Ellos, como explicaban ayer, serán los encargados de mantener vivo el folclore y la música en sus respectivos centros asturianos. «También actualizaremos los recuerdos de los emigrantes y les explicaremos los cambios que hubo en Asturias desde que ellos tuvieron que marchar», comentaba el venezolano Enrique Alonso. Difundirán lo que han aprendido y transmitirán sus enseñanzas a todos esos asturianos que están dispersos por el mundo. No lo tienen fácil, como aseguran. Pero son conscientes de que más allá de las fronteras, lo que les une es la asturianía y el amor por esta tierra. Este es el legado que heredaron de sus ancestros y este será el legado que deberán dejar a las generaciones futuras.